Sé quién me contagió con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), causante del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida). Vivía en La Habana y fui al hospital Nacional para hacerme unos análisis, estaba en trámites de operarme de los senos; al ir a recogerlos, la doctora me miraba extrañada y con miedo a hablar, le dije: tire para acá, soy pichona de gallega.
Al escuchar que había sido positiva al VIH aquello me chocó, imagínese… con 25 años jamás por mi mente pasó contraer esta enfermedad, ahora llamada retrovirosis crónica; tenía mi pareja estable, y mire usted…, momentos de placer me dejaron marcada de por vida.
Confesó Irene de la Torre Morales, de 65 años, entonces estudiante del primer curso de la carrera Medicina, quería ser técnica forense, se considera la mujer de los por qué y dice que el cuerpo después de muerto sigue hablando.
Salí de la consulta atolondrada hacia la universidad y le dije al decano que dejaría la escuela; no quería darme la baja por mis resultados docentes y mi disciplina. Me exigió decir un motivo y entonces se me hirvió la sangre; cogí un mueble cercano y lo tiré, hasta un cenicero le lancé y dijo: para, para… y entonces llorando le dije: sabe por qué lo hago? he visto cómo han expulsado a alumnos y profesores por tener VIH y yo lo tengo… A esa hora la habitual pregunta, pero cómo es posible y le respondí: tampoco lo sé.
Rápido pensé en la muerte; compré pastillas de todo tipo, algunas eran droga, cuatro botellas de ron, fumé; cuando volví en sí, estaba sentada dentro de una celda en el Hospital Psiquiátrico de la Habana, ubicado en el municipio de Boyeros, conocido como Mazorra, rodeada de paredes y piso acolchonados; amarrada con una camisa de fuerza y el Comandante del Ejército Rebelde Eduardo Bernabé Ordaz Ducungé, quien fuera su director durante más de 40 años, junto al psicólogo, me dijeron:
Qué querías, sacarte del cuerpo? les respondí: sacar este bicho de adentro; desde entonces doy gracias a Ordaz por enseñarme a vivir con el VIH; cuando entré al sanatorio de Santiago de Las Vegas, en La Habana, llevaba años en la calle viviendo de la ayuda de amigos.
Una y otra vez me preguntaba: Por qué yo?; nos creemos bárbaros e invulnerables. Ojalá todos pudiéramos interiorizar antes la veracidad de la conocida frase de que el VIH no tiene cara, asumiríamos un comportamiento sexual responsable y, por consiguiente, otra actitud con respecto al uso del condón.
Hoy celebro con alegría, nunca pensé durar tanto, me diagnosticaron seis meses y aquí estoy; el doctor Jorge Pérez Ávila, mi médico de cabecera, siempre me ha dicho lo que debo y no puedo hacer, lo cumplo al pie de la letra; me tildan de exagerada. No tengo tabú, digo sin pena lo que tengo.
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Cómo lo cogí, la pregunta buena… Tenía mi novio, éramos una pareja estable pero no sabía de sus andanzas; al enterarme lo busqué y se le digo, lo amaba, era único hijo y me senté con sus padres y no creyeron nada. Antes de ir a verlo investigué que cogía la moto del padre y se iba con sus amigos, se alcoholizaba y echaban carreras en la línea del tren.
Un día ellos fueron a verme al sanatorio para injuriar mi lengua, su hijo había muerto en la línea del tren; él sabía que tenía VIH y al reclamarle me dijo: yo hice lo que hicieron conmigo.
Me costó trabajo casarme, cuando ingresé en el antiguo Instituto de Medicina Tropical (IPK) encontré a un amigo ingresado con VIH y el Dr. Jorge Pérez nos sentó en la dirección, nos mandó a hacer los análisis por separado y cuando llegó el día comenzamos una relación, duramos 18 años de matrimonio, falleció en 1999 de cáncer, nos conocíamos de cuando éramos sanos.
Intenté casarme en el 2004, la relación no funcionó, lo conocí dentro del sanatorio, era demasiado alcohólico y cuando comencé a descubrir las mentiras le dije: se acabó, mejor ni empezar.
