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A 120 años de una decisión traumática

El 12 de junio de 1901 la Asamblea Constituyente cubana aprobó la Enmienda Platt, después de meses de resistencia, lo que marcó de manera profunda a la Cuba que entraba en el siglo XX. Fue una situación muy difícil y dolorosa para muchos de los protagonistas de aquel momento, en una coyuntura en extremo compleja y con muchas contradicciones al interior de quienes debían decidir en condiciones muy desiguales. ¿En qué circunstancias se produjo aquel suceso?

Cuba estaba en situación de país ocupado por las tropas estadounidenses desde fines de 1898. Estados Unidos había intervenido en la guerra de independencia que la isla caribeña libraba contra el colonialismo español, para lo cual su Congreso había aprobado una Resolución Conjunta en abril de ese año que autorizaba al Presidente a declarar la guerra. Esta decisión fue precedida de discusiones que reflejaban las contradictorias posiciones en el seno del naciente imperio, ante una acción que sería clave para su proyección como potencia emergente. Las circunstancias llevaron a incluir en su primer artículo que el pueblo de Cuba “es, y de derecho debe ser, libre e independiente.” A lo cual se añadió un cuarto punto que declaraba que los Estados Unidos no tenían intención de ejercer jurisdicción o soberanía en Cuba, más allá del tiempo necesario para su pacificación. Era un acuerdo de compromiso entre los distintos intereses internos que disputaban entonces las decisiones, al tiempo que se proyectaba una buena imagen hacia el exterior en momentos en que el país norteño comenzaba a asomar como potencia en un mundo ya repartido entre las europeas.

La guerra duró unos pocos meses y en agosto se firmó el armisticio entre España y los Estados Unidos, mientras en diciembre se rubricó el pacto de paz, en París, entre los delegados de esos dos países. Debe destacarse en esos dos momentos cruciales el hecho de que las discusiones y acuerdos fueran solo entre la potencia derrotada y la potencia naciente, cuando Cuba había sido la supuesta causa, al tiempo que la guerra se desarrolló en varios escenarios: Cuba, Puerto Rico, Filipinas, aunque solo Cuba aparecía en la Resolución de abril. El resultado dio a los Estados Unidos posiciones estratégicas en el Océano Pacífico y en el Mar Caribe al obtener la soberanía de Puerto Rico, Filipinas y la isla Guam de las Marianas o Ladrones. Mas, ¿cómo quedó Cuba?

La Llave del Golfo debía tener un tratamiento diferente a partir de su propia situación y de las formulaciones que se habían hecho, de ahí que España renunciaba a su soberanía sobre la Isla, mientras esta quedaría ocupada por los Estados Unidos, los que asumían las obligaciones emanadas de las leyes internacionales y la protección de vidas y propiedades mientras durara esa ocupación. Como puede observarse, era una situación muy ambigua, pues no había precisiones de tiempo ni formas para su final. Se ganaba tiempo para trazar los modos de la nueva dominación. En estas condiciones, el 1º de enero de 1899 comenzó de manera oficial la ocupación. Entonces, ¿cómo debía proyectarse la política del imperio naciente ante la situación cubana?

El presidente William Mc Kinley definió la manera de actuar durante la ocupación, cuando en su mensaje anual al Congreso de 5 de diciembre de 1899 dijo que la nueva Cuba que resurgiría de las cenizas del pasado debía quedar ligada a Estados Unidos “por lazos de singular intimidad y fuerza” si quería asegurarse su durable prosperidad. La determinación de si los lazos serían “orgánicos o convencionales” se decidiría de acuerdo con la maduración de los hechos. Como se ve, había dudas acerca de qué tipo de mecanismo se aplicaría, pero se afirmaba que los destinos de Cuba estaban “de manera irrevocable” ligados con los de aquel país. Es decir, que había una definición clara: Cuba quedaría vinculada a la nueva potencia de manera muy estrecha, pero la forma era la que habría que buscar. A partir de 1899, por tanto, esa era tarea fundamental de las fuerzas ocupantes.

Los gobernadores militares que actuaron durante la ocupación desplegaron políticas para ganar apoyo en la población cubana con vistas a los propósitos diseñados, así trabajaron en la educación, la sanidad, entre otros aspectos que podían influir en la creación de estados anímicos y de opinión. No obstante, la voluntad mayoritaria se mostraba profundamente independentista, lo que se expresaba de muy diversas formas: el rebautizo de las calles de ciudades y pueblos con los nombres de los patriotas o de objetivos esenciales como Independencia, República, etc.; los homenajes a héroes caídos en las guerras o que habían sobrevivido, el culto al mambí como símbolo de toda aquella gesta y hasta la poesía popular –en especial la décima- no solo evidenciaba el amor a la independencia, sino también incorporó expresiones de suspicacia en la medida en que la ocupación se prolongaba. Esta situación mostraba que una anexión u otra forma directa de dominio habría que imponerla por la fuerza, lo cual no era posible en aquellas circunstancias. Por tanto, debían crearse nuevos mecanismos, ensayar formas nuevas para lograr el fin y así apareció lo que después se conoció como Enmienda Platt.

