Carlos J. Finlay y Barrés nació en la Villa de Santa María del Puerto Príncipe, actual Camagüey, el martes 3 de diciembre de 1833; sus padres fueron el escocés Edwar Finlay y Wilson, protestante y la francesa Marie Elizabeth de Barrés de Molard, católica. Vale señalar que fue inscripto con el nombre de Juan Carlos, ya de adulto comenzó a firmar sus publicaciones como Carlos J. Coincide su nacimiento con la llegada a Cuba, por primera vez, de una epidemia de cólera morbo procedente de los Estados Unidos. De niño tenía una constitución débil y delicada, pero en él ya asomaba un espíritu enérgico y decidido, jugaba poco, observaba mucho.
Sus primeros seis años los pasó en las barriadas habaneras, luego se mudó con la familia a Guanímar, pequeño poblado en la costa sur, jurisdicción de Santiago de las Vegas. Allí, en el cafetal Buena Esperanza, creció junto a su hermano mayor Eduardo y aprendió las primeras letras con su tía Annie, la más joven de los hermanos de su padre. En 1844, con 11 años, viajó a estudiar a Francia, regresó dos años después enfermo de Corea, enfermedad que le dejó como secuela una disritmia de los músculos de la cara que le dificultaba articular las palabras por lo que se expresaba con cierta tartamudez.
Luego regresa a Europa en 1848 a estudiar en una escuela alemana de la ciudad de Mentz, a orillas del río Rhin, algunos la conocen como Maintz (Maguncia). En esa institución docente adquirió dominio de la natación; según testimonios del propio Finlay: «los alumnos eran conducidos en una balsa hasta el medio del ancho cauce, se les amarraba una cuerda alrededor de la cintura y eran lanzados al agua». En 1851 regresó a La Habana enfermo de fiebre tifoidea, después de unos meses, ya recuperado, volvió a Alemania.
Culminados sus estudios de bachiller, decide estudiar la carrera de Medicina y viaja a Cuba. En noviembre de 1852 su padre solicita a la Secretaría Política del Gobierno que le convaliden los estudios realizados por su hijo en Europa, después de revisados los documentos la Secretaría consideró que no eran suficientes para otorgarle el grado de Bachiller en Ciencias. Ante este dilema la solución pensada por la familia fue enviarlo a los Estados Unidos; en consecuencia viajó a Filadelfia en 1853, a la edad de 20 años, acompañado por su primo Felipe de Barrés, y ambos matricularon en el Jefferson Medical Collage, institución docente considerada como la progenitora de la medicina científica estadounidense.
El 10 de mayo de 1855 obtuvo el título de Doctor en Medicina, regresa a la Isla y el 21 de diciembre de ese año solicita al rector de la Universidad de La Habana la incorporación de su título. El 30 de enero de 1856 ya había cumplimentado todos los requerimientos y entregado los documentos exigidos, y días después, el 17 de febrero, se presenta a examen y es desaprobado. Finlay no se desanima; de inmediato le escribe al rector para que lo exonere de la obligatoriedad de tener que esperar un año para repetir el ejercicio, solicitud que le fue denegada. Al año siguiente se presenta nuevamente a examen y aprueba sin dificultad, el 15 de julio de 1857 recibe su título.
A partir de entonces desarrolló una intensa labor científica donde primó su aporte más trascendente relacionado con la fiebre amarilla. Vale apuntar que su contribución destaca en dos aspectos: uno, la teoría científica metaxénica de trasmisión de las enfermedades por agentes biológicos y, otro, la identificación del mosquito Culex Fasciatus, conocido actualmente como Aedes aegypti, como agente de trasmisión de la fiebre amarilla. El primero es el aporte teórico conceptual, lo segundo es su significativa aplicación práctica.
En 1864 el galeno solicitó su ingreso en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, petición que no fue aceptada por la membresía. Ocho años después de haberse rechazado su ingreso, el 14 de julio de 1872, la alta institución académica lo aceptó en condición de Académico de Número y le asignó el sillón 27; luego transitó con éxitos por los predios académicos, publicando en su revista Anales de la Academia de Ciencias de Cuba y presentando sus investigaciones en las sesiones científicas. En 1895 fue investido como Académico de Mérito.
