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Transportación interprovincial: Esperas o pagas más caro

La sala de espera de la ter­minal de ómnibus de Villa­nueva, en La Habana, se llena de paciencia y cálculos rápidos. La camagüeyana Martha Domínguez aguarda su turno en la lista de fallos, esa lotería diaria que puede darle un asiento de regreso. A unos metros, en el andén contiguo, los pregoneros vocean salidas inmediatas: “¡Para Camagüey, con aire, saliendo ya!”. La tarifa, sin embargo, hace que más de uno frunza el ceño.

La Terminal de Ómnibus de La Habana mantiene no solo el servicio de transportación nacional sino que garantiza el confort y disfrute de los viajeros. Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera

La escena de Martha no es ais­lada. Cada día cientos de pasajeros enfrentan la misma incertidumbre en las terminales del país, donde la demanda supera con creces la capa­cidad de los ómnibus estatales. Hoy, el transporte interprovincial se ha convertido en una carretera de do­ble vía.

Por un lado, los servicios oficiales con precios más accesibles y tarifas que alcanzan hasta 312 pesos, pero sufren retrasos y limitaciones. Por el otro, los privados, quienes entran como válvula de escape: más flexi­bles, con horarios propios y a veces con vehículos pequeños, aunque el bolsillo lo siente. Al final, cada pa­sajero hace sus propias cuentas: ¿es­perar por el más barato o pagar más caro por llegar rápido?

 

Una carretera de doble vía

Walter Luis Duvergel, director general de Ómnibus Nacionales, reconoce las limitaciones, pero avala que se trabaja con eficiencia. Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera

El ingeniero Walter Luis Duvergel, director general de Ómnibus Na­cionales, reconoce que el sistema de transporte estatal atraviesa se­rias restricciones: de un parque de 558 ómnibus, solo funcionan 219, lo que sitúa el coeficiente de dis­ponibilidad técnica en apenas el 49 por ciento. “Para cubrir la progra­mación nacional se necesitarían al menos 320 medios”, explicó, déficit que obliga a sobreexplotar los exis­tentes, provoca roturas en el cami­no y una demanda que supera por mucho la oferta.

“Hoy tenemos una flota enveje­cida, con más de cinco años de uti­lización en la mayoría de los ómni­bus. Eso nos obliga a trabajar con lo que tenemos, y garantizar combus­tible y mantenimiento en la medida de lo posible. El objetivo es sostener el servicio, aunque sabemos que no siempre se logra cubrir el encargo social”, aseveró.

Una realidad que comparte Os­mani Ramírez Mendoza, uno de los más de 700 conductores de Ómni­bus Nacionales, con 18 años de ex­periencia. “En la vía, hay que tener todos los sentidos alerta. Descan­sar, alimentarse y prepararse psi­cológicamente es vital, sobre todo en estos meses de neblina, cuando los animales en la carretera son el mayor riesgo. Con 44 pasajeros a bordo, entre ellos niños y ancianos, nuestro compromiso profesional es llevarlos siempre a destino”.

Según planteó Luis Duvergel, las dificultades se concentran en el acceso a lubricantes, piezas de re­puesto, baterías y neumáticos, ade­más del combustible y la fuerza de trabajo. “solo en aceite, los costos mensuales superan los 15 mil dó­lares”, dijo. Aun así, la rueda debe girar y la empresa mantiene las ru­tas nacionales, con afectaciones en las de Cienfuegos, Guantánamo y Pinar del Río.

 

Arrendados, ¿la solución?

En la terminal Villanueva cientos de personas dependen de los fallos que se suceden. “Aquí nos encar­gamos de vender las capacidades vacías. Cuando quedan asientos libres en ómnibus, el jefe de turno nos informa y empezamos a llamar a los pasajeros de la lista de espe­ra”, puntualizó Yanniel Pantoja Vidó, jefe de la instalación, y agre­gó que “es un proceso meticuloso, pero frágil. Si una salida se sella y no deja fallos, la gente se molesta. Pero nadie tiene culpa”.

