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Ante bloqueos y listas negras… ¡crear!

De un artista, en todo caso, habría que esperar que hiciera arte. Eso es lo primordial. A un artista hay que va­lorarlo, primero que todo, por el vue­lo de su creación, por el impacto en su público, por sus aportes al acervo de su nación y del mundo.

Entre los creadores que han recibido estos ataques, está el dúo Buena Fe que, como numerosos artistas, han realizado importantes acciones culturales comunitarias en tiempos de la pandemia. En su caso han mantenido una peña online que se ha transmitido en vivo en la edición digital de Trabajadores.

 

Un artista, como todos, tiene opiniones políticas, se posiciona ante las peculiarida­des de un contexto, puede expresar sus preocupaciones y compromisos sociales mediante su obra.

Es per­fectamente legítimo hacer un arte absolutamente implicado en el en­tramado sociopolítico, que apueste incluso por influirlo y transformar­lo. Pero el arte no debe ser entendido como mero instrumento de un poder, como ficha funcional del juego polí­tico, como banderilla panfletaria.

El arte, aunque pueda servir a la propa­ganda, no es la propaganda. El arte es la libertad, independientemente de las “ataduras” de sus creadores y sus públicos.

La política cultural de la nación lo asume así. Y en tanto entiende que la cultura artística es armazón espiritual de la sociedad, procura sostenerla y garantiza que el acce­so y el disfrute de ella sea un de­recho inalienable de la ciudadanía. Las leyes así lo refrendan, en abso­luta concordancia con los precep­tos martianos: ser culto es el único modo de ser libre.

Para apoyar a los artistas, para formarlos y ofrecerles oportuni­dades, Cuba cuenta con un sólido sistema institucional de la cultura. Sería un despropósito confiarle al mercado la responsabilidad de re­gular y jerarquizar la creación y el acceso al arte. Ese ha sido el aporte mayor de la Revolución al patrimo­nio artístico de la nación.

Ahora resulta que ciertos sec­tores ultraconservadores radicados en los Estados Unidos, sostenidos por intereses político-electorales de algunas élites del poder, preten­den castigar a varios artistas por el “delito” de hacer arte en Cuba y apoyar ese sistema de institucio­nes. Quieren castigarlos también por rechazar un bloqueo económi­co que deviene bloqueo cultural. Quieren castigarlos porque apoyan y defienden la política cultural de la Revolución o sencillamente no la rechazan. Por el derecho de expre­sar sus opiniones. Por su decisión de permanecer.

En Miami algunos elaboran listas negras para pedir que a determinados creadores (de probadas capacidades y talentos) se les niegue el acceso a los Estados Unidos, aunque ninguno de ellos vaya a ese país a hacer política. A los artistas cubanos que viven allí solo están de paso, prácticamente se les exige un claro posicionamiento político… y si no coinciden con las ex­pectativas de esos círculos (o sea, re­chazo decidido al Gobierno cubano, al sistema político que representa) se les impone un boicot.

Boicotear, chantajear, presio­nar… en eso son especialistas ciertos personajes. Algunos creadores de va­lía han cedido y se han sumado a un espectáculo lamentable, que tiene que ver más con la politiquería mediática que con el arte verdadero. Otros son actores resueltos de ese show.

Es paradójico que los que acu­san a Cuba de politizar su arte ter­minen por politizar el arte tan bur­damente. No es Cuba la que cierra puertas, prohíbe encuentros, limita presentaciones.

Los vínculos culturales entre Cuba y los Estados Unidos son só­lidos e históricos. El bloqueo y sus políticas afectan y obstaculizan, pero no tienen la capacidad de bo­rrar un diálogo que ha dejado fru­tos. El arte tiende siempre puentes, por más que algunos que se autode­nominan “amantes de las artes” se afanen por destruirlos.

La única respuesta, la más digna, la más natural es seguir haciendo arte. Los que piensen que Cuba instrumen­taliza su creación artística, que les tapa la boca a sus artistas, deberían venir a comprobar qué arte se hace y se socializa en nuestro país. No ten­drán que buscar mucho, bastaría con visitar teatros, galerías, bibliotecas…

Los estadounidenses tienen el derecho de disfrutar del mejor arte cubano. Los artistas cubanos tie­nen el derecho de presentarlo en los Estados Unidos, teniendo en cuenta que el diálogo cultural es impres­cindible e inevitable.

Nada más ajeno a las esencias liberadoras del arte que los contu­bernios groseros de los que quieren plegarlo a la mezquindad y la into­lerancia.

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