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A mal conmigo

El refranero popular lo recoge: nunca estés a mal con tu bodeguero. Pero yo, cansado ya de inventarme pretextos, no tengo argumentos para no lidiar con lo que ocurre en muchísimas bodegas de mi ciudad. Sencillamente él no cumple con su horario de labor. Lacera y ataca a sus muchos clientes, entre ellos a mí. Ni en la mañana ni en la tarde. Mi bodeguero abre y cierra su unidad —que también es mía— a cualquier hora…, y lo que es peor, en ocasiones no abre.

 

Son incontables las veces en que he necesitado algún producto y, como él no ha abierto esa tarde, he tenido que irme a comprar el arroz o el azúcar a un precio muy superior al de mis productos normados y subvencionados, incluso al llamado “mercado informal”, que a su manera sí funciona a cualquier hora.

“Estaba en una reunión”, “estaba pesando los mandados del mes entrante”, o aquello de que “tuve que ir a depositar” son algunas de las razones expuestas por mi bodeguero.

En tiempos de auge de la COVID-19 se oficializó un horario corrido, de 9:00 a.m. a 4:00 p.m. Pero mi bodeguero es un cancha. Él cerraba la unidad mucho antes. Ahora, las autoridades capitalinas anunciaron que el horario era el habitual, el de antes de la pandemia. Sin embargo, él continúa abriendo y cerrando la bodega a su antojo. Un franco desafío.

Y es tanto el ¿relajo? que pocos conocen el horario oficial, el de antes, en que hoy debe trabajar un bodeguero. A río revuelto ganancia de pescador.

Un día y otro con la misma matraca, una semana y otra, un mes y otro. Y no pasa nada. Expliqué la situación a la delegada del Poder Popular…, y nada. Planteé mi “asunto” en la asamblea de rendición de cuenta…, y nada. Tuve incluso la ocasión de exponer mi preocupación a uno de los subdirectores de la empresa municipal de comercio…, y nada.

No es un fenómeno exclusivo de mi municipio de Diez de Octubre. Cuando indago entre amigos y compañeros de trabajo compruebo que el problema no solo me sucede a mí y a mis vecinos: es un mal generalizado en la ciudad capital.

Y que conste, dejo para otro momento las carnicerías con sus faltantes y pérdidas de pollo, huevos, y hasta de dietas de pescado, y las libretas dobles y los fallecidos y emigrados que aún reciben su cuota de productos normados. En fin, muchas cosas para unas pocas líneas de texto.

Siempre decidí hacerles caso a quienes me sugerían darle una nueva oportunidad a mi bodeguero. Hoy sé que no quise estar a mal con él, pero ¿y él conmigo?

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