El arrendamiento de ómnibus estatales y los camiones son una opción de viaje a la cual no todos los ciudadanos pueden acceder. Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera

Afuera, en el predio de los arrendados, late el otro corazón del transporte. Aquí la ley es la oferta y la demanda: no hay lista de espe­ra, sino negociación directa. “Vine a despedir a mi hija, quien tuvo que pagar 4 mil pesos para viajar a Santiago de Cuba en una guagua arrendada”, declaró una vecina de la localidad.

Onix Grimón, director adjun­to de la Unidad Estatal de Tráfi­co, subrayó que el arrendamiento de medios de transporte, regulado por la legislación vigente, constitu­ye una alternativa para sostener el traslado de pasajeros. Se recuperan vehículos en mal estado, con inver­siones de los arrendatarios, quienes además asumen los gastos corrien­tes para mantener esos medios en funcionamiento.

Los ómnibus —en muchos casos guaguas antiguas renovadas— y los camiones son propiedad de traba­jadores por cuenta propia o de mi­pymes, que alquilan un espacio en la terminal y cobran directamente a bordo. Su ventaja frente al estatal es clara: la rapidez. “Si quiero lle­gar a tiempo, pago más, pero sé que llego”, sentenció Wilber Galeano, un joven baracoense. La flexibili­dad es otra: salen cuando se llenan, adaptan rutas y, en teoría, no siem­pre ofrecen la mayor comodidad.

No obstante, este mercado tie­ne sus reglas, o la falta de ellas. El Estado fijó topes máximos: 4 mil pesos hasta Camagüey, 5 mil 500 hasta Guantánamo. Sin embargo, en la práctica esos límites suelen evaporarse. La escasez de gasoli­na, el riesgo del camino y la propia demanda permiten negociar cuo­tas muy por encima de lo legislado, y el ciudadano, urgido de viajar, termina pagando la diferencia.

Aun así, estatal y privado se en­trelazan. “Si un ómnibus estatal se avería recurrimos a guaguas arren­dadas que mantienen el traslado en tiempo y forma al mismo precio re­servado”, explicó Luis Duvergel. En este escenario han surgido mipymes como Pedrocarr S.R.L, creada en el 2022 en Las Tunas, que ofre­ce viajes privados y compartidos, además de servicios de carga y mantenimiento tiene presencia en varias provincias, incluso en La Habana, se ha convertido en un apoyo frecuente para la Empresa de Ómnibus Nacionales y garan­tizan confort y puntualidad a sus clientes.

Asimismo, detalló Panto­ja Vidó, logran cubrir en muchos casos el déficit existente en los turnos de la terminal. “Ellos re­servan asientos para casos espe­ciales —embarazadas, ancianos, personas con alta médica— a los cuales brindan dos plazas a precio de programación nacional: 195 pe­sos a Las Tunas y 190 hasta Puerto Padre. Una alternativa que ayu­da a quienes no pueden pagar los arrendados”, aseguró.

 

Viajeros en el camino

A esto se suma la Empresa Viaje­ro, eje organizador del transporte interprovincial, que articula óm­nibus, trenes y conexiones marí­timas. A través de sus agencias y de la aplicación Viajando, la po­blación ha adoptado nuevas mo­dalidades digitales para la compra de boletos, reflejo de un proceso de transformación.

Pero, no todo es color de rosa. Las opiniones sociales evidencian fallos en estas plataformas digitales propi­ciados por problemas en la conecti­vidad y la estabilidad técnica, ade­más de las ilegalidades. Un reciente operativo en Camagüey culminó con la detención de ocho ciudada­nos vinculados a una red de venta de pasajes y especulación, práctica que se repite en varias provincias ante el deterioro del transporte público y la falta de alternativas oficiales.

Es claro que, aunque existen pasos de avance para sostener la transportación nacional gracias al esfuerzo de quienes no renuncian a mantener el servicio, la respues­ta sigue siendo insuficiente ante una demanda creciente y diversa. El arrendamiento de ómnibus y de camiones ha permitido rescatar medios paralizados, también ha generado desorganización, acceso irregular a recursos y precios que escapan a los topes oficiales. En este escenario, el reto no es solo mantener la rueda girando sino ejercer un control más efectivo que garantice orden, equidad y estabi­lidad en un sistema que, de lo con­trario, continuará reproduciendo sus propias brechas.

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