Homenaje al Doctor Juan Bruno Zayas Alfonso en el 129 aniversario de su caída en combate
En la vivienda marcada con el número 795, en la Calzada del Cerro, en La Habana, nació el 8 de junio de 1867 Juan Bruno Zayas Alfonso. Su casa estaba situada al lado del prestigioso colegio El Salvador, dirigido por el patriota José de la Luz y Caballero. De las raíces maternas, se conoce que su tatarabuelo fue el primer comerciante negrero a inicios del siglo XIX y su bisabuelo Gonzalo Luis Alfonso González era calificado, en 1836, como uno de los hombres más ricos de Cuba. El abuelo José Eusebio Jacinto Alfonso Soler dejó a su muerte varios de los ingenios más modernos de la isla, numerosas propiedades y esclavos.

Por la vía paterna, su bisabuelo Juan Bruno de Zayas fue teniente coronel del Ejército Español, en tanto su padre y su tío se encontraban entre las figuras destacadas del Autonomismo. Entre comerciantes y aristócratas por parte del padre, sacarócratas y accionistas ferrocarrileros por parte de la madre, brillaron además distintas categorías profesionales; por ejemplo: médicos, como sus tíos, los doctores Juan Bruno y Francisco Javier, que además fue profesor universitario, agrónomo e inventor de un sistema para el análisis de la caña. De los hermanos, destacó en la vida política Alfredo, quien fuera senador y luego Presidente de la República entre los años 1921 y 1925. Juan Bruno fue, además, sobrino de dos de los fundadores de la Real Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales de La Habana.
Sus padres, Doña María Lutgarda Josefa Alfonso y de la Espada y Don José María Zayas y Jiménez, se casaron en 1853, y del matrimonio nacieron seis vástagos, Brunito, como le decían, era el quinto. El padre era Licenciado en Jurisprudencia, por lo que simultaneaba sus labores de abogado con la de profesor en el colegio El Salvador, donde luego fue subdirector y tras la muerte de José de la Luz y Caballero ocupó el cargo de director hasta la clausura del importante centro docente, en 1869.
Brunito creció bañándose en las aguas del río Almendares, paseando en toda la barriada del Cerro y Puentes Grandes. Se cuenta que era un excelente nadador, serio de carácter, muy amante y preocupado por la familia, bailador, buen jinete, fumador, sencillo y de gran sensibilidad humana. Luego de concluir los estudios del bachillerato matriculó en la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad de La Habana, en 1887 falleció su padre, lo que resultó un duro golpe para él. Su tío Francisco Javier, quien ejercía como médico y profesor, actuó como su tutor y lo acompañó en momentos difíciles. Durante su juventud fue asiduo visitante de la Acera del Louvre, allí conoció a un grupo de jóvenes revolucionarios que frecuentaban el emblemático lugar; muchos de ellos compartieron con Antonio Maceo en la década de 1890 y luego lo acompañarían en las filas del Ejército Libertador. El 23 de junio de 1891, con 24 años recién cumplidos, se graduó de Licenciado en Medicina.
De inmediato trabajó como médico en la capital habanera pero su deseo de ayudar a los más necesitados lo hizo trasladarse hacia el campo en los últimos meses del propio año de su graduación. Su primera labor como médico rural la realizó en el poblado de Cifuentes, al noroeste de la provincia de Las Villas. Atendía a campesinos y carreteros; con dedicación y profesionalidad se fue ganando el cariño de los pobladores, y de entre sus propios pacientes, de manera subrepticia, captaba a los que se sumarían a la causa libertadora. Con un trabajo sistemático se convirtió en un personaje público, fue fundador del liceo, utilizado como centro conspirativo, aunque también en la bodega de su amigo Pedro Herculano Triana, durante las cenas, se trataban los problemas más acuciantes de la situación política del país.
Luego pasó a Vega Alta, Barrio de Vueltas, cercano a la vía férrea y Quinta, un caserío próximo a Camajuaní. Sin proponérselo, su fama como médico se extendió por toda la zona; desde San Gil hasta Encrucijada lo solicitaban constantemente, algunos incluso lo consideraban un iluminado, capaz de resolver no solo los problemas de salud. Sus conocimientos médicos unidos a la amabilidad de su carácter le granjearon simpatías que redundaron en beneficio de la causa independentista. Durante tres años ejerció como médico rural en los campos de la antigua provincia de Las Villas, antes de incorporarse a la contienda libertadora, donde iba a demostrar su capacidad de guerrero.
