En la intimidad de un Héroe

En la intimidad de un Héroe

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Julián Antonio Borja Cruz, cuando fue condecorado con el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, el primero de mayo del 2013. Foto: César A. Rodríguez
Julián Antonio Borja Cruz, cuando fue condecorado con el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, el primero de mayo del 2013. Foto: César A. Rodríguez

Desde hace tiempo conservo admiración por el desempeño de Julián Antonio Borja Cruz, Héroe del Trabajo de la República de Cuba.

Lo llamé y le dije que tenía la encomienda de la redacción central del periódico de entrevistarlo, y sin esperar su aprobación, le propuse encontrarnos el martes en la mañana: “Si es así, te espero en mi casa”, me respondió.

Imaginaba el intercambio en el mismo corazón del central Antonio Guiteras, en Delicias, sitio en el que había conversado con él más de una vez, y donde a sus casi 79 años asume responsabilidades como especialista técnico agroindustrial, con un aval digno de elogios.

“¿En la casa?”, le digo sin ocultar mi asombro. “Sí, estoy padeciendo de una ciatalgia insoportable”, y en mi fuero interno creció la admiración por su gesto.

Las pasiones de Borja…

Julián Antonio Borja Cruz es un hombre sencillo, humilde, parco de palabras, pero prolífico en hechos. No vive de historias pasadas, aunque atesora hasta el más mínimo detalle de su tránsito apurado por la tierra.

“¿Mi infancia?”, repite la interrogante y desgrana fuertes recuerdos: “Tenía 13 años cuando murió mi papá y desde entonces trabajo”. A esa edad tuvo que erguirse como el bastión de la familia: “Yo soy el menor de ocho hermanos, pero seis son hembras. En esos tiempos no había otra forma de sobrevivir que no fuera trabajando”.

Y en los campos del entonces central Santa Lucía, en el actual municipio de Rafael Freyre, de la provincia de Holguín, está la impronta de aquel niño que devino prematuramente en hombre. “Laboré en la lechería de los dueños y en lo que hiciera falta; hasta que el primero de enero de 1952 tuve mi primer turno en la casa de bagazo de esa fábrica”.

Así, como suplente, fue su debut en la industria más dulce del país, de la que no se ha apartado jamás. Su inteligencia natural, seriedad y entrega abrieron nuevos escenarios a la superación.

“Casi estaba terminando la ingeniería Mecánica en un curso de la Escuela Internacional de la América Latina, patrocinado por el Gobierno norteamericano, pero cerró con el triunfo de la Revolución”, comenta.

No obstante, el primero de enero de 1959 trajo otras alternativas al pueblo cubano. Borja supo aprovecharlas y, ya con plaza fija, volvió a las aulas sin abandonar sus faenas laborales. Asistió a cursos de especialidades técnicas: electricidad, mecánica, computación, idioma…, aval que sirve de soporte a su perenne voluntad innovadora y formativa.

Después de revalidar los conocimientos adquiridos en estudios dirigidos, en julio de 1980 recibió el título de Ingeniero Químico en la especialidad de Producción Azucarera.

Toda la vida ha sabido conjugar sus más caras pasiones: la familia, el trabajo, la innovación, el estudio y la enseñanza. De eso dan fe el amor entrañable a hermanos, esposa, hijos, nietos…; sus más de 62 años en activas faenas; la persistente participación en postgrados, y la tutoría brindada a diplomantes en distintas carreras universitarias.

La experiencia es sabiduría

“En mi formación técnica ha sido decisiva la ayuda de los obreros. Siempre los he escuchado con mucha atención; incluso, cuando no tienen preparación académica, porque sus opiniones son enriquecedoras”, reconoce Borja.

A propósito, ¿qué le falta a la enseñanza técnica en la industria azucarera?

