¿Qué detalles precedieron el emplazamiento del primer monumento al Padre de la Patria? ¿Qué nombre lleva la plaza? ¿Cómo surgió la tradición de honrar a Céspedes?
El Céspedes que otea el horizonte desde el centro de la Plaza de Armas no remite al caudillo de la temeraria proeza del 10 de Octubre; ni al hombre que en su adultez y, tras cinco años de guerra contra España, aceptó estoicamente la destitución en aras de la unidad; tampoco al que marchó, en inmerecido desamparo, al recóndito paraje de la Sierra Maestra devenido altar de la Patria.
El Céspedes del hermoso espacio habanero nos recuerda al hombre ilustrado y sereno que, en su heroísmo, audacia y valor, sentó las bases de una Cuba democrática, respetuoso de la voluntad popular y de la ley.
Ningún detalle del monumento revela al transeúnte la encendida polémica que precedió a su colocación.
Plaza de la ciudad
Para el primer Historiador de la Ciudad Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), la Plaza de Armas de La Habana es la acrópolis de la capital, fue el punto de partida de una urbe que irradió en diferentes direcciones y creció rápidamente.

Desde el lejano 28 de enero de 1773, en cabildo extraordinario, el gobernador y capitán general Felipe Fonsdeviela, marqués de la Torre (1771-1777), hizo referencia a un terreno que se consagraría «para extensión de la Real Plaza de Armas».
El proyecto fue aprobado por el rey el 26 de junio de 1774 y en La Habana se enteraron casi seis meses después, el 21 de diciembre. De la idea original solo ejecutaron las Casas Capitulares o Casa de Gobierno (Palacio de los Capitanes Generales), que funcionó como residencia del Gobernador, sede del Ayuntamiento y otras dependencias. También se construyó el edificio destinado a la Administración de Correos y la Intendencia, más tarde Palacio del Segundo Cabo.

No fue hasta 1793, en el gobierno de don Luis de las Casas (1790-1796), que se terminó la Plaza de Armas. Años más tarde, los capitanes generales Salvador de Muro y Salazar, marqués de Someruelos (1799-1812), y Juan Ruiz de Apodaca (1812-1816), colocaron faroles, bancos de piedra y árboles. Durante el gobierno de don Francisco Dionisio Vives (1823-1832) se realizaron otras obras de embellecimiento.
Luego de la muerte del monarca Fernando VII (1784- 1833), el Capitán General Miguel Tacón decidió honrarlo con una estatua en la Plaza de Armas. La ceremonia tuvo lugar al amanecer del 24 de julio de 1834, a propósito del cumpleaños de la Reina Regente Gobernadora María Cristina de Borbón (1833 – 1840). Ese día, cuando los habaneros despertaron, el rey felón ya estaba allí.
En los últimos años de dominación española, la Plaza de Armas y su parque quedaron en total abandono. Durante la ocupación yanqui, las tropas estadounidenses se asentaron en sus predios y arrasaron con lo que había quedado.
Entre 1928 y 1929, el alcalde Dr. Miguel Mariano Gómez dispuso su reconstrucción. De aquellas obras trascendió la remoción del repello del Palacio Municipal y del Templete, conducido por Evelio Govantes y Félix Cabarrocas, quienes en 1926 habían realizado un trabajo similar en el Palacio del Segundo Cabo, ocupado entonces por el Senado de la República.
En 1935, el alcalde Dr. Guillermo Belt destinó un nuevo presupuesto para la Plaza. En esa ocasión, el jefe del Departamento de Urbanismo Municipal, arquitecto Emilio Vasconcelos, asumió la restauración, tomando como referente uno de los históricos grabados de Frédéric Mialhe.
La idea de colocar al Padre de la Patria en un espacio público habanero surgió, según Roig de Leuchsenring en su texto Biografía de la primera estatua de Carlos Manuel De Céspedes, “de las entrañas de nuestro pueblo, apenas se produce el desplome de la soberanía española, conjuntamente con el proyecto de tributar análogo homenaje a José Martí. Se indicó, desde entonces, como lugares de emplazamiento de una y otra, los que eran considerados en aquella época como los más conspicuos de La Habana: el Parque Central y la Plaza de Armas”.
Con ese propósito fundaron, en 1900, la Asociación Monumentos Martí-Céspedes. La estatua del Apóstol, ejecutada en mármol de carrara por el escultor cubano José Villalta de Saavedra, fue inaugurada el 24 de febrero de 1905 por el Presidente de la República Tomás Estrada Palma, y el General en Jefe del Ejército Libertador Máximo Gómez. La de Céspedes tendría que esperar medio siglo aún.
