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Cuando el ingenio gana (+Fotos)

Si tienes 150 mil dólares para comprar piezas de repuesto y partes de equipos, pero de ese dinero debes emplear casi 100 mil solo en transporte, intermediarios y ayudas en el traslado; ¿con cuánto te quedas para adquirir lo que tanto necesitas para la reparación? Pues con muy poco, sobre todo si le sumas que lo pagarás al triple del precio real y luego lo dividirás en ocho destinos.

 

 

El mantenimiento de cada radar corre a cuenta de estos hombres que ya se entronizan como expertos creadores de soluciones. (Fotos: Cortesía del entrevistado)

Ese es el día a día del Centro Nacional de Radares del Instituto de Meteorología ubicado en Camagüey. Una organización que se ha orientado al desarrollo investigativo en pos de la soberanía tecnológica, generadora de innovaciones y creadora de software y hardware que modernizan los radares meteorológicos del país.

Son científicos devenidos inventores, “pone parches”, previsores de roturas y sorteadores de obstáculos por excelencia; unos 20 trabajadores que lo mismo se ven con el agua al pecho caminando kilómetros, o subiendo hasta la Gran Piedra unos 200 kilogramos de equipos, solo para hacer su función: conservar los radares cubanos.

Al inicio… también había trabas

El instituto se fundó oficialmente en el 2003, pero fue pensado desde varios años antes producto de la necesidad. A finales de los años 70 en Camagüey se habían desarrollado experimentos de lluvia provocada junto a la antigua Unión Soviética, lo que fue acumulando en el territorio radares de diferentes tipologías y equipamiento para el procesamiento de  los mismos.

 

Para Orlando Lázaro Rodríguez González, director del centro, es un orgullo contar con un equipo de ingenieros “altamente cotizados mundialmente”, que saben hacer de todo.

 

En el país existía una necesidad de desarrollo, por lo que esa tecnología constituía una oportunidad para aprender. Algo que aprovecharon el ingeniero Orlando Lázaro Rodríguez González y un pequeño grupo, quienes, a partir de lo que tenían, probaron hacer mejoras en los radares e introdujeron un sistema cubano propio para el procesamiento de la información en tiempo real en una computadora personal.

“Hoy se ve como algo trivial, porque las PC se impusieron, pero en aquel momento se empleaban en el monitoreo computadoras que ocupaban un cuarto entero. Eso marcó un hito”, asegura Rodríguez González, actual director del Centro de Radares.

Poco a poco y por derecho propio se convirtieron en un laboratorio de desarrollo técnico, que tenía como primera prueba ser la punza de lanza del Instituto de Meteorología. “Pero no nos imaginábamos lo que venía, las necesidades económicas ni que además colapsarían los radares, que se nos acabarían las piezas de repuesto, ni que desaparecerían las fábricas que los diseñaban”, recuerda Rodríguez González.

Lo que había empezado por curiosidad se convertía en algo permanente. No se podía dejar “morir” uno de estos equipos ya que, como explica el investigador, “te permiten ver lo que ocurre ahora y adelantar hasta las próximas dos horas el pronóstico. Es fundamental en las tormentas locales severas, en los tornados y en caso de huracanes ayuda muchísimo; es el rey”.

Desapareció la Unión Soviética, Cuba estaba casi sola y Estados Unidos arreciaba su política contra la nación. No quedaba otra opción que automatizar los radares, eliminar todas las consolas y equipamientos que generaban fallos y para los cuales no había piezas de repuesto. Se quedaron con lo mínimo: transmisor, receptor, antena y mucho ingenio.

 

Estrategia vs. bloqueo

Cuba cuenta con la sexta mejor cobertura territorial de radares, por encima de Estados Unidos, y gracias al esfuerzo del Centro que mantiene “vivos” equipos de más de 45 años de explotación.

 

En el 2004 cuando pasaba el huracán Iván, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz se interesó por mejorar el trabajo meteorológico e indicó que se diseñara un radar Doppler. El Centro asumió la tarea, pero no fue hasta el 2012 que lo cumplió. “Ocho años – cuenta Rodríguez González –. Ese fue el tiempo que nos tomó poder encontrar cada pedacito que necesitábamos. Como se televisó, el mundo entero sabía lo que queríamos y, por supuesto, nos fueron bloqueando por todos lados. Incluso con las piezas en la mano había empresas que después nos decían que no podían dárnosla.

«Diseñamos el equipo y fuimos comprando las partes. Los elementos generales de electricidad y automáticas eran más fáciles de encontrar, pero nos las encarecían; mientras, otras esenciales y complejas de adquirir, como el oscilador heterodino, que debía ser de alta precisión, fue completamente imposible. Esa parte la diseñan pocas empresas en el mundo nos obstruyeron cada una de ellas. Así que desarrollamos el nuestro con componentes más simples y que hasta hoy funciona muy bien.

“Esa vivencia nos hizo crear una estrategia como respuesta frente al bloqueo. En primer lugar hacemos una gestión de riesgo, donde anotamos el tiempo de duración de cada pieza y antes de vencerse el período que da el fabricante intentamos asegurar el repuesto. Además, el presupuesto no es muy holgado, somos una empresa nacional que protege todos los radares, por lo que debemos estar pendientes ante posibles roturas. Y a diferencia de lo que se hace en el mundo, cuando se rompe algo no se bota, se le pone un parche hasta que llegue la pieza nueva o se intenta arreglar con lo que hay.

 

Ni ciclones, ni fuertes tormentas eléctricas, ni inundaciones detienen a este equipo cuando van a reparar o modernizar uno de sus radares.

 

“También logramos que los elementos que construimos admitan componentes de diferentes fabricantes, porque nunca sabemos de dónde vendrá lo que compremos y cuánto nos costará. Hay piezas  específicas de radio frecuencia por las que pagamos cuatro veces más de lo real, ya que los vendedores tratan de conocer el destino final, y como alguien debe mentir, nos cuesta más”.

El Centro de Radares opera en condiciones complejas, pero evita que Cuba destine más de 3 millones de dólares en adquirir equipos nuevos de este tipo o que gaste anualmente más de 300 mil dólares en su mantenimiento. Ellos diseñan uno completo con su software en menos de un millón y, además, les dan el mantenimiento. Es cierto que conviven con el riesgo y calculan mucho, pero les dan la vuelta a los problemas con puro ingenio.

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