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Un científico fidelista y viceversa

Las casi dos horas de con­versación con el doctor Manuel Limonta Vidal se escaparon como agua en una cascada: rápidas y a chorros. A sus 82 años (cumplidos este 25 de diciembre) es una enciclopedia viva sobre el desarrollo de la ciencia en Cuba. Habla bajito, y su memoria está intacta. Recuerda nombres, fe­chas y anécdotas por montones, so­bre todo las vividas al lado del Co­mandante en Jefe Fidel Castro Ruz.

Foto: Joaquín Hernández Mena

Es de los imprescindibles en la historia de la producción de inter­ferón en Cuba, lograda en 1981, así como en la concepción del Centro de Ingeniería Genética y Biotecno­logía (CIGB), del cual fue su primer director. Santiaguero de nacimien­to, médico, especialista de primer y segundo grados en Hematología, doctor en ciencias, profesor de la universidad, no es consciente de todo lo que él representa para la co­munidad científica. Y esto es ape­nas una síntesis de ese homenaje que le debemos todos.

 

Los primeros ecos de la Revolución

“Nací en la calle Trocha, en Santia­go de Cuba, a una cuadra del barrio Chicharrones. Mi padre era alfare­ro. Hacía esculturas de imágenes religiosas en yeso. Mi madre era ama de casa. Éramos una familia pobre, de sobrevivientes. Ayudaba a mi papá en el taller y vendía las figuritas que creaba y unas naran­jas que me daba el esposo de una tía.

“Comienzo a estudiar por mi madre, quien tenía una vinculación muy estrecha con una monjita de la colonia española que estaba muy cerca de donde nací. Logró que me dieran una beca para estudiar en la escuela de los Salesianos de Don Bosco. Me gustó siempre la historia y la geografía. Eran curas italianos los que impartían las clases. Juga­ba béisbol, voleibol y atletismo. Por cierto, en pelota lo hacía en center field y parece que no tan malo por­que fui a varios partidos con al­gunos peloteros profesionales. Era además un medio de sobrevivencia.

“El día que asaltaron el cuartel Moncada estábamos mi mamá y yo camino a la iglesia. Oímos ruidos, pero pensamos que eran fuegos ar­tificiales. Cuando terminó la misa hubo un conato porque fueron allí a buscar a un asaltante herido, pero el doctor Posada no dejó que se lo llevaran.

“En Santiago de Cuba todo el mundo participaba en las cosas de la Revolución directa o indirecta­mente. En mi caso, un tío, herma­no de mi padre estaba en la lucha clandestina. El 1.º de enero de 1959 estaba sentado en el quicio de la en­trada de mi casa con un vecino que decía: Oye, parece que Batista se fue… La efervescencia fue tremen­da, gente montada en camiones, en ómnibus, gritando por las calles ¡viva Fidel!”.

 

La Habana, medicina y el interferón

Limonta salió para La Habana en 1962 junto a un grupo de amigos a partir de las becas ofrecidas por el Gobierno revolucionario para es­tudiar diferentes carreras. La vo­cación por la medicina venía desde niño, por la influencia de uno de sus tíos, Miguel Samada. El camino ini­ciado en el primer curso de la escue­la Victoria de Girón le depararía un futuro jamás calculado por él.

“Allí vi a Fidel de cerca por pri­mera vez. Era un torbellino, increí­ble su capacidad de trabajo. Desde ese momento le puse el calificativo de genio. Para un muchacho pobre lo que hizo la Revolución fue in­creíble: abrirnos las puertas a las universidades.

“Una vez graduado pasé por el Hospital Calixto García y después fui a trabajar a Holguín como di­rector del policlínico Máximo Gó­mez. Luego cumplí como médico rural cuatro años y estando en se­gundo año de la especialidad me mandaron a Tanzania (1974-1976), como parte de una brigada de 14 compañeros. Al regreso, pasé a trabajar como hematólogo en una clínica del Ministerio del Interior. Estando allí aparece el tema del in­terferón.

