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Gilberto Herrera: ¡Yo me muero aquí! (+ Fotos y Video)

Gilberto Herrera Delgado se las ha ingeniado para no perder ni una gota de su justificada leyenda. Su colosal legado, desterrado en el caprichoso olvido de algunos, continúa avivando el fuego de que ciertos enigmas alimentan la seducción del saber. Mientras regresa a los territorios de la nostalgia, parecería dispuesto a un feliz examen de conciencia.

 

Gilberto Herrera Delgado Foto: Isabel Aguilera Aguilar

No está hecho para simular. No lo mueve el viento contemporáneo. Sus convicciones alientan su peculiar testamento de vida. De él solo se conoce con certeza algo: hace más de medio siglo se casó por siempre con el voleibol. He aquí las emociones al desnudo de un hombre que habla con el corazón en un puño.

“Nací en un solar del Cerro, donde el béisbol gustaba mucho».

«Los domingos lo jugábamos en un placer grande llamado El Jardín. En ese tiempo nuestra única opción de recreo era la pelota».

“Una tarde cuando estudiaba en la Escuela Superior 10, en 26 y Puentes Grandes, efectuamos un partido de voleibol contra la Superior 1. Era 1957 y esa pasión me abrazó para siempre”.

Aclara entre sonrisas que en su barrio ese deporte no era bien visto. “Decían que era para mujeres. Mi zona se conocía por el Batey. La conformaban más de 300 cuartos familiares. El contexto social era espinoso. Con el tiempo mi familia salió de allí y fuimos a parar a otros dos solares, el Palomar y la Cueva de los Monos. Eran muy convulsos. Por eso salí de aquello. Ya en el equipo nacional, iba a ver a mi mamá y ella decía: ¡Debes irte, este lugar no es para ti! Su parecer resultó sabio”.

 

Foto: Isabel Aguilera Aguilar

Los prejuicios y el racismo son estocadas profundas. Hieren la dignidad. Son grilletes que lastiman la carne del espíritu.

“En el Cerro el voleibol era multirracial, convivíamos sin problemas. Sin embargo, en 1960 durante un choque de la Liga Juvenil contra el club Hijas de Galicia, que pertenecía a gente de clase media alta, vivimos una triste situación. En los camerinos alguien del equipo contrario dijo que se le perdieron las rodilleras, mientras otra voz apuntaba: ¡Claro, aparecieron los negros y empezaron a perderse las cosas! La respuesta la dimos en la cancha».

«En otra ocasión, en Santa María del Mar, retamos al Hamilton Beach. Al terminar el juego nos bañamos en la playa. De repente varias personas expresaron: ¡El agua se va a teñir con tantos negros! Resolvimos marcharnos. Fueron situaciones indignantes”.

El camino: la patria y la bandera en el medio del pecho

El hombre necesita exprimir la vida. Triunfos arduos y circunstancias al límite adoquinan su viaje de superación.

“Asistí a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Jamaica en 1962. Los resultados no fueron los esperados. En 1964 se hizo una nueva preselección. Tati Mendoza y Eugenio George, como asistente, nos dirigían. Sobre la marcha ganamos un bronce panamericano. Lo inolvidable llegó en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Puerto Rico 1966″.

“Nuestro objetivo era ganar defendiendo a la patria. Trajimos el título, pero enfrentamos acciones destinadas a quebrarnos. Una vez salimos de la villa, el ómnibus entró a una cárcel y como capitán del equipo le pregunté al chofer qué hacíamos allí. Dijo que seguía al guardia que nos conducía. Nos pusimos fuertes y retomamos la ruta. Días después el autobús cambió el recorrido y al percatarme le expresé al conductor: ¡Este no es el camino. Toma el que te diga porque sino te vamos a arrancar la cabeza! Querían llevarnos a donde un grupo de contrarrevolucionarios tenía planeado agredirnos”, revela y su rostro recupera el vigor que impulsó a la delegación del buque Cerro Pelado.

La vergüenza suele ser el motor de grandes gestas. Montreal 1976 fue un claro ejemplo. “Han pasado más de 40 años y aún emociona hablar de esos Juegos Olímpicos. Demostramos lo vital de creer y estar unidos. La medalla fue de bronce, pero brilló como el oro. Tuve la dicha de defender a Cuba como jugador y entrenador. Sería complicado elegir cuál se disfruta más”.

Comenta que la generación actual de voleibolistas resguarda un admirable legado. “Los muchachos defienden una tradición. Urge instruirlos. Hacerles ver que si mezclan su formación atlética y de principios, los triunfos llegarán. Tenemos la materia prima, pero nos faltan técnicos de nivel mundial».

