Cada 10 de diciembre el mundo celebra el Día de los Derechos Humanos. Y vuelven no pocos países a preguntarse cuántos han sido conquistados para la verdadera felicidad de los pueblos y a cuántos se les aplasta todavía con guerras, mentiras, manipulaciones, retóricas y hasta leyes que contradicen la Declaración Universal, proclamada en 1948, por la Asamblea General de las Naciones Unidas.

De las decenas de derechos que recoge ese documento: a la vida, la educación, la salud, la justicia, la vivienda, la alimentación, la cultura, la seguridad social, entre otros tantos, es pertinente detenernos en el derecho al y en el trabajo, que no resulta un juego de palabras y Cuba puede demostrarlo con hechos.
El primero comprende tener acceso a un empleo y salario sin discriminación alguna, lo cual permita seguridad económica y material. Leyes impulsadas desde el mismo triunfo revolucionario, tasas de desocupación por debajo de niveles internacionales, reformas salariales a tono con el contexto social y más reciente, la discusión de un Anteproyecto de Código de Trabajo moderno e inclusivo, dan fe de ello.
Por supuesto, una vez que se obtenga la plaza los derechos no quedan atrás, pues ahí cuentan la capacitación, las vacaciones, las condiciones de seguridad e higiene, un número de horas razonable de labor, así como permanecer o ascender en el puesto de acuerdo con la capacidad y aportes.
No es menor el derecho a integrarse a un sindicato que defienda sus intereses y los represente ante los dueños y el Gobierno, que en nuestro caso se expresa en 15 sindicatos nacionales, nucleados dentro de la Central de Trabajadores de Cuba, nacida en fecha tan lejana como 1939.
No hay nada perfecto en ninguna de nuestras conquistas. Mucho queda por alcanzarse, pero hay respeto e integridad, garantías y derechos. Y hay también fidelidad a una idea martiana: “El trabajo pone alas”.