Ley Torriente
Al cumplirse en 1919 el centenario del nacimiento del Padre de la Patria, el senador Cosme de la Torriente (1872-1956), quien había sido coronel del Ejército Libertador, presentó ante el Senado de la República un proyecto de ley para erigir una escultura que honrara a Céspedes.

La iniciativa fue aprobada por el órgano colegiado, la Cámara de Representantes y el entonces presidente de la República, mayor general Mario G. Menocal. Se acordó, además, organizar un concurso para escoger la obra escultórica que sería emplazada.
El 10 de octubre de 1946 el propio Torriente, en discurso ante la Academia de la Historia de Cuba, denunció que “siendo el objeto principal de la Ley del Centenario levantar el monumento a Céspedes en esta capital (…), ninguno de los diversos gobiernos que ha tenido la República, desde que la ley apareció en la Gaceta, hubo de disponer lo conducente para abrir el concurso y para la presentación de proyectos y memorias. Unas veces porque no se tenía dinero, otras porque había problemas graves de que ocuparse y, en ocasiones, por el poco interés que mostraban las personas que debían intervenir”.
Y añadió: “Entendí siempre que el emplazamiento debía ser en la Plaza de Armas, pero no lo consigné en la ley para dejar libertad a la Comisión que la misma ha creado. Era mi opinión que, si el Capitán General español como Gobernador General gobernaba la Colonia desde el Palacio de dicha Plaza, allí, frente a él, debería erigirse el monumento a Céspedes, removiendo de su puesto y enviando a un museo, no para honrarla, sino como una curiosidad histórica, la estatua del más incapaz, indecoroso y funesto de los monarcas de la casa de Borbón, Fernando VII”.
La revista Cuba Contemporánea fue una de las tribunas donde los intelectuales de la época defendieron el proyecto: “Cuba Contemporánea, que en 1917 sugirió la idea de un homenaje al Libertador de la América nuestra, el inmortal Bolívar, proponiendo que se diera su nombre a la avenida de esta capital que aún entonces se denominaba de la Reina, iniciativa que tuvo éxito completo (…), estima cumplir ahora un deber patriótico al sugerir la idea de que se dé el nombre glorioso del iniciador de la Revolución de Yara a la llamada Plaza de Armas de esta capital, y que sea allí, frente al Palacio que sirvió de residencia a los Gobernadores Generales de la Colonia, donde se erija la estatua que Cuba ha de levantar a Carlos Manuel de Céspedes”.
Es así que el 8 de enero de 1923 el Ayuntamiento de La Habana aprobó nombrar el hermoso espacio público como Plaza de Armas Carlos Manuel de Céspedes. El acto oficial del bautizo se realizó el 24 de febrero de ese año, a las diez de la mañana. Y la estatua seguía ausente.
El proyecto persiste
El 18 de diciembre de 1931 el Consejo Deliberativo del Distrito Central de La Habana evaluó el tema. Existía consenso para retirar a Fernando VII del lugar, pero algunos, como el consejero Sr. Octavio Céspedes, opinaban que debería erguirse “un obelisco de 60 metros de altura, de carácter nacional, construido de mármoles y roca cubana procedentes de las seis provincias de la República”.
Otros, como el Dr. Antonio Berenguer, rechazaron el emplazamiento en la Plaza de Armas porque esta simbolizaba “la época de la dominación colonial”. En su lugar proponían un espacio “grande y hermoso como la Avenida de los Presidentes, junto con los demás (…) o en el gran paseo o avenida que proyecta la Secretaría de Obras Públicas en el litoral de la bahía, desde el Castillo de la Punta hasta el de La Fuerza”.
En 1935, al ser nombrado Emilio Roig Historiador de la Ciudad de La Habana, la idea cobró nuevos bríos; impulsó el Decreto Ley del 13 de enero de 1936 que permitió renombrar “el tramo del Malecón comprendido desde la Capitanía del Puerto hasta el Castillo de la Punta, en razón, precisamente, de encontrarse al fondo de la Plaza de Armas Carlos Manuel de Céspedes y teniendo en cuenta que en ella sería erigida la estatua del Padre de la Patria”.

Los once Congresos Nacionales de Historia celebrados entre 1942 y 1955, liderados por Emilio Roig, mantuvieron viva la iniciativa. Igual demanda hicieron la Academia de la Historia de Cuba y la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, lo cual consta en varias declaraciones públicas.