“En noviembre de 1980 vie­nen a Cuba unos médicos traídos por el congresista estadounidense Mickey Leland. Fidel, apasionado por la salud humana y las cosas del desarrollo, se entera de que dentro del grupo estaba Anderson Randolph Lee Clark, presidente del M. D. Cancer Center, de Hous­ton, y en la conversación sale el interferón que ellos usaban para combatir el cáncer y se producía en Finlandia.

“Unos días después de ese en­cuentro me dicen que debo ir al Pa­lacio de la Revolución porque el Co­mandante quería hablar conmigo. Había tenido vínculos con él, pero no tan cercanos. Me hizo muchas preguntas sobre el interferón y las vías para obtenerlo.

Había leído algo en una revista sobre ese producto, y ese mismo día me percaté de que él tenía la idea de producirlo ya en Cuba.

“Luego de ese encuentro el doc­tor Eugenio Selman, médico de Fi­del, comienza a hacerme preguntas todos los días sobre el tema y le pide a la dirección que me liberen un poco para ponerme a estudiar eso. Eran los tiempos en que preparaba mi doctorado y un viaje a la Unión Soviética, mas cuál no sería mi asombro cuando me informaron que había sido seleccionado para ir jun­to con la doctora Victoria Ramírez Albajés al M. D. Anderson Cancer Center.

Fidel siempre pensó en dos com­pañeros. Ella era bioquímica. Me dio orientaciones precisas y salimos el 14 de enero de 1981. Fui además a un laboratorio en Tampa. Estuve dos meses. Al regresar nos reunimos con él y le dijimos que para conocer la metodología de producir interfe­rón a partir de los glóbulos blancos había que ir al laboratorio del profe­sor Kari Cantell en Finlandia.

“Cantell accedió a que fuéra­mos una semana seis especialistas porque estaba interesado en probar el producto en otros países. Era un laboratorio que producía a peque­ña escala y poco a poco aprendimos la técnica del pi al pa. En el mes de abril ya comenzamos a trabajar en la Casa de Protocolo 149, adaptada como laboratorio.

Portada del libro de Limonta.

“El 28 de mayo de 1981 llama­mos al Comandante y le informa­mos que ya teníamos el producto. Ese día él vino a las once de la noche con casi todo el Buró Político y le entregamos el frasco pequeño con el interferón. Fidel parecía un escolar sencillo que va a un lugar a recibir algo que le van a dar. Era su fruto también. Fuimos el segundo país del mundo en lograrlo”.

 

Dirigir científicos

“Sin falsa modestia, la aspiración que tenía después de eso era traba­jar donde se decidiera. Se constru­yó primero en seis meses el Centro de Investigaciones Biológicas para multiplicar la producción de inter­ferón. Fue la base para desarrollar la ingeniería genética y para que Fidel apostara por hacer el CIGB. Nunca me enteré que iba a ser el di­rector. Selman fue el que me lo dijo.

“El primer desafío en 1985 es que no había gente. Trajimos 20 compa­ñeros técnicos para capacitarlos y otro grupo se estaba formando en el Centro Nacional de Investigaciones Cientifícas (Cenic), encabezado por el director de investigaciones de allí, Luis Herrera, que después fue tam­bién director del CIGB. Él dirigió los trabajos para producir el inter­ferón por ingeniería genética.

“El segundo desafío era no ver la ciencia como un concepto de fá­brica y el tercero era competir con las grandes transnacionales.

“Nunca había tenido la expe­riencia de dirigir científicos. Es algo complicado y agradable en el sen­tido que se logran cosas que tienen un impacto tremendo y uno se sien­te realizado. El científico cubano es osado, muy sacrificado y capaz de obtener resultados en condiciones muy difíciles de equipamiento, ma­teria prima, etcétera.

“Me siento parte del éxito que tuvieron los científicos nuestros en la batalla por la COVID-19. Cuba no desapareció porque se vacunó. Gracias al CIGB, al Instituto Finlay de Vacunas y demás instituciones. Hoy la ciencia tiene nuevos desafíos como la inteligencia artificial y un sinnúmero de enfermedades cre­cientes…”.

Limonta se levanta del asiento y se enjuaga los ojos de tantos re­cuerdos. Muchos vienen a saludar­lo y las sonrisas son sinceras. De momento quiere apuntar una última frase. “El genio de todo esto es Fidel. No dejes de ponerlo”.

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