Hace unos años tuve la dicha de visitarlo como parte de un proyecto de la Unión de Periodistas de Cuba; llegar ahí me hacía sentir una enana ante su tamaño, hablo del faro de Carapachibey, el más alto de su tipo en Cuba, con más de 60 metros de altura, ubicado en la costa sur de la ínsula, en la caleta del mismo nombre, a 90 kilometros de la capital Nueva Gerona.

Se levantó impetuoso cerca del poblado de Cocodrilo y del Parque Nacional Marino Punta Francés, se precisa en ellos como antecedentes, que en el año 1913 fue construida una torre de hierro que soportó los embates del tiempo y de hecho se convirtió en el primer faro que guio a los barcos por los mares del Caribe al Sur de Cuba.
En ese encuentro supe que no siempre lució así, la furia de los huracanes derribó su torre y se hizo necesario realizarle varias restauraciones en los años siguientes: la primera de estas se remonta a 1944 cuando el ciclón ocurrido ese mismo año lo desbastó.
Se esperaron cinco años para ejecutarle nuevas transformaciones conceptuales en su funcionamiento y alcance, así como en su estructura; fue entonces que volvió a renacer, ahora cilíndrica y de hormigón, más vigorosa, pintada a rayas blancas y rojas alcanzando unos 27 metros de altura y bombillas incandescentes.
Por las exigencias propias de su seguridad en la navegación caribeña, decidieron, décadas después, acometer labores constructivas para otro faro, también de hormigón, acciones que se extendieron hasta su inauguración el 11 de marzo de 1983 con poco más del doble de altura.
Para satisfacción de quienes viven en la Isla de la juventud, territorio del sur de Cuba , aquí se encuentra este importante faro de América, el cual el pasado siete de agosto fue reverenciado por celebrarse ese día la valía de su existencia, como centinela del archipiélago cubano.
Considerado un guardián incansable, encargado de emitir una luz de esperanzas a los navegantes, no es solo una torre, es un símbolo de constancia que ilumina el Caribe.
Por su posición recibe la furia de los potentes huracanes dañando los fuertes muros por lo que se tuvieron que realizar reparaciones y modernización tecnológica que garantizan el funcionamiento aunque las condiciones meteorológicas sean complejas.
Tiene 287 escalones, su farola cuenta con bombillas de alógeno, que emiten una luz más clara, según rangos internacionales de luminosidad, con destellos cada siete segundos y medio, visibles a más de 17 millas a la redonda y en noches claras, su luz alcanza mayores distancias.

Quienes laboran en Carapachibey residen en una vivienda ubicada en su base con el confort necesario, así como una sala expositiva que recoge la historia de este colosal faro.
En caso de alarma ciclónica ese personal se evacua del lugar y el faro funciona de manera automática.
Desde su cúpula se observa un paisaje maravilloso, es como abrazar por un lado a la Isla de la Juventud y por el otro el infinito horizonte del mar Caribe.
La furia del huracán Gustav en el 2008 lo destruyó considerablemente y no fue hasta el año 2010 que se reconstruyó, siendo necesario acometer un nuevo mantenimiento de la instalación: se le puso baranda a la escalera, renovaron la electricidad, cambiaron cristales, repararon el techo e hicieron una cúpula nueva y más moderna.

Cuenta en su historia con un valor: en ese lugar donde se ubica el faro, hubo un asentamiento aborigen y se han encontrado elementos antiguos, motivos por los cuales es considerado patrimonio cultural y un sitio arqueológico, según información propiciada por la museóloga del Municipio Especial, Beatriz Gil Sarda.
Aquí a sus pies, los pineros, cuando andamos cerca de este gigante, lo reverenciamos por ser uno de los más importantes de América.


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