A esa voluntad se sumó la Comisión de Monumentos, Edificios y Lugares Históricos y Artísticos Habaneros, en 1943; así como la Junta Nacional de Arqueología y Etnología que, en 1944, declaró a la Plaza de Armas como Monumento Nacional y excluyó, expresamente, a la estatua de Fernando VII, teniendo en cuenta que allí se erigiría la del primer presidente de la República en Armas. La Asociación Nacional de Veteranos de la Independencia tampoco quedó atrás.
En 1943 Cosme de la Torriente alzó nuevamente su voz y en carta al alcalde Municipal Raúl G. Menocal, refirió: “Los años transcurren, y el monumento no se levanta, ni se remueve del lugar que ocupa el rey Fernando VII, de tan ingrata memoria, no explicándome que ya no se haya hecho lo que nuestro pueblo, en uno de sus momentos de agitación popular, lo arrojara a las aguas de la bahía”.
En 1945 un grupo de senadores, entre los que se encontraban Emeterio S. Santovenia, Eduardo Suárez Rivas, Juan Cabrera, Joaquín Martínez Sáenz y Guillermo Alonso Pujol, impulsaron un proyecto de ley que adaptó la Ley Torriente a las disposiciones de la Constitución de 1940.
Crisol de la idea
Cuando todo parecía hilado para que el monumento se hiciera realidad, Fulgencio Batista suspendió la Constitución de 1940, disolvió el Congreso y otorgó funciones legislativas al Consejo de Ministros que, a su vez, acordó la formación de un Consejo Consultivo que adoptó decisiones de triste recordación, entre ellas exigir la permanencia de la estatua de Femando VII en la Plaza de Armas Carlos Manuel de Céspedes.
También se declaró contrario a emplazar allí la figura del Padre de la Patria porque “atentaría contra el ornato público y no sería homenaje condigno de la alta gloria de Carlos Manuel de Céspedes”. Esa postura contó con el apoyo del Colegio Provincial de Arquitectos de La Habana.
A pesar de ello, en el mismo 1952, la Comisión Organizadora de los Festejos del Cincuentenario de la Independencia, presidida por el alcalde de La Habana Justo Luis Pozo y del Puerto, acordó conceder diez mil pesos para erigir la referida estatua en la Plaza de Armas Carlos Manuel de Céspedes “como perpetuación de la celebración de los festejos del Cincuentenario de la Independencia, con cargo al crédito autorizado por la Disposición Transitoria Primera de la Ley número 13, de 1951”.
El 6 de julio de 1953 la Comisión convocó a los artistas cubanos a un concurso para elegir la estatua de mármol que honrraría al Padre de la Patria. Las bases precisaban que la obra debía ser “de estilo clásico, para armonizar con el conjunto de la Plaza”. Recibieron bocetos de trece notables artistas cubanos: Teodoro Ramos Blanco, Jilma Madera, Mario Santí, Sergio López Mesa, Jesús M. Casagrán, Fausto Ramos, Mario Perdigó, Orispín Herrera Jiménez, Arnold Serrú, Enrique Moret, Avelino Pérez Urriola, Tony López y Florencio Gelabert.
Las maquetas se exhibieron durante quince días en el Museo Municipal de la Ciudad y las evaluó un jurado integrado por Isabel Chappotín, profesora de Modelado de la Escuela Elemental de Artes Plásticas; Enrique Caravia, profesor de Dibujo de Estatuaria de la Escuela Nacional de Bellas Artes y presidente asesor del Colegio de Profesores de Dibujo de La Habana; Carlos Maruri, director general del departamento de Arquitectura y Urbanismo Municipal; Manuel I. Mesa Rodríguez, miembro de la Academia de la Historia de Cuba y de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales; y J. M. Bens Arrarte, director de la revista Arquitectura, órgano del Colegio Nacional de Arquitectos.
El primer lugar lo obtuvo la propuesta de Sergio López Mesa (La Habana, 1918 – Los Ángeles, EE. UU., 2004), seguida de las de Mario Santí, Jilma Madera y Crispín Herrera. La Comisión del Cincuentenario de la Independencia ratificó el fallo del jurado y se hizo público el 23 de septiembre de 1953. En 1954 los miembros del jurado evaluaron, tal como estipulaban las bases del certamen, la versión en barro de la obra ganadora. Todos quedaron encantados y se dio luz verde para que comenzara el trabajo en mármol.