Entre los pacientes campesinos que el galeno reclutó para la contienda guerrera se encontraba Tomás Castro. Su esposa Brígida Rodríguez recordaría del doctor Juan Bruno: «Era un santo. Amable, cariñoso; gozaba haciendo el bien. Más adicto a los pobres que a los encumbrados. Todo el mundo lo recibía como padre; entraba a ver a los enfermos y con sus propias manos ponía al fuego el agua de las vasijas. Hablaba a todos como si fueran sus familiares, el vocabulario era llano. A casi nadie cobraba sus consultas. Se sentaba y charlaba largas horas tomando solamente café. Lo recordamos con el cariño de un ser muy amado; no se nos aparta su fisonomía dulce y satisfecha. Nadie guarda de él un mal gesto, pasó por ahí cual enviado celestial. Además de venerar su memoria guardamos su retrato, y ojalá que en Vega Alta pudiera alzarle siquiera un busto, recordando al hermoso prócer».
Entre marzo y abril de 1895 el galeno fue citado dos veces por el general español en Las Villas para llamarle la atención, además de advertirle que se portara bien, pues lo consideraba un elemento con ideas separatistas. En abril del propio año sucedió en Las Villas el primer alzamiento de la Guerra del 95, en Vega Alta, y fue liderado por el doctor Juan Bruno Zayas Alfonso. Bajo un torrencial aguacero llegaron los conspiradores a la botica de López Silverio. A las diez de la noche, oscuro, bajo las aguas primaverales, salió el galeno del poblado en compañía de once individuos, de los cuales, solo uno llevaba arma larga; el resto, revólveres. Esa misma noche, en Laguna del Medio, se le incorporaron ocho mambises más, y durante ocho días recorrieron los campos del este de Las Villas en dirección a Camagüey.
En los llanos camagüeyanos realizó su primera acción, la captura de una bandolera y cuatro cartuchos. A menos de dos meses de alzamiento, el 15 de junio, por acuerdo de sus jefes, fue nombrado teniente coronel. Continuó destacándose como organizador en las diferentes batallas y exactamente dos meses después, el 15 de agosto, fue ascendido a coronel; fecha memorable en que se unió al mayor general Serafín Sánchez, jefe de la Primera División del Cuarto Cuerpo. El desempeño destacado en las tácticas militares, su valentía y tenacidad le hicieron acreedor del nombramiento como jefe de la vanguardia de las tropas invasoras. El 22 de enero de 1896 entró triunfante en Mantua y al día siguiente, en el Ayuntamiento, fue uno de los firmantes del acta donde se dio por concluida la legendaria Invasión de Oriente a Occidente.
Ascendido a general de brigada cumplió otras importantes misiones militares, sin embargo el galeno no olvidó nunca su capacidad para brindar asistencia médica calificada. Se cuenta que al finalizar los combates, pasaba de su posición de general a la de médico; fueron múltiples las ocasiones que atendió a los compañeros heridos, practicó cirugías y alivió los dolores de muchos combatientes. De igual forma, durante los recesos de los enfrentamientos atendió a civiles enfermos que necesitaron su ayuda; lo hacía con desinterés, humanidad y amor.
El 30 de julio de 1896 en La Habana, su provincia natal, cayó en combate el doctor Juan Bruno Zayas Alfonso, tenía 29 años. El trágico suceso ocurrió en la finca La Jaima, frente al callejón de Güiro de Boñigal, cerca de Quivicán. Veamos como lo describió una fuente española, Julián Martínez, ayudante del teniente coronel Cristóbal Moreno, quien comandaba las tropas españolas que participaron en ese combate. Apunta el soldado ibérico: «Llevado de su ardor y de su heroísmo, pretendió dar una nueva carga al machete, y allí cayó junto a mí, tenía un balazo en el ojo izquierdo y tres heridas de machete, dos penetrantes incisas en el pecho y otra en el brazo y en la axila, es decir ¡todas de frente! En el suelo, y ya moribundo, disparó todas las cámaras de su revólver». A 129 años de su caída en combate rendimos tributo al galeno mambí que de cuna aristocrática creció a médico rural y general de brigada.
Acerca del autor
Dr. C. Ricardo Hodelín Tablada*
Médico e Investigador histórico. Doctor en Ciencias Médicas. Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Neurocirujano del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Docente “Saturnino Lora”. Santiago de Cuba. Miembro de la Uneac, de la Unhic y de la Scjm.


Excelente artículo amigo Hodelín, la información y la prosa son un regalos para el lector que desea profundizar en la historia de nuestra país, también para destacar la talla de nuestros héroes y su ejemplo, de gran líder y estratega militar por un lado y de humilde médico por otro.
Gracias Ricardo ,por desempolvar a este peculiar cubano de la gesta del 95. Martir adoptivo nuestro, de Quivican.De Brunito no me extrañaria nada, mucho menos que todas sus heridas letales fueran de frente, porque aunque callado y calmudo, era de bravura exaltada y de temple impredescible.Atemperado de forma silenciosa, como igual se forma el titanio bajo las placas de pizarra.
Querido amigo, una vez mas, con tu pluma traes claridad e nuestro pensamientos, datos que deben vivir nuestros dirigentes, para poder continuar la historia