El 16 de octubre de 1865 se casó, en la Iglesia de Monserrate, con Adelaida Shine, nativa de la isla de Trinidad. Con ilusión esperaban al primogénito al que habían acordado llamar Pablo, el bebé nació muerto; a este dolor se suma una complicación postparto de la esposa que la mantuvo en cama. Finlay la atendió con esmero y logró su recuperación. Después tuvieron tres hijos: Carlos, Jorge Enrique y Frank; este último durante la Guerra de 1895 se incorporó a las huestes mambisas.
La primera vez que Finlay dio a conocer su teoría ante el gremio científico tenía 48 años, fue precisamente en el país donde se graduó de médico. El 18 de febrero de 1881, ante la V Conferencia Sanitaria Internacional de Washington, defendió la teoría del contagio de la fiebre amarilla a través de la presencia de un agente biológico intermedio, capaz de trasmitir la enfermedad de un individuo enfermo a otro sano. A pesar de que los científicos presentes lo escucharon con escepticismo, este planteamiento significó una ruptura de las concepciones epidemiológicas de la época y que habían predominado durante más de tres siglos, según las cuales las enfermedades se diseminaban por contacto directo entre personas o debido a la influencia de un factor ambiental.
Seis meses después, el 14 de agosto de 1881, en sesión científica de la Real Academia de las Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, reiteró lo planteado en Washington, y añadió la hipótesis de que el agente trasmisor debía ser un mosquito, probablemente la hembra de la especie hoy conocida como Aedes aegypti. Después de dar lectura a su ponencia nadie opinó, Finlay regresó a casa y comentó con su esposa Adelaida: «hubiera deseado que refutaran cada concepción, punto por punto, para debatir, hablar y convencerlos, o que me convencieran a mi».
Tuvieron que pasar casi 20 años para que su teoría, conocida como doctrina finlaísta, fuera sometida a prueba. En 1901 La Habana es objeto de una masiva campaña contra el mosquito siguiendo las indicaciones de Finlay; él defendía que la clave del éxito radicaba en destruir las larvas en sus propios criaderos; la enfermedad comienza a disminuir y por primera vez se declara en un informe sanitario que los resultados obtenidos se deben a la campaña de saneamiento basada en los postulados del científico cubano. Sus contribuciones higiénicas destinadas a la eliminación del mosquito permitieron erradicar la fiebre amarilla no solo en Cuba, sino también en Panamá, durante la construcción del emblemático canal. Otros sitios como Río de Janeiro, Veracruz y Nueva Orleans también se beneficiaron de sus investigaciones.
El 20 de mayo de 1902 asume la presidencia del país Tomás Estrada Palma, quien nombra a Finlay, jefe superior de Sanidad. En su mandato se confecciona el primer código sanitario de la Isla. El documento, considerado novedoso para la sanidad de la época, disponía de manera obligatoria la vacunación contra la viruela, establecía mecanismos para garantizar el saneamiento sistemático, prohibía los baños en las aguas contaminadas del litoral norte habanero, exigía no arrojar basuras en la vía pública y dedicaba varios acápites a los controles epizoóticos para prevenir enfermedades trasmitidas por animales domésticos.
El notable científico, quien convirtió su casa en laboratorio y costeaba sus experimentos, fue también excelente oftalmólogo e internista. En Oftalmología, motivado por su padre quien ejercía esta especialidad, publicó un artículo científico donde propuso una nueva técnica quirúrgica para operar cataratas. Asimismo, diseñó un dispositivo para atenuar la brillantez de la luz natural en los operados por esta enfermedad y describió un efectivo vendaje ocular. En Medicina Interna prestó atención a las enfermedades tropicales como la lepra y el beri-beri e incursionó en la parasitología.
