Pensarnos

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Lo planteaba uno de los participantes extranjeros en la Convención de Radio y Televisión Cuba 2014, que concluyó la semana pasada en esta capital: los jóvenes cada vez ven menos televisión, escuchan menos radio. El impacto de Internet, donde cada quien busca lo que quiere y suele encontrarlo, ha alejado a un público potencial de los medios más convencionales.

Eso, obviamente, ocurre en otros contextos. En Cuba, el acceso a la red de redes es todavía incipiente. Buena parte de la población —incluso, de la población más joven— nunca se ha sentado frente a una computadora conectada. Pero no hay que ser muy observador para notar que una parte significativa del segmento poblacional menor de 3 5 años está buscando entretenimiento en otros ámbitos.

Sobre todo en las grandes ciudades, muchos jóvenes consumen productos comunicativos de disímiles calidades y procedencias en sus computadoras personales, o en cualquiera de los flamantes medios de reproducción.

Hay que decirlo: esas ofertas rara vez son cubanas. La cuestión, está clarísimo, no es prohibir. A estas alturas, es imposible hacerlo, sin contar las repercusiones éticas que pudiera tener esa acción.

El camino es producir con más calidad, a la altura de las demandas de un público abierto a numerosas influencias. No hay que aspirar a que los jóvenes solo disfruten series, películas y musicales hechos en Cuba; pero sí se puede trabajar por un equilibrio en el consumo, que de alguna manera potencie valores y conocimientos, sin sacrificar espectacularidad y buena factura.

De eso se habló en la convención, diáfanamente, con los pies en la tierra. Y se habló también del rol de los medios en las encrucijadas —económicas, políticas, sociales, ideológicas— que plantean los nuevos tiempos. Hay un modelo público que hay que blindar, ante el avance indetenible delas grandes corporaciones del entretenimiento, avanzada de una globalización con pocos matices.

La televisión y la radio en Cuba pudieran ser un laboratorio, teniendo en cuenta las peculiaridades de nuestro sistema de medios. Pero eso se dice muy fácil. En la práctica, en el día a día, hay todavía demasiados retos, más obstáculos de la cuenta.

Urge renovar los esquemas de producción y realización. Hay que revisar las estrategias de financiamiento (el Estado, naturalmente, seguirá siendo un actor importante, el más importante, pero no tiene por qué ser el único). Es necesario repensar los mecanismos de jerarquización de los contenidos. Tenemos que hacer una radio y una televisión más cercanas a la gente.

Encuentros como esta convención son importantes, pueden dar pistas, permiten vislumbrar soluciones. Pero, está más que demostrado, no son suficientes. Las batallas hay que ganarlas todos los días, dejando a un lado concepciones superadas por la práctica.

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