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Una vida de luchas

Le garantizo que entraremos en un terreno plagado de emociones, alegrías y conflictos. Fieles hijos de la guerra de la vida. No pierda la oportunidad y devore esta historia. Al final, tal vez luche con más ahínco por sus pasiones.

Foto: José Raúl Rodríguez Robleda

El 19 de octubre del 2018 el deporte cubano acuñó un valioso testimonio. En Budapest un hombre tiene el corazón apretado. Entrecierra los ojos. Ante él desfilan centenas de hechos que felizmente arden en la memoria. Sus sentidos no lanzan siquiera una tregua. La travesía es sofocante y deliciosa. De repente irrumpen los aplausos. Entonces Gustavo Rollé Fernández se yergue e ilumina. Recibe el galardón. Cuba desde la distancia explota de júbilo. Otro de sus hijos engalana el Salón de la Fama de la Unión Mundial de Luchas. Con los ojos vidriosos evoca en el tiempo un viaje que comenzó hace más de medio siglo.

“Como la mayoría de los niños cubanos soñé ser pelotero, sin embargo, no era bueno. Al principio de la Revolución asistí en el Palacio de los Deportes en La Habana a una presentación de la lucha profesional y le dije a quien me acompañaba que yo podía realizar la rutina apreciada.

“Días después leí en un periódico que en el Casino Deportivo se estaba practicando lucha y fui hasta el sitio con la idea de iniciarme en esa experiencia. El profesor José García explicó que era la modalidad amateur y acepté”, refirió nuestro protagonista mientras esgrimía una nostálgica sonrisa.

“Todas las noches luego de las prácticas me iba para el parque de Manila y enseñaba a mis amigos lo aprendido. Ahí nació la vocación de entrenador. Luego pasé a trabajar como preparador en un gimnasio que se encontraba en la calle 20 de mayo. Aclaro que no dejaba de competir. De hecho gané un torneo provincial e incursioné en una justa nacional.

“Mantuve esa dualidad hasta 1963, cuando fui escogido para estudiar en la Unión Soviética por un año. Al regreso volví al equipo nacional como atleta. En 1965 fui al Noveno Festival Mundial de la Juventud en Argelia. Se aprovechó la ocasión y visitamos Bulgaria, en la cual entrenamos. Allí me fracturé la clavícula y se frenó mi vida como deportista. Entonces asumí la responsabilidad de entrenador jefe de la selección de mayores”.

Cuenta que siendo profesor del otrora Instituto Superior Manuel Fajardo, su director Raudol Ruíz le propuso una misión ambiciosa: impulsar la lucha. “Habló de crear una escuela y le respondí que sí. Hicimos un bojeo por las seis provincias de ese período y captamos un grupo de hombres de mucha valía, entre ellos, Isidro Cañedo, Erick León y Pedro Val”.

Rollé señala el galardón que lo acredita como miembro
del Salón de la Fama de la Unión Mundial de Luchas. Foto: José Raúl Rodríguez Robleda

Comprender que la nación tenía talento acarreó tiempo. El recorrido no resultó fácil, no obstante, los que persisten triunfan. “El progreso fue gradual. Al inicio perdíamos todos los combates en las principales justas. Poco a poco comenzamos a ganar. Quedar novenos era un logro. En 1975, durante una reunión con el conjunto nacional, expresé que estábamos ya preparados para lograr títulos olímpicos y mundiales. Todos comenzaron a reírse y pensaron que estaba loco.

“Ellos lo aseveraban porque en ocasiones nos decían que éramos turistas, dado lo rápido que perdíamos. Prácticamente veíamos la acción desde las gradas. Hoy les ganamos a quienes nos subestimaban”, manifestó con la misma energía que impulsó las ansias de sus discípulos.

Refiere este guerrero que sus hijos y nietos deportivos le quieren de corazón. “Llaman y se preocupan por mi salud. Incluso los que viven en el exterior cada vez que tienen la oportunidad me dedican unos minutos. El pasado año se corrió la noticia de que había fallecido. Las llamadas en casa fueron tantas, que hubo que hacer turnos frente al teléfono”, atestiguó para acto seguido agregar: “Eso se tradujo en salud”.

Cada generación atesora las características de su etapa. La lucha no es la excepción, si bien hay una que no conoce de estaciones: la persistencia. “La continuidad en el trabajo es una de las armas más valiosas. Si nos hemos superado es gracias a ello, sin descuidar los avances científicos y técnicos. De eso dan fe el buen número de medallas ganadas en los principales certámenes del planeta”.

Sobre las proyecciones no duda de que los triunfos se amplíen. “Cada vez perfeccionamos más el trabajo en la base y los entrenadores han incrementado su nivel. A eso se suma la labor excelente que se realiza en las provincias. Todas suman triunfos a la causa nacional. Eso demuestra calidad y desarrollo.

