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Lorenzo Aragón: Palabra de hombre

“¡No puedo  explicarlo! ¡Es  mi peor pesadilla!”, exclama Lorenzo Aragón. En el Prado, y a los pies de un melancólico árbol, cuyas hojas verdes y amarillas  se desprenden como lágrimas de complicidad, todavía  lamenta su  caída en  la  final del  boxeo olímpico de Atenas 2004.

 

Foto José Raúl Rodríguez Robleda

El  rostro se le contrae al confrontar los recuerdos. Busca las palabras precisas para sortear la tormenta. El  faro en  la  niebla del tiempo. Lo miro e  imagino  que algo  le ha impedido aceptar los caprichos del  destino. Podría sacar pecho de su glorioso currículo, sin embargo, aún soporta ese azote en la carne de su espíritu.

Pocos  se atreven a exhibir en público sus  fantasmas. Él se arriesga y regala una declaración franca y valiente. Eso  brilla como el oro.

“Era el favorito. Salí a buscar la  corona ante el  kazajo Bakhtiyar Artayev. Peleamos bien. Gané algún asalto, pero perdí. Aunque, sin  justificarme, combatí lesionado”, se defiende y estruja su  hombro derecho como  si buscara alivio y respuestas.

“En el colectivo técnico no  estaban  felices con  la  medalla  de plata. Bajé del ring  molesto y frustrado. Me sentí solo.  No se lo deseo a nadie. Es  terrible. No  encuentro las  palabras”, prolonga, mientras continúa masticando su dolor. “En la  calle a cada rato me  recuerdan esa  derrota. Incluso amigos míos. Tengo que  vivir con  eso”.

 

Foto José Raúl Rodríguez Robleda

Aprieta las  manos y sus  nudillos  se desnudan rocosos. Su  firme mentón aterriza en  su  pecho. Sus ojos  se humedecen de  un  daño silencioso. Son la voz  de la desgracia.

“¿Sabes? —dice  con acento optimista, y aún bajo el triste árbol  que  ya  no  llora hojas verdes y amarillas—, de  mis  tres títulos en mundiales, el  del  juvenil de  1992 es el más  importante. A esa  competencia solo   se  va  una vez.   De adulto la  corona del  2001  la  gocé. Demostré que  sí podía. En  el 2003 brillé. Efectué seis  peleas en  siete días”.

Su  verbo, rápido y espontáneo, vuela con  libertad. Cierra los  ojos y descubre los rostros que  enfrentó. Se niega a ser actor secundario en historias en las  cuales fue  protagonista.

“Peleé en los  Juegos Olímpicos de Atlanta 96 contra Floyd Mayweather Junior”,  apunta  con vehemencia. “Joel Casamayor abandonó la delegación  y lo sustituí. En  cuartos de  final enfrenté a Mayweather. Fue una dura prueba. Ya  ahí   se  veía que   sería  un   fuera  de   serie  en el  profesionalismo. Teníamos un estilo similar y creo que  le gané”, asevera con  una expresión repleta de  goce  e  inconformidad. Mi  incredulidad deja escapar una leve  sonrisa. Aragón se sorprende. Arquea las  cejas y percibo lejanas cicatrices en  ellas. ¡Huellas de  las batallas!,  digo   en   silencio. Una ligera mueca se delinea en su boca y toma la palabra otra vez.

“¿No lo crees? La votación quedó 12-11. Le marcaron puntos que nadie  vio”,  refrenda  con   autoridad, lanzando al  vacío uno  de  los golpes con  los  que  retó a  tamaña leyenda. “Mira la pelea en YouTube  y verás, enfatiza. Mantenemos la amistad y la comunicación”, recalca, en  tanto se  acomoda con orgullo la ropa deportiva, que  con marcado acento cubano viste inmaculadamente.

El  sol  arde. Sus  latigazos nos obligan a  buscar  refugio. Caminamos por la  acera y advierto algunas canas en  su  cabeza. Tienen el mismo color de  la  presea que  lo atormenta. ¿Casualidad o  antojos del  azar?, me interrogo.

“No   busqué el  récord de  ganar torneos Playa Girón en  unas cuantas divisiones”, prosigue desterrando mi observación. “Lo  mío era imponerme. Logré 10 coronas. Seis   en  diferentes  pesos. Alcides Sagarra influía para que  bajara y subiera de peso”.

Apuramos la  marcha. Nos  detenemos en  un  portal. En  una columna robusta, pero con cicatrices del  tiempo como  él,  apoya su  espalda. Mete las  manos en  los  bolsillos de  su  pantalón y  cruza las piernas. Su rostro libre de arrugas se cobija en remembranzas.

“La  división más compleja para mí fueron los 57 kg. Peleé con huesos. ¡Imagínate, Mario Kindelán, Joel Casamayor, Manuel Martínez y Arnaldo Mesa! ¡Eso  es por arriba! Si hago memoria no termino. ¡Fuerte!,  ¿verdad?”, expresa, y aclara que  el santiaguero Víctor Romero fue su rival más  enconado. “Nos  fajamos cuatro veces. Gané,  pero  ¡uf!, pasé  muuucho trabajo”.

