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Krausirpe (X)

Cuando tocamos tierra firme nos fundimos en un abrazo con el doctor Fernando, el colaborador cubano que estaba más apartado de la civilización de los que llegaron a Honduras después del paso del huracán Mitch, hace casi 20 años. Hacía dos meses que no se encontraba con un coterráneo.

Con un simple vistazo pudimos apreciar que si el mundo tiene un punto final, ese está en la aldea de Krausirpe (o Krausirpi), perteneciente geográficamente al municipio de Wampusirpe, en el Departamento de Gracias a Dios, conocido también como La Mosquitia hondureña.

El río Patuca lo es todo para quienes viven en la aldea de Krausirpe. Foto: La Vanguardia

Unos niños se bañaban en el río Patuca. Ese era el único entretenimiento al que tenían acceso, porque allí no había ni siquiera televisión o radio, y mucho menos electricidad. Pululaban las típicas viviendas humildes montadas sobre pilotes.

Caminamos hasta el Centro de Salud, una confortable edificación bastante similar a la de Wampusirpe, construida con materiales donados por el Gobierno de Japón. Nunca había tenido un médico de manera permanente.

Al frente, junto con unas plantas florecidas que conformaban una especie de jardín, podían apreciarse las cruces que marcaban sitios de enterramiento. Le pregunté al doctor Fernando y me dijo que con anterioridad la gente moría en el Centro, el cual contaba únicamente con una enfermera, y los sepultaban allí mismo, sin caminar mucho. Me resultó una paradoja.

El colaborador cubano, en medio de la alegría por nuestra llegada, nos explicó que las principales enfermedades eran las diarreicas agudas por la inexistente potabilidad del agua (utilizaban la del río Patuca para todo), y el dengue, contra el que contaba con pocas medicinas para suministrar a los pacientes; además, le resultaba difícil atender a las embarazadas, por las costumbres machistas, muy arraigadas en los habitantes de la aldea.

En Krausirpe residían y aún residen indios de la etnia Tawahka, que forma parte del grupo conocido como Sumu, una de las existentes en La Mosquitia. A diferencia de los misquitos, ellos son más reservados, menos comunicativos y no muy bien llevados con los extranjeros, lo que complicaba sobremanera la labor del doctor cubano.

Desde el primer momento lo notamos un tanto alterado. “Esto no es fácil mi hermano”, me dijo. “Extraño mucho a la familia y me siento muy solo, sobre todo en las noches. Aquí prácticamente no puedo hablar con nadie, no hay un radio, ni un televisor. Tengo que bañarme en el río y comer lo que pueda. Pero esta gente me necesita y estaré aquí el año que me corresponde”.

Hicimos fotos y recorrimos la aldea. Esperamos a que el colaborador escribiera unas cartas, las que pondríamos en la agencia de correo en cuanto llegáramos a la ciudad de La Ceiba. Hacía bastante tiempo que su familia no conocía cómo se encontraba él y viceversa.

Le dijimos frases de aliento (no creo que le hayan servido de mucho) y él nos agradeció nuestra presencia. “Jamás imaginé que ustedes vinieran hasta acá”, expresó mientras caminábamos hacia la orilla del río para abordar de nuevo el pipante y tratar de llegar, en contra de la corriente, a la aldea de Auas antes de que cayera la noche.

Ciertamente nos dio pesar dejar atrás al doctor Fernando, pero nos fuimos orgullosos de contar con compatriotas como él, capaces de afrontar las adversidades por el bien ajeno. Gracias a su presencia se han salvado gran cantidad de vidas en Krausirpe. Valía la pena tanto sacrificio en bien de los necesitados.

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