
Los sucesos del Moncada acontecidos el 26 de julio de 1953 marcaron por siempre a Santiago y a Cuba toda.
Y no fue solo el hecho en sí, con su peculiar historia de arrojo, con los tantos sitios vinculados a la preparación del ataque o con el protagonismo de seres humanos gloriosos que hoy son paradigmas de la nación.
La trascendencia de tal acontecimiento va más allá de todo ello, que ya es mucho decir.
Es más bien una huella intangible pero perdurable que está adentro, muy adentro de nuestra esencia como país y como cubanas y cubanos.
Decir 26 de julio en esta nación es hablar de dignidad y libertad, de locura necesaria, de trabajo, de entrega, y de amor.
Veintiséis es más que un número para los cubanos, es una especie de sortilegio que lo mismo hace su aparición en las letras de un verso, que en las notas de una canción, que en los compromisos de centros laborales o de estudios.
El Día de la Santa Ana se torna tiempo de meditación y de propuestas, de planes para el presente y el futuro, de punto de partida para alcanzar un nuevo escalón en el progreso social y económico de esta Revolución.
Pero de modo especial para los santiagueros y santiagueras el 26 de julio es identidad, nos corre en las venas y le da fuerzas al corazón para seguir alentando batallas por venir.
De tal modo que este domingo es otro 26 de bríos renovados porque vamos a la carga en grande, pensando en el porvenir que necesariamente tendrá que ser mejor, más próspero, más luminosos, más nuestro por derecho de conquista.
Renuévense entonces las palabras del poeta: “ya estamos en combate”, porque en Santiago y en Cuba siempre es 26.

Acerca del autor
Periodista cubana. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesora Auxiliar de la Universidad de Oriente. Guionista de radio y televisión.

