El abrazo para la victoria

El abrazo para la victoria

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Una de las frases más optimistas de la historia marcó el designio de unos pocos hombres: “Cinco, más dos que tengo yo, siete. ¡Ahora sí ganamos la guerra!” Diría Fidel, una vez contados los fusiles, el 18 de diciembre de 1956 cuando se reencontró con Raúl y otros seis bisoños.

El desembarco del yate Granma había sido casi un fracaso teniendo en cuenta las condiciones extremas de la zona litoral de Los Cayuelos, en Niquero. Las apretadas raíces de los mangles, el lodazal y la altísima humedad condicionaron el lento avance de los expedicionarios, quienes traían sobre sus hombros, además, armamento y provisiones. El cansancio siguió cada vez en aumento.

La edad promedio de los 82 tripulantes era de 27 años, de ellos 21 habían participado en los asaltos los cuarteles Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, y Guillermón Moncada, de Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953, por lo que la confianza en Fidel se hacía latente.

Ya en tierra firme se produjo el ataque sorpresivo e incesante del ejército opresor en Alegría de Pío, el 5 de diciembre. La tropa, aún extenuada, no tuvo más opción que dispersarse en 28 partidas, no previstas, sino resultado del infortunio. Como “el bautismo de fuego” pasó este hecho a la posteridad.

El acecho por parte del enemigo fue tal que no les permitió a muchos llegar a sentir el calor de su Patria. Tanto por aire como por tierra se hizo lamentar el peso de la ignominia y la satisfacción inhumana por el derramamiento de sangre. La orden era matar.

Una de las vidas tomadas antes de tiempo fue la de Juan Manuel Márquez, segundo jefe al mando de la expedición, vilmente asesinado dos semanas después de su entrada a Cuba.

Diezmado el grupo, diseminados los pocos sobrevivientes, perdidos los recursos y pertrechos, agotamiento y hambre por los más de cien kilómetros de caminata continua entre cañaverales y montes resultó entonces el saldo; sin embargo un gran hombre vislumbraba, y con él quienes le acompañaron.

Grupos donde se insinuaba la guerrilla rebelde

Bajo la cacería enemiga Fidel, junto a Faustino Pérez y Universo Sánchez, mantuvieron la firmeza de salvarse. Para evadir el fuego tuvieron que recorrer extensos parajes arrastrando incluso sus cuerpos por el suelo a veces escabroso. El desfallecimiento en alguna ocasión los hizo dormir varias horas entre la paja pese al tiroteo de las avionetas.

En la mañana del 16 de diciembre lograron llegar a la finca El Salvador, propiedad de Ramón Pérez Montano, en Cinco Palmas. Allí esperarían.

La suerte de Raúl, René Rodríguez, Ciro Redondo, y otros dos compañeros no fue menos infructuosa. Casi certeras emboscadas pusieron prueba sus capacidades físicas y deseos de triunfo.

Ellos transitaban también hacia el este pero a kilómetros de distancia del primer grupo. Luego de varios días sin tener noticias de su líder conocieron, por comentarios de quienes habitaban la zona, que vivía y perseguía el mismo fin: llegar a la Sierra Maestra.

La confirmación llegó en voz de Primitivo Pérez con un “Fidel está aquí”, el cual, como Guillermo García, Crescencio Pérez, Celia Sánchez, entre muchos otros, se convirtió en colaborador del incipiente ejército guerrillero. La alegría se tornó infinita y con ella la disposición de llegar hasta él.

Por su parte Juan Almeida, Camilo Cienfuegos, Ernesto Guevara, Ramiro Valdés, Francisco González, Reynaldo Benítez y Rafael Chao traspasaron con dificultad los cercos de la tiranía. El costo de conservar sus vidas estuvo en perder las armas.

El reencuentro: primera victoria

Sin la ayuda de los campesinos este episodio de los tripulantes del Granma  no hubiera tenido su momento ícono u oportuno.

La sangre mambisa heredada les dio el valor a los campesinos para que en sus humildes casas recibieran a los hostigados y con ellos compartieran comida y abrigo, al tiempo que articularon el lazo que los volvería a reunir.

Aquella noche el abrazo de los hermanos en la localidad serrana de Media Luna pasó de emotivo a ser esperanzador. En él se estrecharon todos los ideales por los que luchaban y lo seguirían haciendo hasta nuestros días.

Pese a parecer un arranque de entusiasmo, como calificaría el propio Fidel su frase premonitoria sobre ganar la guerra, no cabe dudas que fue el mejor aliciente para aquellos hombres y remarcó su capacidad de liderazgo.

El 21 de diciembre de 1956 se unió el tercer grupo de jóvenes revolucionarios y cuatro días después marcharon hacia las montañas del oriente cubano, escenario de importantes sucesos para los anales de nuestra historia.

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