La dicha por sus dos familias

La dicha por sus dos familias

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 Estrellas (Sin valoración)
Cargando...

Su historia en la educa­ción especial cubana se en­laza con el simbolismo de su nombre, que para muy di­versas y milenarias culturas armo­niza con la belleza y la fuerza, y se traduce como estrella. Esther Lazo Pérez pronto cumplirá 89 años y re­sume su vida en pocas palabras: “He vivido mucho, siempre en un aula, con mis alumnos”.

 

José Ramón Machado Ventura impone a Esther su estrella acreditativa como Heroína del Trabajo de la República de Cuba en mayo del 2010. Foto: Cortesía de Esther Lazo

 

Veinteañera aún, comenzó a en­tretejer los méritos que la llevaron a la condecoración que recibió en el 2010: el Título Honorífico de Heroí­na del Trabajo de la República de Cuba. Educadora imprescindible, y no por querer desde niña ser maes­tra, sino por el sueño cumplido de enseñar a leer y escribir a niños con retraso mental, un anhelo que por aquel tiempo hacía creer a no pocos que Esthercita “también tenía pro­blemas”, como por entonces se decía. Pero el tiempo le dio la razón y des­de enero de 1959 pudo hacer reali­dad su empeño.

“Lo que revoloteaba en mi men­te parecía algo demasiado lejano y solo mi mamá creía en mí. En toda Cuba había una sola escuelita de­dicada a la atención a esos niños. Y era privada, muy cara por cierto. Me disgustaba mucho ver cómo por las calles se burlaban de ellos y cómo a veces los ponían a hacer piruetas y monerías; hasta les tiraban mone­das y yo veía eso como un abuso.

“Ya graduada, preparada para cualquier nivel de enseñanza, mi intención era también continuar los estudios universitarios y alcan­zar el título de Doctora en Peda­gogía. Quería trabajar y estudiar; aunque no me aprobaron la ma­trícula gratis en la Universidad y desde ese día, trabajé mañana, tar­de y noche”, dice.

Su primera labor como maestra fue en la llamada escuela psicopedagó­gica Crespo. Eso fue antes de graduar­se, y allí continuó una vez diplomada de la Escuela Normal de Maestros de La Habana en enero de 1959.

“El director me dio las facilida­des para que aplicara lo que soñaba para esos niños. Con anterioridad solo se daba validismo, o sea, clases para que se valieran por sí mismos. Pero yo me aferraba al criterio de que todos los educables aprendieran a leer y escribir.

“Con la ayuda de otras maestras hicimos los manuales y la metodolo­gía para lograrlo e integré el claus­tro de profesores que formaron a los primeros maestros normalistas de­dicados a enseñar en la Educación Diferenciada, hoy Especial, y por las noches daba clases en la llamada es­cuela anexa de la Normal a jóvenes desvinculados del estudio”.

 

Amor con amor se paga

Foto: Archivo de Trabajadores

Ya el tiempo ha hecho mella en la ca­dencia de su andar, quizás también en su tono de voz, y su delicada son­risa evidencia dulzura, la misma que durante muchos años trans­mitió a sus niños —así les llama— de ahí que atesore hoy como sus momentos de mayor regocijo las visitas que hacen a su casa hijos y nietos de aquellos que se criaron en el primer Hogar para niños sin amparo familiar.

Ellos le llaman abuela o mamá, y jamás olvidan el 9 de diciembre, fecha de su cumpleaños, ni los se­gundos domingos de mayo, días en que le devuelven multiplicado el mismo cariño que por décadas ella les prodigó. “Me hacen sentir una mujer dichosa, pues tengo dos familias: la afectiva y la biológica, que al final son una sola”.

En la sala de su casa, en el mu­nicipio capitalino de Playa, du­rante casi tres horas y a través de sus recuerdos, conocí de su vida tremenda, los muchos centros en los que trabajó como maestra, y cómo se las ingeniaba con aquellos que por varios años no aprendían. “Entre los que tenían posibilida­des ninguno se me fue sin apren­der. Incluso cuando cerraron la Beneficencia, me mandaron a los que tenían algún retraso mental”.

Por idea de Fidel en 1977 fue construida la escuela Aguilera Maceiras, primera que hizo la Re­volución para niños con esas ca­racterísticas, y para su sorpresa, Esther fue nombrada directora. “Había que vivir en la escuela, pues en aquella época no había auxiliares pedagógicas, se traba­jaba solo con los maestros, por lo que si queríamos que todo saliera bien había que estar todo el tiem­po allí, no podíamos ausentarnos”.

Con lujo de detalles rememoró todo el trabajo para acondicionar ese centro, sus muebles, cada de­talle, y también recordó la noche, en que casi entrada la madrugada Fidel llegó a la escuela solo, sin es­colta, vestido con pantalón verde olivo y pulóver blanco, manejando él mismo su yip. Quería conocer de la vida de esos niños venidos de muy diversos lugares del país.

“Él se sentó sobre una de las literas en que dormían los alum­nos y habló mucho con los mu­chachos. Permaneció en el centro más de tres horas. Lo revisó todo y comprendió que esos pequeños con dificultades mentales no de­bían vivir en una escuela, sino que debían tener una casa, una fami­lia, como los demás niños.

“Algunos muchachos eran huérfanos y le surgió la idea de crear los hogares para niños sin amparo filial, como erróneamente decíamos por aquellos tiempos. Su proyecto era que esas residencias no fueran solo para los que esta­ban enfermos, sino para todos los que no tuvieran familia”, explica.

“Me pusieron a escoger si que­darme en la escuela o dirigir el nuevo hogar, enclavado en Playa y primero inaugurado en el país para infantes con retraso y sin amparo familiar. No dudé. Los acompañé”.

Esther iniciaba otra tarea, en la que se sentía a sus anchas y podía seguir aplicando sus expe­riencias. “Tuve una gran ayuda de cada una de las instituciones a cuyas puertas toqué, en especial de Eusebio Leal desde su Oficina del Historiador. Todo quedó lindí­simo y a mi casa nunca le faltó un tornillo a ningún mueble, ni una persiana. ¡Qué familia forma­mos!”, dice con orgullo.

 

Su gran tristeza

Un buen día —o muy mal día, aclara Esther— por el 2007 se les ocurrió a unos funcionarios pro­vinciales y municipales de edu­cación la infeliz idea de que mi entrevistada debía descansar y no continuar en la llamada Edu­cación Especial. “Inclusive me su­gieren irme a otra enseñanza, tras 20 años dirigiendo el Hogar. Esta­ban locos”, subraya.

Sus niños la congratulan con flores. Foto: René Pérez Massola

Con absoluta tristeza, Esther Lazo Pérez, de buenas a prime­ras, según su decir, se convirtió en metodóloga y hasta participó en el proyecto para hacer la Casa del Pedagogo. Fueron varios años fuera de la Educación Especial hasta que le asignaron una nueva función: metodóloga de preuni­versitario.

“Dije que no, porque eso era una falta de respeto. Yo era maes­tra y tenía preparación, pero cómo voy a ir a inspeccionarle la clase a un profesor si yo nunca la había impartido. En el 2014 me jubilé”.

Compartir...

Escribir comentario

© 2018 Trabajadores. Órgano de la Central de Trabajadores de Cuba
Director: Alberto Núñez Betancourt
Subdirectores Editoriales: Alina Martínez Triay y Joel García León
Territorial y General Suárez. Plaza de la Revolución. La Habana, Cuba. CP: 10698
Fax: 053 (7) 555927 E-mail: digital@trabajadores.cu