“Esto ha variado mucho. Ahora la gente sale de las universidades con muchos conocimientos teóricos, les dan cargos, desoyen consejos y, en oportunidades, las cosas no salen bien. Algunos directivos no saben escuchar a los obreros, que son, generalmente, los que más saben”.

Desde su experiencia aconseja retomar los métodos tradicionales de preparación, en el cual la práctica es soporte de la teoría.

“Antes —hace seis o siete años— era distinto, en los puestos claves cada operario tenía un ayudante, quien más tarde sería su relevo, ya no es así”, afirma.

¿Qué pasa con los planes de producción y los incumplimientos?

“En mi opinión, la causa de estos problemas radica en la no aplicación de un sistema que incluye varios puntos decisivos”, sentencia y los enumera: discutir con los implicados qué se va hacer, analizarlo, colegiarlo con ellos; tener en cuenta de qué se dispone para lograrlo (recursos humanos y materiales); cómo vas a hacerlo; y con quién. “Si se descuidan partes de este proceso, el objetivo, casi siempre, se vuelve inalcanzable”, destaca Borja.

Los valores de un Héroe

Todo cuanto hizo, hace y hará no fue buscando un título honorífico —que bien ganado lo tiene—, sino premio a una manera de conducirse que ha doblegado imponderables en industrias del sector en la antigua provincia de Oriente y en otras latitudes: Perú, México, Nicaragua, República Dominicana y Egipto, de las cuales tiene anécdotas que valen la reseña.

“En la zafra de 1967-1968 fui trasladado al central Dos Ríos (en la actual provincia de Granma). Allí detecté un grave error en los planos ingleses de la ampliación que realizaban con vistas a la zafra del 70. El descubrimiento tuvo gran repercusión en los montajes simultáneos que acometían los ingenios Antonio Guiteras y Venezuela”, rememora.

“Por esta causa recibí una tentadora oferta de Mr. Jhon Jounger, para trabajar en Inglaterra, en la compañía A. W. Smith. La propuesta incluía carro, chofer, casa para la familia y un jugoso salario.

“En otra ocasión, después de montar una refinería de azúcar en el desierto de Arabia también trataron de contratarme, con similares condiciones y un salario de 14 mil dólares, según dijeron”, cuenta y justifica su rechazo: “En ambos casos hablaron de hacerlo legalmente; sin embargo, las dos proposiciones implicaban alejarme de mi país, de mi patria y eso nunca ha estado en mis proyectos”.

Los amores de Borja

“Vivíamos en el mismo pueblo. Nos hicimos novios en 1956, y en el 60 nos casamos y estamos unidos hasta el sol de hoy”, afirma Miriam Peña Ochoa.

En 1972 llegó a Puerto Padre esta feliz pareja, que todavía conserva los encantos del primer día. | Foto: Del autor
En 1972 llegó a Puerto Padre esta feliz pareja, que todavía conserva los encantos del primer día. | Foto: Del autor

Pese a sus ausencias reiteradas, juntos formaron un apacible hogar que alegran dos hijos: Ana Isabel y Marcos Antonio, ambos ingenieros mecánicos como el progenitor, y cuatro nietos.

“He llevado, dice Miriam, casi todo el peso del hogar para que él pudiera desarrollar su trabajo que antes era en la provincia de Oriente. Los centrales estaban lejísimos. Él llegaba a cualquier hora, yo me levantaba y lo atendía con una sonrisa. Siempre ha tenido mi comprensión y apoyo”.

Ante cada comentario Borja muestra aprobación, y confiesa: “Sin sus desvelos y cuidados muchos de mis planes no hubieran sido posible”.

Por eso disfrutan tanto sus reconocimientos: condecoraciones, cartas, certificados… que sustentan el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.

Para sus descendientes es un paradigma. “Lo hemos visto trabajar todos los días, hasta los sábados y los domingos. En la carrera que yo escoja, su actitud será guía, porque es lo que se ve aquí en la casa”, adelanta Karen, una de sus nietas, actualmente estudiante de onceno grado.

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