Este 27 de septiembre Pinar del Río viajó en el tiempo, y no precisamente para evocar un buen recuerdo, sino para rememorar una tragedia.

Hace dos años, la más occidental de las provincias cubanas y una de las más castigadas habitualmente por los ciclones, vivió una noche que quedaría grabada en la memoria de todos. Aquellas imágenes de techos volando en la oscuridad de la madrugada, la fuerza de un viento que parecía empeñado en llevarse todo por delante, siguen intactas. Pero no, no se lo llevó todo. Quedó lo más importante: la vida, para poder seguir adelante. Era el huracán Ian, de categoría 3, el más fuerte que recuerdan los coterráneos con más experiencia.
Los primeros vientos comenzaron a soplar alrededor de las 11:00 pm del 26 de septiembre. Poco a poco, al unísono con el miedo y la incertidumbre de no saber realmente lo que iba a pasar, la lluvia y el viento se intensificaron. ¡Y lo hicieron cada vez más! Fue una noche trágica, donde se escuchaba cómo los techos enteros se desplomaban, y con cada estruendo, uno sentía el dolor ajeno como propio.



Llegaron las 6 y… de la mañana y una aparente calma nos hizo pensar que lo peor había pasado. Pero no. Estábamos en el ojo del huracán. Lo peor vino después: los vientos más furiosos y el desastre más grande.
Alrededor de las diez de la mañana, el sol se abrió paso, iluminando un panorama desolador. Iluminó rostros entristecidos, una expresión de pesar que no cambiaría en meses. En la ciudad, las calles, luego de aquello, estaban cubiertas de montañas de basura y escombros, colchones expuestos al sol y ropa mojada tendida sobre las cercas. En el campo, los pocos cultivos que habían fueron arrasados, echando por tierra el esfuerzo de cientos de campesinos.
Después de todo, nadie sabía por dónde ni cómo empezar de nuevo. La magnitud del desastre era tanta que la tarea parecía imposible.
Lo huracanes dejan lecciones: lo único que no se puede perder es la voluntad. Y esa, los pinareños la tenían intacta. Así comenzó la verdadera tormenta, la de reconstruir.


La solidaridad fue en el principal material de construcción: el vecino que ayudó a recoger escombro y a levantar la casa del otro, las mujeres que cocinaban juntas, el campesino que empezó de cero.
El huracán IAN tal vez se propuso borrar del mapa a una provincia, pero solo logró dibujar con más fuerza la entereza de su gente.
No pretendo alargar más esta pequeña crónica de un día que pareció no tener fin. IAN demostró que no importa cuántas veces uno se caiga, lo importante es levantarse. ¡Y así lo hicimos nosotros!


Buenos días, hay un error en el artículo pues el ciclón pasó en el 2022 así que hace 3 años, no dos como dice en el artículo. corrijan gracias