“Es necesario rescatar la funcionalidad de la base y potenciar la ciencia. No solo se aprende a ganar, también a perder. Si no realizas planes perspectivos y respetas las leyes del entrenamiento, lo pagas. Poseemos pocos entrenadores de pensamiento. De acción son la mayoría, de los dos perfiles ninguno».

“En la práctica tenemos una escuela cubana, pero en el fundamento teórico científico y académico no. Estoy tratando de establecerlo, he sido testigo del proceso desde sus inicios. Estamos en apuros, apenas existe bibliografía sobre nuestro voleibol. El pasado año entregué cinco libros a la Editorial del Deporte. La demora es grande».

“Cuando fui atleta me inculcaron el compromiso. Preguntaba y anotaba mis dudas. Contrastando ideas y estudiando salí adelante. Tengo 75 años y sigo superándome. Matriculé en la Maestría de Psicología Deportiva. Ahí está mi tesis lista para discutirla”.

Foto: Isabel Aguilera Aguilar

La narración respira sinceridad y momentos dignos de un aplauso a la tenacidad, sin embargo, existen pasajes que al recordarse encienden la mecha de una bomba emocional oculta en su interior.

“En 1977 tuve el honor de ser elegido el mejor director técnico del mundo. Era la primera vez que la Federación Internacional lo otorgaba. Fue un premio a la constancia en el rendimiento. Los rusos se molestaron. Con argumentos se ratificó la decisión. Hace poco hurgué en Internet y eso no aparece en ninguna parte. He sido contundente con quienes tratan de manejarme a su antojo e incluso satanizaron mi nombre. ¿Respuesta? Superarme académicamente.

“En 1985 me alejaron de la dirección de la selección nacional por la dureza de mis planteamientos. Años después alguien de la directiva del organismo me dijo: nos engañaron sobre ti. En el 2001 volví a ese puesto».

“Era un grupo de clase mundial, pero estaban desordenados. El respeto no existía. Habían dejado de ser lo que eran. Fui a reorganizarlos. Existían problemas, no sé si económicos o con el Inder. No estaba cuando eso se inició. Ellos hablaban bastante del tema. Ganamos la súper Copa del Mundo. La victoria los revalorizó. Ahí comenzó el dilema».

“En la Liga Mundial del 2001, tras ganar 10 partidos comenzamos a perder. En mi opinión no querían jugar. En Bélgica varios tomaron la decisión de marcharse. Siempre dije que yo no los formé. De la camada que establecí ninguno se fue. A la sazón aparecieron los inquisidores. El 8 de enero del 2002 el presidente de la Federación Nacional me informó que no estaría al mando».

“Lo hizo en medio de un entrenamiento. No lo olvido, el dolor fue grande, el daño también. Sufrí una parálisis facial. Comencé a pensar mal de muchas personas. Decidí entonces regresar al camino de la religión de mis ancestros. Ellos, junto a mi esposa, me sanaron. Siento orgullo de su sabiduría y poder”.

Otro relato rico en experiencias

Incesantes retos se divisan. No vale anclarse en el que dirán. Imponerse es la palabra de orden en un espíritu indomable.

“Cuando estuve en el extranjero comentaron que quería hacerme millonario. Cumplía un mandato del Estado y generaba ingresos para el país a partir de un contrato que ascendía a más de 100 mil dólares anuales. De esa etapa recuerdo mi estancia en España. Era una selección inexperta. Debido a la labor sostenida logramos un diploma olímpico en los Juegos de Barcelona 1992″.

«Turquía dejó interesantes notas profesionales y una curiosidad. Al llegar al aeropuerto fuimos directamente al hotel. Dijeron: ¡No salgas en una semana, si necesitas algo pídelo! Fue para despistar a un sector opositor de la federación turca. Cuando me presentaron oficialmente como entrenador ganamos. En Grecia no me dejaban pagar en mercados y restaurantes, era tremendo. De los éxitos en Venezuela tampoco me olvido. Fueron grandes experiencias”.

No existen atajos hacia a la victoria

El éxito comienza y termina en la capacidad de superación, solo así el triunfo se respira mejor.

“Para dejar un legado es necesario estudiar. Gracias al apoyo de la familia y aspiraciones intelectuales me hice Doctor en Ciencias. Brindar conocimientos es algo maravilloso. Podría estar en casa, pero prefiero ser útil en el Centro de Investigaciones del Deporte Cubano. Lo más grande ha sido nacer aquí. La Revolución me formó y estoy en deuda eterna con ella”.

Gilberto Herrera Delgado es una historia que sigue escribiéndose. A través de sus páginas sigue sorteando murallas y cultivando el magisterio. Ganándose el respeto eterno. El fuego de su verbo estampó en la despedida la mejor firma: “¡Yo me muero aquí!”

Puede ver la entrevista aquí:

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