Con un poco de amor sobrevivo
pecado, castigo.
(…) yo me salvo, solo un poco de amor
y soy algo.
Silvio Rodríguez
Un día salió de su casa sin rumbo y sin pensamientos. Pasó una, dos, tres, miles de noches… bajo las estrellas, incluso sin ellas. Se guarecía de su propio abandono en algún portal, en la terminal, el bulevar, en el sitio más oscuro de uno de los parques de Artemisa.
Su cuerpo, su ropa desdeñada y también su alma olían a cualquier cosa. Alcohólico asiduo, quizás por ser el modo más aparentemente cómodo ante la fatigosa convivencia con su madre y padrastro, en Matanzas.
“Y sí, comía sobras del latón de desechos más cercano. Recogía el arroz ya baboso, lo lavaba donde hallara agua. Lo volvía a cocinar con leña en un lugar improvisado, al igual que los huesos de pollo del basurero. ¡Todo me sabía a gloria!”, cuenta Josué Díaz Alfonzo.
Tiene 47 años de edad. Habla de su ayer con la mirada húmeda y el rostro apenado. Andaba siempre en el bulevar artemiseño con Pedro Luis Roció Rodríguez, natural de Bayamo, Granma, con 58 abriles vividos y una centena de historias duras por contar.
Un día, sin mucho protocolo, los subieron a una ambulancia y los acogió un espacio inédito: el campamento de vida asistida del Proyecto Sociocultural Cabildo Quisicuaba, en San Antonio de los Baños, donde ya convivía cerca de una centena de habitantes de calle desde su inauguración en febrero del 2023.
Afectos infinitos
La otrora escuela secundaria básica en el campo Comuna de París, presa del abandono, la maleza y el marabú, resurgió a favor del desarrollo y bienestar del ser humano, como el punto naranja de Cuba en esta geografía.
Yadelkis Hernández Morales, jefa, madre, amiga… , es quien mejor lo puede contar desde el primer día.
“Poco a poco avivamos el edificio Girón deshabitado hace años. Se ofrecieron fuentes de empleo a lugareños. Y empezamos a mirar tras cristales diversos, sin violencia ni desdeños”, comenta.
Argumenta que el ímpetu de la soberanía alimentaria y la idea de juntar amor y luz transformaron el entorno de unas 90 hectáreas. “Exhibimos módulos pecuarios en producción y en fomento, reverdecidos con sudor y constancia”, dice.
“Son de los logros en poco tiempo la cría de ovinos, chivos, el módulo vacuno, pavos, gallinas, y sembradíos que les han permitido cosechar yuca, maíz, quimbombó, plátano, boniato, col… y especias en huertos aledaños”, significa.
Desde el Ariguanabo también apoyan la obra más antigua de Quisicuaba: la alimentación de miles de comensales vulnerables, en el comedor social de su sede en Maloja, entre Ángeles y Águila, en el Consejo Popular Los Sitios, de Centro Habana.
Sin embargo, en la cocina del campamento se siente mucho más el olor al esfuerzo del campo. Nos lo reseña el cocinero Issel Hidalgo Batista, quien inicia su labor diaria a las seis de la mañana. “Elaboro desayuno, almuerzo, cena y dos meriendas para una centena de convivientes”, detalla.
“Era obrero de mantenimiento constructivo. Hacía bloques, pero sé cocinar bien”, explica y sonríe.
Mientras él pone todo su amor, junto a cebollas, ajos, ajíes, cilantros… en unos frijoles colorados, al final del pasillo central la enfermera Rosita Hodelín, impecablemente vestida de blanco, da lecciones de vida, como parte de su interacción terapéutica en la gran vivienda protegida. Ella sana, une, alegra, dignifica; forma parte del equipo de bienestar psicológico que ampara las 24 horas a los que se encuentran allí. Lo integran especialistas del Hospital Iván Portuondo, del Ariguanabo, y del Psiquiátrico de La Habana, según necesiten, quienes suministran los fármacos indicados a la hora precisa.
Bienestar y alegría
Cuando te parece que todas las caras son desconocidas descubres a quien desde siempre has admirado por su derroche de carisma al dominar la pelota de fútbol.
Una enfermedad cerebral, los reveses cotidianos y al mismo tiempo la voluntad de recomenzar, inherente al ser humano, hacen que Douglas Hernández esté por Quisicuaba, con apoyo de su bastón.
No habrá quien lo haya seguido y no recuerde que solo con 16 años de edad, en 1980, implantó una marca nacional al tocar la pelota 3 mil 998 veces. En 1994 se le aplaudía otro récord, el Guinness: 22 mil 217 toques al balón en 3 horas y 40 minutos. Después dio 100 mil 26 contactos en más de 15 horas.
Ahora tuvo la iniciativa de subir encima de sus hombros a otro conviviente de unas 150 libras. Y con la mitad de su cuerpo en pausa, debido a la enfermedad, demostró su dominio de la esférica. Tocó 80 veces la pelota, en la posición de sentado.
En esta ocasión su marca no irá a los Guinness, pero sí a la historia de quienes le ayudaron, incluso, en medio del desconocimiento, porque como Douglas, allí todos apuestan por un bienestar con alegrías e incluso con desatinos que entrecortan las palabras.
Segundas partes para dos Ángeles
También la vida volvió a sonreírle a Ángela Figueroa Pérez, quien llegó a Cuba hace años, y al santiaguero Miguel Ángel Bornot Viltres…
Se conocieron en el comedor de Centro Habana. Fueron de los primeros diez en el campamento de San Antonio.
“Era la única mujer y por mi falta de visión él me ayudaba. Siempre agradable, atento. Me ocupaba el tiempo. Poco a poco nos compenetramos más.
“Un día el doctor Enrique Alemán Gutiérrez, líder del Proyecto Quisicuaba, que para todos es luz, nos habló de casamiento, de tener nuestro nido de amor”.
Encontrar casa y cariño no eran planes inmediatos. “Intentábamos sobrevivir día a día. Hubo hasta boda como merecen los novios.
“Me matrimoniaba por segunda vez; tengo una hija de 38 años, en La Habana”, expresa, con suficiente mezcla de nostalgia y orgullo.
Él también se casó antes, en Ciego de Ávila. “Al enviudar volví a la calle en compañía del alcohol. Dediqué varios años a oficios en los ferrocarriles. Al no tener ni el nivel primario cursado perdí la posibilidad de un empleo formal”, se franquea.
Caminan de la mano siendo cada uno lazarillo del otro. “No estamos cruzados de brazos. Limpiamos el comedor, damos agua, café o merienda a alguna visita. Nadie nos lo impone, lo hacemos para sentirnos útiles”, dice Ángela, muy conversadora.
Lo común de casi todos radica en el amor, pues si desde lo lejos miras a la otrora secundaria, localizada a 37 kilómetros de La Habana y unos cuatro del agitado San Antonio, ves solo un punto naranja con tonos verdes a su alrededor.
¿De cerca?, divisas sentimientos compartidos de quienes retornan a la vida con marcas en el alma; de aquellos aptos para sanar heridas o de los que vamos de pasada. ¡Hay amor y gratitud!