
Dedicar este año la Jornada de la Cultura Cubana —que concluye hoy— a Fidel Castro Ruz y Armando Hart Dávalos es un acto de justicia. En el armazón y el espíritu de la política cultural de la Revolución están los aportes fundamentales de estos dos hombres, referentes indiscutibles en tiempos de muchos desafíos.
Eso considera el intelectual Abel Prieto, presidente de Casa de las Américas, quien tuvo el privilegio (y la inmensa responsabilidad) de trabajar muy cerca de Fidel y Hart. Está convencido de la vigencia y la utilidad de ese legado.
El hecho de que esta Jornada se inicie en el aniversario del levantamiento de Céspedes y sus compatriotas en La Demajagua, amplía las implicaciones de la celebración.
“No es casual que la Jornada comience el 10 de octubre y concluya el 20, cuando se entonó por primera vez el Himno de Bayamo. Armando Hart insistía siempre con orgullo que esas fechas sintetizaban la unión profunda entre la creación artística y los ideales emancipadores de ese 1868. Es la confirmación de que la identidad nacional había nacido de la fusión entre la lucha por la libertad y la vocación espiritual del pueblo cubano.
“La Jornada de la Cultura Cubana resalta una verdad esencial: En Cuba, la cultura y la nación son inseparables. Los ecos del Himno de Bayamo nos recuerdan que la independencia política no puede sostenerse sin independencia cultural. Hart lo explicaba como una continuidad natural: Céspedes, Martí, Mella, Fidel… un mismo hilo de pensamiento liberador.
“La Revolución es la depositaria de esta tradición. Desde el triunfo de 1959 contó con el apoyo entusiasta de grandes artistas y escritores. Es que la cultura no fue asumida nunca como ornamento. Fue, de hecho, pilar de un nuevo proyecto de sociedad.
“Pese a la agresión temprana de los Estados Unidos, la Revolución nunca descuidó la cultura: gestó una infraestructura formidable para la creación y la enseñanza artística. Se fundaron instituciones emblemáticas. Y —algo que no siempre se valora en toda su dimensión— se libró una Campaña de Alfabetización. Y ahí estaba la labor de Hart, por cierto. Se abrieron muchos caminos. Ya lo decía Carpentier: habían terminado los tiempos de soledad para el escritor cubano. El arte comenzó a ser un bien compartido. Derecho, no privilegio. Ahí estaba Hart. Y estaba, por supuesto, Fidel”.
Fidel con sus célebres Palabras a los Intelectuales…
“Reducir la política cultural de la Revolución a los planteamientos de ese documento sería injusto. Pero ciertamente en esa intervención están los pilares de toda la estrategia posterior. La democratización de la cultura debía ir de la mano de la excelencia artística, sin hacer concesiones en la calidad ni en el rigor del pensamiento.
“Fidel pedía la colaboración activa de los artistas para ampliar los horizontes espirituales de la gente, y evitar las vulgarizaciones. Era una apuesta por la cultura auténtica frente a la cultura chatarra, vacía y uniformadora, promovida por los poderes hegemónicos. Desde su perspectiva martiana, Fidel advirtió que la colonización simbólica podía ser tan nefasta como la económica”.
Pero eso no significaba ignorar el patrimonio universal, no era esconderse en la propia concha.
“Por supuesto que no. El primer libro publicado por la Imprenta Nacional fue el Quijote de Cervantes. Propiciar una gran tirada de una de las grandes novelas de la humanidad fue un acto de fe en la inteligencia y la sensibilidad de un pueblo. No fue un gesto retórico sino una declaración de principios: apostar por el espíritu, por la imaginación, por la belleza. Y la nuestra ha sido siempre una cultura de intensos diálogos con todas las culturas. Y es una cultura dialéctica. La consolidación de la política cultural no ha sido un lecho de rosas. Ha habido también espinas: interpretaciones desacertadas, aplicaciones erróneas, etapas dolorosas… Pero se ha defendido la idea martiana de que la justicia prevalezca”.
Usted lo ha dicho muchas veces: Fidel era un martiano raigal.
“Sí. En el pensamiento y la acción de Fidel está la impronta indeleble de José Martí: arte, cultura y emancipación como conceptos inseparables. Para Martí la cultura era el camino para la libertad plena. Es la esencia de esa frase tan repetida de Fidel: lo primero que hay que salvar es la cultura. Y Armando Hart era, sin fisuras ni contradicciones, martiano y fidelista”.
No es casual que Fidel y Hart compartan esta dedicatoria…
“Armando Hart fue el mejor intérprete de Fidel Castro en términos de política cultural. Estamos hablando de un intelectual brillante, un pensador, un humanista. Pude trabajar con él mucho tiempo, compartir desvelos y certezas. Su magisterio era permanente: enseñaba con sus ideas y la concreción de esas ideas. En definitiva, con su ética. Creía firmemente en que ignorar nuestro itinerario cultural equivalía a quedar desamparados. Sin raíces y sin brújula.
“Por eso siempre insistía en la necesidad de saber quiénes somos, de dónde (y de quiénes) procedemos. Apoyarse en un legado es fundamental para entender y asumir los desafíos del presente.
“Fue el ministro fundador del sistema institucional de la cultura. En esos primeros años del Ministerio de Cultura desarrolló una tarea inmensa y decisiva: restablecer el diálogo franco y transparente con los artistas, tan lacerado por el llamado Quinquenio gris. En aquel período de dogmatismo y exclusiones se había traicionado el espíritu de las Palabras a los Intelectuales de Fidel. Hart promovió una convocatoria inclusiva que permitió sanar heridas y reconstruir la unidad del movimiento intelectual y artístico.
“Fue un hombre de una decencia sin manchas. Cada vez que hablo de él lo recalco: nunca cedió a la mezquindad ni a la bajeza, ni siquiera frente a los que intentaron dañar su imagen. Seguía el mandato de Fidel: ‘No mentir jamás ni violar principios éticos’.
“Su conducta estuvo marcada por la limpieza en el alma y por una serenidad ejemplar. Para la historia de la cultura cubana quedará siempre esa coherencia entre pensamiento y acción, entre compromiso político y altura moral.
“Debemos volver una y otra vez a sus libros, releer sus ensayos y sus discursos. Ahí hay claves meridianas para enfrentar la desmemoria, la frivolidad, la desunión. Son tiempos complejos: abundan la manipulación, el odio y la calumnia. Hay plataformas perfectamente funcionales para diseminar todo ese veneno. El ejemplo de Armando Hart cobra una vigencia especial. Su lucidez y su fe en la unidad deben seguir alumbrando estos caminos de ahora mismo.
“Insisto: en el pensamiento y el ejercicio de Hart confluyen magistralmente Martí y Fidel. Y Martí y Fidel son hoy guías insustituibles”.

