El mar tiene su extensión en la Empresa Pesquera Industrial Granma (Epigram)
Allí, entre el aroma a salitre y el trajín de la línea de procesamiento, permanece una guardiana con la sonrisa franca y los ojos llenos de energía.
Los ánimos de ayudar, sostenidos por una abarcadora experiencia, son tan constantes para Salvadora López Rivera como su entrega, y es que con casi cinco decenios dedicados a la industria, esta manzanillera no solo fue trabajadora ejemplar, sino que es una de las Heroínas del Trabajo de la República de Cuba.
No solo sal y agua
Su historia está tejida con hilos de mar. Nacida en 1960, es hija de pescadores y fue su entorno natural el mundo que ofrece, gentilmente, el golfo de Guacanayabo.
“Siempre quise dedicarme a labores que no me alejaran de estas costas ni de mis raíces. También tuve claro que donde trabajara debía ser la mejor”, declara con sano orgullo.
Y como si fuera cosa de profetas, a los 16 años sus manos se perdieron por primera vez en una maraña de crustáceos para aprender el oficio de descolar camarón en la misma empresa que hoy la ve como un pilar.
“Sé hacer de todo en esa industria porque me ocupé de ir incorporando todo el conocimiento que me fuera posible: saber no está de más”, afirma con la seguridad que dan los años.
Pasó por la evisceración, envasado, armado de cajas y pesaje aunque hace hincapié en que la actividad más difícil es la de abrir la concha para sacar el ostión: “Es lo más fuerte, eso sin duda te marca, y aun así lo hice superándome cada día”.
La disciplina forja vanguardias
El secreto de Salvadora está en la actitud y disposición. Cuenta que en sus inicios, después de participar en reuniones sindicales o de la Unión de Jóvenes Comunistas, llegaba a su puesto de trabajo y se pegaba para recuperar ese tiempo, por lo que sorprendía a sus colegas con un ritmo inusual.
“Tenía tantos deseos de aportar que alcanzaba con la norma a quienes habían empezado a descolar dos o tres horas antes que yo, eso me llenaba de fuerzas para seguir haciendo las cosas mejor.
“En aquellos años lo habitual era trabajar entre el mediodía y las once de la noche, aunque teníamos distintos horarios, y en ese espacio se respiraba un sentido absoluto de la responsabilidad. Todos los compañeros querían cumplir y hacer que la industria sobresaliera dentro de la economía del país.
“Fueron momentos muy hermosos y de mucho compromiso pues también realizábamos labores en la agricultura. Para poder con cada una de las tareas me levantaba temprano y dejaba las cosas de la casa preparadas, sin saber, a veces, a qué hora podía regresar”, recuerda sobre aquella época de esfuerzo multiplicado.
Esta dedicación la llevó a ser seleccionada como Mejor Joven a lo que sobrevinieron 23 años consecutivos de Vanguardia Nacional, un verdadero reto que le imponía superarse.
El reconocimiento de un país
La consagración de toda una vida llegó en el 2018 cuando le fue conferido el Título Honorífico de Heroína del Trabajo de la República de Cuba.
“Éramos tres mujeres de Epigram soñando con alcanzarlo y para lo cual no dejábamos que pasara un día sin quedar convencidas de que lo habíamos hecho bien en las líneas procesadoras”, cuenta, y recuerda con particular sentimiento a sus compañeras María Ortega y María Eloína Zambrano, esta última ya fallecida.
“Nos hacíamos ilusiones imaginando a Fidel poniendo en nuestros pechos la medalla y nos llenaba de muchas sensaciones lindas”.
El instante de recibir el alto reconocimiento de manos del comandante José Ramón Machado Ventura le quedó grabado para siempre: “Me preguntó que si yo era de Río Cauto y le dije, no, de Manzanillo, soy manzanillera de pura cepa. Me respondió: ‘pues felicite a esos hombres y mujeres que son aguerridos al igual que usted’”.
La savia que nutre la empresa
La historia de esta imprescindible mujer es también un testimonio poderoso de cómo el espíritu sindical, cuando es auténtico y se nutre de la base, se convierte en la sustancia vital que fortalece a la empresa.
Su sonrisa y dinamismo frente al desafío, su capacidad para organizar, además de su lealtad inquebrantable al colectivo —del que fue parte durante 46 años, hasta jubilarse en el 2022— son un modelo a seguir.
Más allá de la producción, el sindicato es la red de protección y calor humano dentro de la empresa. Un buen líder, según el análisis de Salvadora, debe estar al tanto de cada afiliado, preocuparse por el enfermo y aproximarse a todos. Y fue este principio el que encarnó por décadas al frente de los asuntos laborales y sociales en su sección de base.
En la vorágine productiva de Epigram ella asegura que “no se descuidaba a las personas”, y si un obrero tenía un problema, se le ayudaba mientras otro asumía su tarea. Este mecanismo de solidaridad activa garantizó que el cumplimiento del plan de producción no fuera a costa del bienestar del trabajador.
“El sindicato dentro de la Revolución existe justamente para eso, y creo mucho en su eficiencia. Cuando esa estructura funciona, todo dentro de la entidad marcha mejor, más saludable, y eso se nota”, acota.
Este espíritu fomenta una unidad inquebrantable. La fortaleza del colectivo de Epigram, del que Salvadora se declara “orgullosa y parte aún”, es un termómetro en ese aspecto. En ese ambiente florece el deber que lleva a los afiliados, como en el caso de ella y de sus compañeras, a batallar hasta el final y a ver en el Título Honorífico de Heroína del Trabajo no un punto final, sino un compromiso renovado para seguir aportando.
“Aquí hay Salvadora para más”
A sus 66 años, la pregunta sobre la jubilación llega a menudo. “Oye mi’ja, descansa, ya lograste lo que querías”, le dicen. Su respuesta es firme: “Aquí hay Salvadora para más, y sigo con el mismo espíritu de antes, porque siento que el trabajo me hace falta”.
Hoy la empresa que la formó sigue siendo el segundo hogar. Su filosofía es sencilla y poderosa: “Allí voy siempre que puedo a fuerza de costumbre y porque siento que estoy aportando. Eso y la Revolución lo han sido todo para mí, y creo haber cumplido con ambos. Por lo que no puedo dejar de decirles a las nuevas generaciones: ¡Vamos, pa’lante!”.
Salvadora López Rivera encarna el valor del trabajo perseverante y alegre. No cumplió tareas para llenar un expediente o terminar una jornada. Sencillamente se entregó en tanto construía un monumento invisible, pero indestructible: el de la dignidad.
Quizás la belleza de su historia no esté en un hecho singular, sino en la suma extraordinaria de cada uno de sus días con las manos marcadas por el oficio.
Personas como ella nos recuerdan que el cimiento más profundo de cualquier sociedad late en el corazón de quienes convierten su labor en un legado de entrega silenciosa y permanente.