El debate sobre el emplazamiento definitivo del homenaje a Céspedes continuó llenando páginas en la prensa de la época. No obstante, el Ministerio de Obras Públicas, encargado entonces del cuidado de los parques de la capital, comenzó en 1954 importantes obras de reparación y restauración en bancos, rejas y jardines de la Plaza de Armas Carlos Manuel de Céspedes.
El Ayuntamiento de La Habana, por su parte, resolvió en sesión ordinaria del 10 de febrero 1955, que la estatua del Padre de la Patria fuera inaugurada el 27 de febrero, “fecha en que se conmemora el holocausto supremo del gran adalid”.
El 15 de febrero de 1955, en presencia del Historiador de la Ciudad de La Habana, un grupo de obreros dirigidos por el escultor Sergio López Mesa, desmontó la efigie de Fernando VII y la colocaron bajo la custodia del Museo Municipal de la Ciudad, donde permanece.

¡Sé bendito, hombre de mármol! (*)
Finalmente, cuando “se cumplía el octogésimo primer aniversario de la épica inmolación del preclaro Carlos Manuel de Céspedes (…), se efectuó el develamiento de su estatua, con extraordinaria solemnidad, brillantez y fervoroso entusiasmo popular”.

El Historiador Emilio Roig describió la ceremonia: “Desde las 10 de la mañana se encontraban en las calles adyacentes a la Plaza las fuerzas del Ejército, Marina y Policía, así como la Banda de Música del Estado Mayor del Ejército. A las 11 en punto de la mañana, la Fortaleza de La Cabaña hizo las salvas de 21 cañonazos que correspondían a la altísima graduación que ostentó el primer presidente de la República y primer Mayor General del Ejército Libertador. Y mientras la Banda del Ejército ejecutaba el Himno Nacional, el señor alcalde Justo Luis del Pozo develaba la estatua, que se hallaba cubierta por una gran bandera cubana, la que fue recogida por cuatro alumnos de las Escuelas Municipales, dos niñas y dos niños, blancos y de color, estrechamente unidos en su participación en este homenaje a Céspedes, como unidos estuvieron en la lucha independentista los elementos étnicos de la población cubana”.
Tras los discursos del alcalde Justo Luis del Pozo y del político-orador José Manuel Cortina, “las fuerzas del Ejército, la Marina y la Policía se retiraron de la Plaza, desfilando frente a la estatua del Primer Presidente de la República de Cuba en Armas. Cada uno de los alumnos de las Escuelas Municipales depositó una flor al pie de la estatua. No solamente el pueblo colmó toda la plaza y las calles circundantes, sino que, además, asistieron nutridas representaciones de organismos oficiales e instituciones culturales y cívicas”.
“Al Municipio de La Habana le quedará siempre el honor de haber erigido la primera estatua que se consagra a Carlos Manuel de Céspedes en la capital de la República que él fundó”, dijo del Pozo; mientras Cortina enfatizó que la sencilla efigie situada frente al edificio que representa al viejo poderío colonial es “recordación perpetua del triunfo póstumo del Padre de la Patria y de la realización luminosa de los ideales por los que él luchó”.
Setenta años después, y a la luz de las investigaciones de los últimos años sobre el Padre de la Patria y su preclaro pensamiento, los cubanos estamos convencidos de que ningún monumento será lo suficientemente magnifico para honrar el heroísmo, sacrificio y grandeza del mártir de San Lorenzo.
Tampoco imaginamos la Plaza de Armas Carlos Manuel de Céspedes sin el símbolo sagrado del bendito hombre de mármol.
Cada 9 de octubre, desde el año 1968, en ocasión del centenario del inicio de las guerras por la independencia de Cuba, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH) realiza al pie de la escultura ubicada en la Plaza de Armas un acto de homenaje a Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria. La ceremonia ha devenido tradición habanera. Se organiza también los 18 de abril (a propósito del natalicio) y el 27 de febrero (día de su caída en combate).
(*) Frase de José Martí sobre Céspedes contenida en el artículo «Céspedes y Agramonte», publicado en El Avisador Cubano, Nueva York, 10 de octubre de 1888.
Nota: Las citas entrecomilladas, salvo otra indicación, pertenecen a Biografía de la primera estatua de Carlos Manuel De Céspedes erigida en la Ciudad de La Habana, texto de Emilio Roig de Leuchsenring, publicado por la Oficina del Historiador de la Ciudad, en 1955.


