Resulta fácil señalar a los Servicios Comunales cuando la basura se acumula en nuestras calles, pero es más difícil reconocer que, como bien explica una reciente reflexión, «La primera barrera para los problemas de higiene comunal es el proceder de cada ciudadano».

La verdadera sostenibilidad de cualquier estrategia de higienización depende, en primera instancia, de la responsabilidad ciudadana, que debe ser compartida, no transferida.
Los trabajadores de Servicios Comunales enfrentan condiciones laborales extremadamente difíciles: déficit de combustible, escasez de piezas de repuesto, medios de protección insuficientes y salarios que no siempre compensan su esfuerzo.
A estas carencias objetivas se suma el maltrato cotidiano que muchos reciben, como testimonia Francisco Saborit, empleado de la recogida de desechos en Santiago de Cuba: «Hay maltratos e insultos. Es una ofensa que al limpiar una esquina y avanzar media cuadra, lancen un nailon con basura. Uno les reclama y de forma descompuesta dicen que volvamos a limpiar, que para eso nos pagan. ¿Es justo?». ( Tomado de reportaje Sevicios Comunales: una película con muchos rollos)
Y es que la transformación de nuestro entorno comienza con cambios de conductas y decisiones aparentemente pequeñas.
Las autoridades sanitarias especifican que, por ejemplo, se deben respetar los horarios establecidos para sacar la basura, evitando que permanezca en las calles más tiempo del necesario; depositar los desechos exclusivamente en los lugares destinados para ello, nunca en espacios públicos, ríos o zanjas así como empaquetar correctamente la basura para facilitar su manipulación y transporte.
Se trata de salud y bienestar colectivo, tanto como de estética.
Estas conductas, aparentemente insignificantes, constituyen la base sobre la cual puede edificarse una cultura de limpieza y orden.
Mantener limpias calles y comunidades trasciende lo meramente establecido por las ordenanzas.
La acumulación de desechos genera condiciones propicias para la proliferación de insectos, roedores y microorganismos que pueden convertirse en fuentes de enfermedades.
La experiencia de otras naciones demuestra que existe una relación directa entre entornos limpios y calidad de vida. ¿Por qué no practicarlo en Cuba?
Cuando cuidamos nuestro espacio común, no solo estamos embelleciendo la ciudad, sino protegiendo la salud.
El reto fundamental, como señaló la Viceprimera Ministra Inés María Chapman Waugh, «consiste en transformar estas movilizaciones en una estrategia sostenible y sistemática que combine de manera efectiva la voluntad política, la asignación de recursos, la eficiencia institucional y la corresponsabilidad ciudadana».
A consideración de muchos para lograr esta sostenibilidad, necesitamos fortalecer la educación ciudadana desde edades tempranas sobre la importancia de la higiene comunal, establecer mecanismos de control social que permitan sancionar las conductas incívicas y reconocer y valorar el trabajo de los servidores públicos que se dedican a la limpieza de nuestras ciudades.
Fomentar una cultura del detalle donde cada ciudadano asuma la responsabilidad de mantener limpio su entorno inmediato es otra de la maneras positivas de accionar.
El llamado presidencial nos interpela a todos. Mantener una Cuba limpia no es solo tarea del gobierno, de los Servicios Comunales o de las campañas esporádicas; es una responsabilidad individual que debemos asumir con convicción y constancia.
Nuestro compromiso diario con la higiene de calles, parques y espacios públicos es otro termómetro que mide el verdadero amor por Cuba.
Cada proceder cuenta, cada esfuerzo suma. El momento de actuar es ahora.



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La responsabilidad total está en manos del estado que para eso tiene una institución llamada Servicios Comunales que es quien supuestamente debe atender la limpieza y recogida de desechos sólidos.
La población en este caso es la que debe apoyar porque esa limpieza se mantenga pero no es la total responsable.