Otro de sus desvelos fue el estudio del cólera morbo asiático, publicó nueve artículos sobre el tema. Con verdadero rigor científico se dedicó a pesquisar las poblaciones afectadas, incluyendo la localidad del Cerro, sitio donde moraba. Tuvo la primicia de aplicar el método epidemiológico poco tiempo después que lo hiciera, por primera vez en Londres, su creador el doctor John Snow al estudiar el brote de cólera de Golden Square, Soho. Así demostró que la mayor incidencia de la enfermedad aparecía en los vecinos que vivían en las casas más próximas a la zanja real que atravesaba el barrio.
Le correspondió al sabio cubano la primacía en publicar un caso de hipertiroidismo en Cuba y el primer enfermo diagnosticado de filaria en sangre en América. Otros aportes estuvieron relacionados con la Entomología médica (descripción morfológica del mosquito y hábitos de vida), la coloración de las bacterias y la seroterapia en la fiebre amarilla. Estudió el tétanos del recién nacido, orientando la desinfección obligada de las manos y los instrumentos a emplear por las personas encargadas de cortar y retirar el cordón umbilical. También hizo aportes en la evolución del muermo, enfermedad del ganado equino que podía afectar al hombre.
Carlos J. tenía una vasta cultura, hablaba a la perfección inglés y francés, y podía comunicarse en alemán, leía latín y griego, conocía literatura clásica y moderna. Su integralidad se aprecia en las múltiples facetas que desarrolló. Estudió la presunta alcalinidad del clima de La Habana; propuso un modelo de acción de la gravedad, con el que daba respuesta a preocupaciones que el físico inglés Isaac Newton dejó planteadas sin darles solución, por lo que puede ser considerado entre los pioneros de la Física en Cuba. Fue uno de los fundadores del Club de Ajedrez de La Habana, en 1885.
Entre 1905 y 1915 fue propuesto siete veces al Premio Nobel de Medicina y Fisiología, no le fue concedido. Recibió con entusiasmo otros galardones, entre ellos: la Estatuilla de Bronce, otorgada por Leonard Wood en un banquete de honor; la Medalla Mary Kingsley, entregada por el Instituto de Medicina Tropical, Ronald Ross, en Liverpool, Inglaterra; la Orden de la Legión de Honor de Francia; fue nominado Presidente de Honor de la Junta de Sanidad y Beneficencia; distinguido como Socio de Honor de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana; obtuvo el Premio Bréant de la Academia de Ciencias de Francia; y el Doctorado en Leyes ad honorem del Jefferson Medical College, universidad donde se graduó de Médico. Después de su muerte recibió la Medalla Walter Reed de la Sociedad Americana de Medicina Tropical e Higiene.
Carlos J. Finlay y Barrés, el más ilustre de los científicos cubanos, falleció —según escribió en el certificado de defunción el doctor Alberto Díaz Albertini— de una enfermedad cerebrovascular, en su casa de la calle G entre 15 y 17, en el vedado habanero. Eran las 5.45 de la tarde del 20 de agosto de 1915, tenía 81 años.
Contra los múltiples intentos que hubo de silenciar su obra y despojarlo de su descubrimiento científico, el XIV Congreso Internacional de Historia de la Medicina, celebrado en Roma en 1954, estableció taxativamente que «a Carlos J. Finlay, de Cuba, y solo a él, corresponde el descubrimiento del agente trasmisor de la fiebre amarilla y a la aplicación de su doctrina, el saneamiento del trópico».
Acerca del autor
Dr. C. Ricardo Hodelín Tablada*
Médico e Investigador histórico. Doctor en Ciencias Médicas. Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Neurocirujano del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Docente “Saturnino Lora”. Santiago de Cuba. Miembro de la Uneac, de la Unhic y de la Scjm.


Muy interesante e importante contar con esta revisión histórica sintética del sabio cubano y muy apropiada su publicación en esta fecha. Su descubrimiento hace un siglo tiene una vigencia que sorprende y entristecen sus consecuencias aún a nuestras sociedades
magnífico e instructivo artículo, con el mérito de reverenciar no solo al científico extraordinario, sino a todos los galenos, signos herederos del benemérito científico.
Excelente lección de historia.Útil para saber cómo se gesta el conocimiento científico. y honrar a un héroe científico, mundial. Autor prolífico. Finlay, mezcla de razas, latitudes y medios.