Aventuras y desventuras de Netanyahu

Aventuras y desventuras de Netanyahu

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140729-netanyahu-0433_239c513079ae4d286dc50a7df841ee31Las airadas manifestaciones de miles de israelíes en las calles de Tel Aviv en demanda del reemplazo del primer ministro Benjamín Netanyahu, en las elecciones parlamentarias del 17 de marzo, y las acerbas críticas a las prioridades de su errática política interna e internacional, agudizan la impopularidad del líder del Partido Likud y de la coalición ultraderechista de su Gobierno.

En el orden interno y bajo la consigna “Israel quiere un cambio”, su población vuelve a pronunciarse masivamente porque el Gobierno concentre la atención en las carencias y problemas de salud, vivienda, educación, empleo, servicios sociales y en la reducción del alto costo de la vida, signos de la crisis económica que afecta al país, pese a los cantos de sirena oficiales de haberla superado.

No obstante, el proclamado crecimiento y desarrollo israelí tiene gran dependencia de Estados Unidos, de lo cual las autoridades del régimen no desean ni tienen la intención de desprenderse, pues tan solo en el aspecto militar engrosa su presupuesto en más de 4 mil millones de dólares anuales, además de contar con el cuantioso  respaldo financiero y las inversiones del lobby judío de numerosos países en todo el mundo.

La realidad supera la fantasía de una sociedad de bienestar. Analistas internacionales señalan que según las encuestas  el  40 % de los jóvenes israelíes están dispuestos a marcharse del país por la precariedad del empleo, los bajos salarios, el elevado precio del alquiler de las viviendas y el alto costo de la vida, incompatibles con el poder adquisitivo de los ciudadanos.

Aunque no se registran cifras exactas en las estadísticas oficiales, en los últimos años miles de israelíes se han establecido en otros países, fundamentalmente de Europa, conminados también por la sensación de inseguridad permanente e impresión de la constante amenaza de que el país pueda desaparecer en cualquier momento, aprensiones derivadas de los conflictos en el Oriente Medio en los que está involucrado militarmente el Estado judío, ya sea en Palestina, Siria y el Líbano.

A las desventuras domésticas y la crisis de liderazgo y credibilidad del premier sionista, mostrada por las últimas encuestas, la acompañan su reciente e iracundo discurso ante el Congreso de Estados Unidos en contra de las negociaciones que con Irán sostienen ese país, China, Francia, Reino Unido, Rusia y Alemania, en busca de alcanzar un acuerdo marco sobre la aprobación del programa nuclear de la nación persa.

Su amenazante alocución en el Senado norteamericano estuvo plagada de diatribas contra Teherán, la posibilidad de la firma de un tratado con esa nación, y de veladas críticas al presidente Barack Obama, a pesar de expresarle reiteradamente su agradecimiento por el inquebrantable respaldo de EE. UU. a Israel, las que hicieron  evidente las diferencias de apreciación, más personales que políticas, entre ambos mandatarios sobre un tema tan candente y con tantas aristas, aunque el presidente declare lo contrario.

El jefe de Gobierno israelí, que en sus explosivas declaraciones  calificó de malo el pretendido acuerdo, se vio estimulado en sus aspiraciones por lo afirmado por el líder de la mayoría en el Senado, el republicano Match McConnell, que aconsejó a Obama no hacer “el mal acuerdo que  todos anticipamos que va a hacer”.

Sin embargo, y en contraposición a ambos pronunciamientos, los ciudadanos israelíes reclaman, además, una política de distensión y paz en la región, que disminuya las tensiones y evite las amenazas de un conflicto bélico de impredecibles proporciones.

Pero, como la terquedad y la torpeza parecen presidir las acciones del primer ministro israelí, este acaba de asegurar su negativa a  ceder territorio a Palestina y a la creación de su Estado independiente y soberano, dentro de las fronteras de los territorios que les fueron  arrebatados durante la Guerra de los Seis días, en junio de 1967, lo que significa un tiro de gracias a las agónicas negociaciones del conflicto, dilatadas por más de 30 años.

“No habrá concesiones ni retiros. Es simplemente irrelevante” ha afirmado Netanyahu, considerado en las encuestas de opinión pública previas a los comicios como “un obstáculo en las conversaciones de paz con Irán y Palestina”.

A pesar del reconocimiento del Estado palestino por más de 130 países miembros de la Organización de Naciones Unidas, y la mayoritaria desaprobación internacional, el premier sionista se rehúsa a aceptar los tratados y leyes internacionales, viola los derechos soberanos de ese pueblo árabe, persiste en la colonización de sus territorios, incrementa las agresiones militares y mantiene el inhumano bloque a  la Franja de Gaza.

Sin cambios en su programa político y confiado en la probabilidad de lograr una nueva coalición de partidos ultraderechistas que lo secunden, el jefe del Likud se apresta a la aventura de desafiar a  una creciente oposición en la nueva contienda electoral, en la que de triunfar su gestión será más de lo mismo, pero con los grandes  riesgos que su continuidad en el Gobierno implica para la seguridad, estabilidad y la paz en la convulsa región.

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