Venecia, filme cubano: Locuras de una noche de verano

Venecia, filme cubano: Locuras de una noche de verano

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Venecia filme cubano
fotograma del filme

Por Frank Padrón

Tres mujeres jóvenes trabajadoras en una peluquería estatal, al finalizar su jornada salen “de juerga” y no paran hasta el amanecer del siguiente día. En el trayecto afloran sueños, frustraciones, roces, chistes por el físico —esa eterna preocupación femenina— y una amistad que coincide, entre otras confluencias, en el legítimo anhelo de mejoramiento, en la instauración de la utopía que tiene en el título del filme su emblema.

Venecia (2014), filme más reciente de Kiki Álvarez (Jirafas) se desmarca del inmediatismo en que ha caído cierto cine cubano ad usum para intentar búsquedas tanto morfológicas como conceptuales algo más originales, hasta donde es posible esto en el arte, ya se sabe, y no es que se divorcie radicalmente del contexto —el medio laboral, el transporte asumido, los centros nocturnos que visitan los personajes y otros detalles remiten de modo claro a la sociedad cubana actual— pero elude, para bien, el chiste fácil, el apego estrecho al aquí y ahora propios de ese “sociologismo vulgar” que arruina todo.

El concentrarse en espacios íntimos, en reacciones impredecibles de hombres y mujeres, al punto de erigir verdaderos microcosmos, viene signando la poética del cineasta desde sus títulos iniciales (La ola, Miradas, Marina…) al margen del nivel de logros y falencias puntuales en cada uno de ellos.

En su nueva incursión por la naturaleza humana —esta vez, como se ha dicho, femenina—, sus (des)encuentros, anhelos y choques, Álvarez se anota puntos en la consecución de un ambiente desenfadado y hasta sórdido, que parece complementar los estados personales de sus protagonistas; las escenas en la discoteca, por ejemplo, delatan un esmerado trabajo de montaje (Joana Montero) dadas las cristalizadas alternancias entre las 3 jóvenes y sus procederes, algo que también la música (del DJ Joyvan) contribuye a redondear.

Deudora del free cinema británico, también del udigrudi brasileño pos-Cinema Novo y hasta del Dogma 95 —movimientos todos que más allá de sus especificidades insistían en la irreverencia fílmica, las posturas anticanónicas, la deliberada “suciedad” imaginal y la improvisación como método histriónico— Venecia emite un canto afinado sobre la necesidad de soñar a toda costa, de exorcizar demonios que ayudan —aunque sea cualquier noche loca de verano… o de la estación que fuere— a enfrentar los contratiempos cotidianos y los sucesos en cada vida que impiden la realización plena.

En tal sentido, la cinta sin dejar de ser bien cubana, porta esa cuota de universalidad que siempre trasuntan los mejores textos artísticos.

En el orden de los reparos, el propio método fílmico, esa inquieta cámara en mano que incorpora el sonido directo, genera no poca ausencia de limpieza en el orden auditivo, lo cual implica que no se reciban con la suficiente nitidez algunos de los diálogos, y otros, hasta se pierdan absolutamente.

Por otra parte, si el personaje de Violeta (Claudia Muñiz, autora también del argumento y el elemental guion que sirvió de plataforma al filme) descuella entre las 3 mujeres del filme por la visibilidad de su personalidad y conflictos, se hubiera deseado mayor profundización en los de sus amigas, notablemente trazadas en cuanto a diseño, pero sin el desarrollo necesario.

Las actrices, a propósito, se desempeñan con suficientes convicción y seguridad; no sola la Muñiz —habitual en el cine de Kiki— sino Maribel García y Marianela Pupo (justamente reconocidas en el festival de Guadalajara) junto con otros colegas, como Jazz Vilá, al parecer eterno trans del cine cubano, pero que en definitiva asume siempre muy bien.

Venecia es un filme cálido, motivador, sin alharacas ni pretensiones de gran cine, pero de esos que llevamos a casa una vez abandonada la sala de exhibición.

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