La convocatoria a una Asamblea Constituyente ya esbozaba el camino a seguir: la obligación era aprobar una Constitución y, como parte de ella, “proveer y acordar con el gobierno de los Estados Unidos en lo que respecta a las relaciones que habrán de existir entre aquel gobierno y el gobierno de Cuba”. Esto fue designado por la voz popular como “cláusula sospechosa” y levantó un estado de opinión muy desfavorable. Había que trabajar entonces para llegar a una formulación de acuerdo con los intereses norteamericanos, en medio de suspicacias que se expresaban por distintas vías. El instrumento fue la Enmienda Platt

Los contenidos de lo que fue la “enmienda” se formularon antes de que esta se diera a conocer, pues el secretario de la Guerra Elihu Root le había enviado ya esas ideas al gobernador Wood, quien había conversado con quienes estaban al frente de la Asamblea Constituyente y de la comisión encargada de atender ese asunto, pero no había encontrado receptividad; por tanto, se decidió actuar de manera directa y con imposición. Eso llevó a la presentación, por el senador Orville Platrt, de una enmienda a la ley que se estaba discutiendo en el Senado estadounidense -en este caso la de créditos del ejército- que contenía la fórmula para implantar la dependencia desde un instrumento legal.

Los ocho artículos que integran la Enmienda Platt están precedidos por la afirmación de que el presidente de aquel país estaba autorizado a dejar el control de la Isla a su pueblo, cuando se hubiera establecido un Gobierno en cuya Constitución, como parte de ella o como apéndice, se definieran las relaciones mutuas en la manera en que este documento establecía. De este modo se condicionaba con claridad el término de la ocupación militar. La Enmienda establecía mecanismos de dominación que iban, desde el derecho a la intervención en  Cuba “para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un Gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual”, la validez de los actos realizados por los Estados Unidos durante la ocupación, la omisión de Isla de Pinos de los límites de Cuba, hasta la obligación de vender tierras para estaciones navales o carboneras estadounidenses. Para completar, el artículo octavo establecía que estas disposiciones se llevarían a tratado permanente. Cuando esto se conoció en Cuba se produjo una explosión de rechazo que el pueblo expresó en las calles de todo el país.

Los constituyentes se dividieron ante la Enmienda: había algunos proclives a la dependencia que mostraron su aceptación, mientras otros expresaron una fuerte oposición, algunos con muy sólidos argumentos como fueron los casos de Juan Gualberto Gómez y Salvador Cisneros Betancourt. Desde febrero, cuando el Congreso norteamericano aprobó la Enmienda, comenzó en Cuba la resistencia. Los asambleístas trataron de maniobrar para lo cual una comisión fue a los Estados Unidos a negociar sobre el tema, pero solo logró explicaciones que no se tradujeron en variación del texto. Hubo votaciones que añadieron esas explicaciones, pero la posición estadounidense fue inconmovible: se aceptaba la Enmienda tal como estaba o no terminaba la ocupación.

En medio de aquella batalla, los poetas populares expresaron el sentir en décimas como la que terminaba diciendo:

 (…)

que la infamia aborrecible

de Platt no llegue a ser Ley,

que hasta el mismísimo Hatuey

su protesta haría tangible.

(…)

Que acabe la Intervención

es lo que quiere el cubano,

que para aliado y hermano,

ya son las pruebas bastante

que si Goliat fue un gigante

era David un enano!

Más la disyuntiva era: república con Enmienda o sigue la ocupación. Ante ello, el 12 de junio se produjo la última votación, en la cual, de los 31 delegados votaron 27: 16 a favor y 11 en contra. Mientras algunos se mantuvieron firmes en el rechazo, hubo quienes variaron su voto con la idea de que, una vez que se fueran, se podría trabajar para ganar mayores posibilidades de independencia. Algunos expresaron su dolor en versos, como Bonifacio Byrne, quien escribió “Lasciate. Elegía a Cuba” (dedicado a Juan Gualberto Gómez):

¿Conformarnos? ¡Oh, no! No se conforma

la tímida gacela a que la inmole

el hambriento león, ni el toro hirsuto

a inclinar la cerviz. ¡Los que han sabido

quebrantar sus cadenas, no serviles

aceptarán la esclavitud! Inútil

que disfrazada llegue, bajo el manto

con que cubre la vil hipocresía

su aleve faz desde que el mundo es mundo.

¡Es la de Áyax una actitud gallarda!

Enseñándole el puño al firmamento,

la protesta en el labio y en los ojos,

y el rencor, como víbora, enroscado

en el fondo del alma, sin eclipses,

repudiando la mano que nos tiende

−¡mano de mercader!− la tenebrosa

Codicia ruin, sin corazón ni entrañas.

Por tanto, el 12 de junio de 1901 fue un día muy doloroso, pero también de inicio de una nueva batalla por la plena soberanía de la nación.

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