Foto José Raúl Rodríguez Robleda

Otra vez toca  andar.  Estar quietos es una angustia. Las  personas lo  reconocen. Le  reclaman un  saludo.  Dos   señores  mayores fuman y  conversan.  Uno   rojizo asfixia con  sus  regordetes y amarillos dedos un  marchito cigarro. Envuelto en una fastidiosa nube de humo le regala un  amable “¡Buen día, campeón!”, Aragón devuelve la  cortesía y ríe. Nos  sentamos en un  banco del  bulevar. El gentío no lo  descubre. Al  menos por ahora, pienso con  una mudez feliz.

De repente percibo que  sus  negras y expresivas pupilas se  dilatan. Se arman de furia e iluminan una oscura tragedia del pasado.

“En el  2000  abusaron conmigo. Hubo discriminación y falta de ética. El  asunto comenzó en  1999. Luego de hacer una gran preparación  y superar a Diógenes Luna no fui a los Panamericanos de Winnipeg  99.  Tras los  juegos delante de mis compañeros me desacredita- ron. Me  separaron de  la  selección nacional. Dijeron que  no  era con- fiable”, explica con  una gestualidad cargada de pólvora y metralla que  fulminaría la conciencia de varios.

“Luego en  el  Girón del  2000, tras ganarle a Roberto Guerra 10-4, le levantaron la  mano a él.  Fue duro. La  prensa me dio  la espalda. Decidí no  boxear más. Gracias a Ramón García  y  Onelio Carrillo, así  como  a mis  padres, seguí adelante. Finalizados los Juegos Olímpicos de Sídney volví  al equipo nacional junto a Sarbelio Fuentes. Es como  mi papá”.

Más   calmado  manifiesta  que sus   fortalezas  eran  la   técnica  y la  estrategia, sin  olvidar el  físico. “Llegar al  Cuba no  fue  fácil. No exploté como  escolar. En  los Juveniles comencé a hacerme sentir”.

Nos  levantamos y  caminamos despacio. ¿Qué diferencias aprecias  entre el boxeo que  practicaste y el actual?, le pregunto. Se ajusta el pulóver y se le acentúa el abdomen,   feliz   de  no  respetar dietas. Encoge los  hombros. Se  rasca la barbilla. “Mira, me  gusta Andy Cruz. Se asemeja a mi generación. A los otros les faltan golpeo de encuentro, y mejorar en la media distancia. Los respeto.

“Pensé en  el retiro después de Atenas 2004.   Estaba  agotado. Ya eran 14 años en la selección nacio nal. Bajando y  subiendo de  peso. Con  más  de  400  combates y unas cuantas  lesiones. Quería dedicarme a la familia. Dije adiós en  el Cardín del 2005”.

Otra vez andando por el Prado sorteamos rostros, dramas y saludos.  Lo  entiendo, aunque estropee parte de mi objetivo.

“Vengo de una familia humilde”, dice con  naturalidad y  sentimiento. “Nunca nos  faltó el plato de  comida, ni los zapatos. Nos  decían los 46. Éramos un montón en una casa grande en Santa Isabel de las Lajas. “Escogí  el   boxeo para  sacar adelante a los  míos. Esteban Cuello   me   descubrió.  Soy lajero  de corazón. Mis  medallas están allí. La  mayoría en  casa de  mi  mamá”. Solicita una foto junto a la estatua de  Benny Moré y comenta que  en su labor de comisionado provincial logra positivos resultados. “Vamos bien”, certifica.

 

Foto José Raúl Rodríguez Robleda

Dialoga sin  temores. Se  siente libre como  en el ring.  Por eso lanza golpes al corazón del pasado.

“Alcancé   buenos   resultados deportivos. Sufrí  injusticias.  Algunas ya las  comenté. Otras no las olvido. Tuve  que  ganar siete veces el  Playa Girón para asistir a  un mundial. Jamás recibí una explicación.  ¡Candela,  eh!”,  legitima con un suspiro duro y liberador.

“Soy feliz”, refiere y sale  del mal  trance. “El  pueblo me  quiere. Cuando salgo a la calle viste lo que pasa. Disfruto de la familia. Adoro a mi país, y si estoy aquí, es porque así lo quiero y lo siento”.

Lorenzo Aragón seguirá ligado a los guantes y al cuadrilátero. Su pasión por el boxeo le ha tributado una historia salpicada de emoción,trampas y coraje. De risas y lágrimas. ¿Acaso  no son  así  las  páginas del libro de la vida?

Al  despedirnos soltó una palmadita  en   mi   hombro  derecho. “Gracias por recordarme”, expuso.“Siempre seré el  Negrito de  Guayabal. El hijo  de Cienfuegos. Todo lo  que  dije   sucedió. Palabra  de hombre”.

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