“Confieso que jamás soñé con llegar al nivel que tenemos. Hubo períodos en que algunos desconfiaban, pero junto con varios especialistas encontramos soluciones a diversas complejidades. Hoy estar en la élite es una gran recompensa”.

Errados criterios marchitaron por muchos años los sueños de las mujeres, quienes añoraban probar sus destrezas sobre un colchón de lucha. Felizmente esa etapa llegó a su fin y en la actualidad como hacedoras de un sinnúmero de hazañas, enriquecen al movimiento atlético nacional.

“Me esforcé por su inclusión. Durante un tiempo dijeron que era muy violenta para ellas. Las defendía argumentando que tenían capacidad de cortar caña, levantar edificaciones y asumir cualquier tarea. Al final se impuso la lógica. Lo mejor está por llegar”.

Balas entre playas y montañas

Un buen guía es aquel que tributa algo a quienes lo rodean. Alguien que se nutre de su equipo de trabajo. Que instruye con el ejemplo del criterio y la lealtad. Un buen líder hace mejores los lugares en los que está. Y también más eficaces a los personas con las que labora. En ocasiones la guerra esculpe hombres así.

“Procedo de una familia revolucionaria, de la cual recibí tremendo ejemplo. Al triunfo de la Revolución me vinculé a las milicias y luego partí a la lucha contra bandidos en el Escambray. A continuación combatí en Playa Girón y además estuve acantonado cuando la Crisis de los Misiles. La conclusión más importante que saqué es la defensa a toda costa de lo que tanta sangre costó.

“Estas experiencias sirvieron en el deporte. La voluntad, la disciplina y la fidelidad son atributos que les inculqué a los atletas. Batallé para formarlos como mejores hombres”, recalcó.

Un corazón dividido entre patria y familia

 

La familia, el mayor tesoro de Gustavo Rollé. Foto: José Raúl Rodríguez Robleda

Algunas de las páginas más gloriosas del deporte cubano la escribieron hombres dueños de heroísmo que merecen una gigantesca reverencia. Ser protagonista de esos hechos mientras se toman las riendas de la historia es una vivencia que atesora.

“Formé parte de la delegación de la dignidad. Estar en el buque Cerro Pelado es algo inolvidable. Íbamos escudados bajo una atmósfera de lealtad. Nos dirigía un compañero como José Llanusa, pero nos impulsaba el ejemplo de Fidel.

“Tal era nuestra decisión que hubiéramos sido capaces de llegar a nado a Puerto Rico. Fue una experiencia que reportó medallas y lealtad. Al regreso el Comandante en Jefe abordó el barco y compartimos anécdotas y enseñanzas.

“Tiempo después sugerí para el centro de entrenamiento de los atletas el nombre Cerro Pelado. No me llevé por la emoción. Ya tenía pensado que era el ideal para una institución que tendría un peso significativo en el deporte”.

Ser durante 20 años miembro de la Federación Internacional de Luchas es un privilegio que resguarda con orgullo. “Ese espacio se ganó gracias al conocimiento y los resultados. En distintas ocasiones salimos reelectos con la mayoría de los votos. Tamaña labor permitió que seamos miembros honorarios, algo que solo poseen contadas naciones”, afirmó.

Varios son los formidables discípulos que modeló. Todos tienen un lugar en su corazón, pero uno que fue un volcán en erupción invade sus pensamientos, el fallecido Raúl Cascaret.

“Tenía mucho carácter. Horas antes de discutir el título en el mundial de 1985, en Hungría, se desapareció.  Lo encontré en el hotel. Con un poco de dureza le pregunté: ¿no sabes que peleas pronto? Me tiró el brazo por encima y dijo: “Tranquilo, que yo soy medalla de oro”. Cumplió la promesa. Siempre nos admiramos.

“Lo de Padre de la Lucha Cubana surgió en una reunión de comisionados provinciales. Confieso que lo acepté con felicidad, pues a todos los considero como mis hijos”.

Cierto sabio escribió que un hombre es como un árbol. Crecerá tan recto como su naturaleza y sus raíces se lo permitan. Así será capaz de resistir las torsiones deformantes. En el caso que nos ocupa, la estirpe es la sólida raíz que sostiene al roble.

“Lo conseguido se lo debo a mi familia. Mi esposa Bertha Isabel, conocida por Rebeca ha sido vital. Desde novios fue mi escudera. Junto con mis hijos y nietos merece un monumento. Si hoy estoy aquí es gracias a ellos. Que nadie lo dude”.

En 1957, al recibir el Nobel de Literatura, el francés Albert Camus dijo: “Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo”. La de Gustavo Rollé Fernández se mezcló con sueños que forjaron hombres como él. Su ejemplo exalta el espíritu del deporte cubano.

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