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Las Terrazas y su manía de ser útiles

Brazos jóvenes y dinámicos, guatacas en mano entre canteros y guanos se vislumbran a lo lejos entre aquellas montañas del complejo turístico Las Terrazas. De cerca veo la identificación de la finca Los Graverán, y unos muchachones a cargo de habichuelas, pepinos, cebollinos, quimbombó… y hasta boniatos, en canteros hechos con sus propias manos y sudor.

Foto: Yudaisis Moreno Benítez

«Somos parte de los más de 400 trabajadores del Sindicato de Hotelería y Turismo del Complejo. Pensamos detenernos en el tiempo mientras la COVID-19 hace de las suyas, pero nos reubicaron donde más útiles somos: en la producción de alimentos», explica José Alberto Lamas, responsable del colectivo del Canopy Tour, travesía de contante adrenalina al descender 800 metros, por ocho kilómetros de cables.

“Los usuales guajiros de la finca rozan poco más de los 65 años y están en casa a buen resguardo, en tanto demolimos el platanal, removimos la tierra, hicimos canteros, le sumamos abono orgánico, y sorteamos el Sol, a veces la lluvia, la tierra y hasta el fango», cuenta con la satisfacción del trabajo terminado.

Siete brigadas asumen labores agrícolas en igual número de organopónicos, tres de nueva creación y cuatro ampliados, pues los autoabastecimientos, que en tiempos normales van al círculo infantil, la escuela y la casa de la Memoria (abuelos, más la actividad turística, ahora solo se destinan a los comunitarios.

Foto: Yudaisis Moreno Benítez

Y bien lo saben Cirilo Rodríguez Ramírez y su esposa, Bárbara Martínez, ambos fundadores de la comunidad el 28 de febrero de 1971, quienes reciben producciones lugareñas, además del pan y cuanto producto haya en Las Terrazas, de manos de Rubén Gamboa Moreira, trabajador del turismo hace 24 años y uno de los tres que por estos días asume como mensajero, en su propia moto eléctrica.

“Desando estas carreteras hasta la mismísima puerta de Cirilo cada mañana y a veces en las tardes. Llevo también las ventas de Cimex que se organizaron por núcleos y alcanza para todos de forma organizada”, afirma el dependiente de Rancho Curujey, terracero hace 35 años, quien vino en una brigada a restaurar las viviendas y se quedó por la tierra de Polo Montañéz.

La Casa Club y la cafetería de la comunidad laboran más allá de sus rutinas habituales para sostener la oferta en la venta de comidas a quienes lo demanden entre unos 300 núcleos familiares de Las Terrazas, nos dice Alejandrina Naite Cabeza, directora Comunitaria del Complejo, convencida de lo humano del proyecto nacido en la Sierra del Rosario, por la genial idea del arquitecto Osmany Cienfuegos Gorriarán.

“También les entregamos un módulo de alimentos, muchos cosechados en esos mismos organopónicos, a ancianos enfermos o a personas con otras desventajas, y se les pagan los medicamentos a 16 comunitarios, siendo una ayuda más, promovida desde la dirección del proyecto», explica Naite Cabezas.

La COVID-19 no los ha dejado inmóviles al borde de estas terrazas naturales, donde refuerzan las medidas para no dejar entrar al implacable virus, y aunque pensar en la soberanía alimentaria puede ser aún utopía en este sitio artemiseño, entre ellos está el empeño por no  dejar sin sembrar ni un pedacito de tierra.

 

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