Nunca fui una hija deseada, de hecho, ando con muletas por mi mamá, me tiró de las gradas del estadio de Gerona cuando yo tenía siete años, al decirle que mi papá intentó violarme; ella me montó en un barco hacia La Habana, con el cuerpo lleno de verdugones de cintazos; gracias a amistades sobreviví; muchos me dieron la espalda, pero encontré amigos nuevos.
Cuido con extremo mi sistema inmunológico para que no se debiliten mis linfocitos, ni las defensas naturales de mi organismo contra microbios u otras bacterias; nos hacen chequeos y la terapia constante; no tomar alcohol y tomar las pastillas.
Es un error pensar que los ancianos no cogen VIH, no lo adquirí en la tercera edad, pero también llega con la ancianidad y pasa inadvertido porque sus síntomas coinciden con dolencias y molestias propias de nuestra edad; resulta difícil para el médico determinar que se trata de este mal, hablo de la pérdida de la memoria, peso y de mucho cansancio.
Presentamos un sistema inmunológico envejecido, lo cual puede demorar la respuesta al tratamiento, además de estar propensos a coger enfermedades que complicarían la evolución de este padecimiento.
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Tengo fe en que se me quitará, o aparecerá un medicamento después de tantos ensayos; tal vez no lo disfrute, pero otros sí. Todos podemos contribuir a aplacar la expansión de esta pandemia, disminuirían los costos hospitalarios, las tabletas de antirretrovirales le cuestan al país alrededor de siete dólares, lo leí en el libro Confesiones a un Médico, del doctor en Ciencias Médicas Jorge Pérez Ávila.
Mi mamá se llamaba Fe Esperanza de la Caridad, tres nombres míticos; tengo fe, vivo con esperanza y sé que la caridad la traerá el gobierno cubano y regalada, como nos da la terapia y nos pone las vacunas para estar libre de enfermedades.
Mi vida ha sido muy dura y desgarradora; no soy de pedir, por el contrario, doy. Hago artesanías para vender y cuando veo un niño se las regalo; el dinero hace falta, mis manualidades son mi sostén económico porque no tengo chequera al pasarme hospitalizada la mitad de mi vida. Aquí en la Isla he tratado de buscar trabajo, pero con muleta ha sido un estigma, pero sigo adelante y me levanto con más fuerza.
¿Por qué no tengo chequera?; llegué del sanatorio de Santiago de las Vegas a la Isla, en el 2024, para la casa de abuelos y me dieron una de $ 1 543.00; a los tres meses pasé de forma interna para el hogar de anciano y me la retiraron alegando que como aquí me lo dan todo, no pueden pagarme la chequera y a la vez ofrecer las bondades de la institución de manera gratuita, entendible, pero me hace falta el dinero, los únicos zapatos que tengo son estas sandalias regaladas, por cierto. Necesito comprar aseo y algunas prendas de vestir, menos comida claro.
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En el territorio pinero la epidemia comenzó en 1986. El primer adulto mayor infectado se notificó en el 2007, mientras en el mundo la población anciana contagiada representa un grupo sustancial dentro del total de personas con VIH, en su mayoría llegaron a la vejez infectados, escudándose en “de algo me tengo que morir, ya estoy más para allá que para acá”.
Aunque la epidemia en Cuba tiene un lento crecimiento con una prevalencia baja al compararla con otras regiones, al analizar los diferentes grupos que la conforman, los ancianos no han tenido en cuenta suficientemente los programas educativos, preventivos y de ayuda, relacionados con este asunto.
Los protocolos de salud no incluyen pruebas de VIH en la tercera edad, a no ser que haya una sospecha de una conducta de riesgo; invisibilizar riesgos en los longevos conlleva a inexactitud de diagnóstico en el caso del asunto que nos ocupa, lo que implica dilación en el inicio del tratamiento y compromete su eficacia; ya de hecho presentan una supervivencia menor, en comparación con los pacientes jóvenes.
Irene nos convoca a reflexionar en cuántos ancianos hay sin saber que llevan en su cuerpo la marca de la irresponsabilidad, lo riesgoso es que se están reinfectando, lo que puede crear cepas del virus más resistente a lo normal, poniendo en peligro su vida y la de otros. El VIH no cree en edades.
En Cuba 35 373 personas viven con el VIH, cifra que se mantiene en un control estable gracias a la efectividad del programa nacional, que reporta una sostenida reducción tanto de las nuevas infecciones como de la mortalidad por esta causa.