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Chile: la vitrina rota del neoliberalismo

Con el impetuoso impacto de las airadas manifestaciones populares  de rebelión antigubernamental que tienen en lugar en Chile en demanda de radicales cambios políticos, económicos y sociales, la instalación de una nueva Constituyente y Carta Magna, y la renuncia del presidente Sebastián Piñera, han saltado en añicos los cristales de la vitrina expositora del pretendido paraíso neoliberal imperante en la nación austral.

 

Las decenas de muertos, los miles de heridos y detenidos por la brutal violencia de las fuerzas represivas del régimen evidencian que el sistema socioeconómico que persistió aun después de la dictadura de Augusto Pinochet, ha tocado fondo.

Volcado en las calles de Santiago, Valparaíso, Viña del Mar y otras ciudades, resistiendo la extrema violencia de los carabineros y el ejército, el pueblo chileno está dando a conocer, masivamente, el enardecido y heroico repudio a sus opresores.

En vibrantes consignas más de un millón y medio de chilenos expresan su acérrima voluntad no seguir tolerando el alto costo de la vida, la pobreza, el desempleo, la carencia de servicios que deberían ser públicos como el agua, la educación, la salud, y la vivienda. También protestan contra las medidas impositivas, la falta de democracia, el galopante, el enriquecimiento y la corrupción de sus gobernantes.

No obstante, la televisión y otros medios ultraderechistas de la prensa nacional, se empeñan en mostrar imágenes bucólicas de divertimento y un clima de relativa normalidad inexistente, contrario a la realidad vergonzante de las crueles escenas que recorren otras capitales del mundo

Desde el derrocamiento del Gobierno socialista del presidente Salvador Allende por el artero Golpe de Estado del 1973 –encabezado por el General Augusto Pinochet, pero instigado y urdido por el Gobierno de Estados Unidos y su entonces jefe de la diplomacia, Henri Kissingger, así como por la Agencia Central de Inteligencia–, Chile quedó inmerso en el engendro económico de un neoliberalismo estructural, sustentado en la perversión administrativa y la más brutal represión.

Correspondió a economistas chilenos, graduados de la Universidad  de Chicago y entrenados por los profesores Milton Friedman y Arnoldberger, implementar un modelo de gestión, que solo benefició a los grandes empresarios y la alta clase media, soportes del oprobioso régimen.

A esta burguesía emergente y dependiente, que medró sobre las espaldas de la tiranía, se refería el asesinado cantante Víctor Jara en sus canciones revolucionarias, por ser la residente privilegiada en “los barrios altos en su casitas todas pintadas con Resipol”.

Como hace constar el diario español El País, ninguno de los presidentes de los que se sucedieron en el Gobierno posterior a la tiranía pinochetista, fueron capaces de introducir cambios radicales a favor de los grandes sectores populares de la nación, ni transformar una sociedad autocrática estancada por la tecnocracia, la burocracia y sometimiento a Washington, cuyos tentáculos rebasaron sus fronteras.

Perversión que se extendió por América Latina a través del diabólico Plan Cóndor, que asesinó y ejecutó extrajudicialmente no a solo a miles de chilenos sino también a numerosos combatientes revolucionarios de otra naciones del continente.

Ni el “mea culpa” de Piñera, ni sus promesas de cambios demagógicos tardíos y epidémicos o reformas estructurales futuras, ni la fuerza extrema represiva han podido detener una crisis que semeja un tsunami político y social sin precedentes, que más temprano que tarde arrasará con los males pasados y presentes para buscar nuevos causes de libertad, justicia social, igualdad y progreso en la Patria de O Higgins.

Entonces la vitrina será otra y totalmente diferente, que mostrará a una renacida nación chilena, transitando orgullosa de sus conquistas por la emblemática Plaza Italia que conduce a las grandes alamedas.

 

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