Crimen en el puerto de La Habana

Crimen en el puerto de La Habana

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La obra de Aracelio perdura en los trabajadores cubanos. Foto: Eddy Martin
La obra de Aracelio perdura en los trabajadores cubanos. Foto: Eddy Martin

 

En el año de 1948 el movimiento sindical cubano sufrió sensibles pérdidas: en enero fue asesinado el líder azucarero Jesús Menéndez; en abril, el prestigioso dirigente de los tabacaleros, Miguel Fernández Roig; y el 17 de octubre fue herido mortalmente Aracelio Iglesias, el aguerrido secretario general del Sindicato de Braceros y Estibadores del Puerto de La Habana y del Comité Pro Unidad de la Federación Obrera Marítima Nacional.

Entonces no se hablaba de la situación de los derechos humanos en Cuba ni el autoproclamado paladín de esos derechos, Estados Unidos, se preocupaba por lo que aquí estaba ocurriendo ante los ojos de todos, porque Jesús había sido ultimado por la espalda en una estación de ferrocarril, sin que su condición de miembro de la Cámara, que le otorgaba inmunidad parlamentaria, contara para nada; Fernández Roig cayó abatido en la galera de la tabaquería ante la mirada atónita de sus compañeros, y a Aracelio lo balearon en el local donde se había quedado conversando con un grupo de compañeros, tras haber efectuado una reunión preparatoria de un acto de protesta contra el régimen. Eran acciones impunes porque sus autores eludían, con apoyo gubernamental, el castigo de la justicia.

Y es que la desaparición física de estas figuras formaba parte de un plan que rebasaba las fronteras nacionales, insertado en la ofensiva fraguada después de la Segunda Guerra Mundial por el imperialismo contra el movimiento obrero de los países latinoamericanos y en especial el cubano, cuya combatividad se había convertido en un serio obstáculo para sus planes de dominación en la Mayor de las Antillas. Y esta política fue puesta en práctica diligentemente por el Gobierno de Ramón Grau San Martín.

El diario The New York Times llegó a calificar irónicamente a Aracelio como el Zar rojo del puerto de La Habana, pero la gran ascendencia y el prestigio alcanzados por aquel hombre negro de origen humildísimo, que comenzó su vida laboral a los 15 años como bracero de los muelles, nada tenía que ver con el dominio absolutista y despótico de los zares.

Su liderazgo lo conquistó al calor de las batallas que encabezó en defensa de sus hermanos de clase, y su condición de “rojo”, como solían llamar a los comunistas, lo llevó a situarse en la primera línea de combate contra los intereses de los empresarios estadounidenses y criollos empeñados en incrementar sus ganancias a costa de pisotear los derechos de los asalariados.

Fundador de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) y miembro de su comité ejecutivo, libró numerosas batallas a favor de sus compañeros de labor, como el enfrentamiento a las tentativas de suprimir o reducir los embarques de productos por la rada habanera y desviarlos a otros puertos donde les fuera más fácil a las compañías navieras imponer rebajas de salarios o despidos. No dudó en luchar también contra métodos más modernos de descarga y transporte como los ferris y sea trains, que en aquel contexto histórico reportaban grandes utilidades a las empresas, pero dejaban sin trabajo a los estibadores. Bajo su dirección se lograron importantes conquistas como la regulación del trabajo en el puerto de La Habana mediante una lista rotativa, aumento de salarios y descanso retribuido, entre otras.

Se recuerda un tenso enfrentamiento del entonces ministro de Trabajo Carlos Prío Socarrás con Aracelio, en una discusión en torno a demandas laborales. El primero quiso impresionarlo espetándole: “Ven acá, ¿tú te crees que eres el dueño de los muelles o qué?”, a lo que el sindicalista no tardó en replicar : “¿Y tú te crees que eres el dueño de Cuba o qué c…?”

No fue casual que poco tiempo después de que Prío asumiera la presidencia de la nación, Aracelio perdiera la vida. Fue un crimen bien premeditado. Se habían puesto de acuerdo el pistolero anarquista Joaquín Aubi Casal, miembro del Buró de Investigaciones Policiales y agente del G-Men en Cuba, y Eliécer Baudín Vázquez, jefe de los interventores del Gobierno en el control de estibadores y confidente de la embajada norteamericana.

Para llevar a vías de hecho el asesinato dichos individuos se reunieron en secreto con el rompehuelgas y traidor Alberto Gómez Quesada, y una pandilla encabezada por Rafael Soler Puig, apodado El Muerto.

Atacado por la espalda, Aracelio pudo volverse, identificar y acusar a sus agresores y con sus últimas fuerzas convocar a la manifestación de protesta que acababa de organizar en ese mismo local. “No faltes, hermano trabajador del puerto, a esta cita que te hago desde mi lecho de muerte”. Al día siguiente, 18 de octubre, dejó de existir, aunque su desaparición física, lejos de apagar la rebeldía de los portuarios, los comprometió más en la lucha.

Acerca del autor

Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …

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