La industria farmacéutica mueve trillones de dólares al año y los productos biotecnológicos aparecen entre sus mayores fuentes de ingresos. El pronóstico hasta el 2030 es que su tasa de crecimiento supere el 5 por ciento; que continúe marcando el rumbo de la innovación médica; y defina qué enfermedades reciben inversiones prioritarias.
Detrás de las grandes marcas del sector hay compañías de fondos infinitos, inversores institucionales y fundaciones filantrópicas que definen qué investigar y a quiénes benefician los resultados. En ese contexto, Cuba ha dibujado un camino propio, con avances notables a pesar de las complejidades de ese mercado y las restricciones que impone la política hostil de Estados Unidos.
¿Quién domina el mercado?
Las empresas con mayor peso en la industria son Pfizer, Roche, Johnson & Johnson, AbbVie, Merck & Co., Sanofi, AstraZeneca, Novartis, Bristol-Myers Squibb y GlaxoSmithKline. Las tres primeras controlan el 20 % del mercado farmacéutico mundial. Todas operan con un margen de beneficios que supera el 70 por ciento.
Un artículo publicado en el sitio digital PatentPC refiere que las 10 compañías farmacéuticas más lucrativas obtienen ingresos combinados que superan los 500 mil millones de dólares al año y concentran algunas de las líneas de investigación más lucrativas: oncología, enfermedades autoinmunes, diabetes y vacunas.
El tamaño de estas corporaciones está en plena expansión y suelen ampliar sus carteras de productos a través de fusiones o compra de empresas más pequeñas. La concentración de poder se completa con el control de laboratorios, redes de distribución, políticas de precios y prioridades de investigación.
Entre los principales accionistas institucionales de las grandes farmacéuticas sobresalen tres gestores de fondos estadounidenses: BlackRock, Vanguard y State Street. Registros públicos de inversionistas de empresas como Pfizer y Moderna refieren que esas firmas controlan entre el 7 % y el 11 % de las acciones de varias de las mayores compañías del sector, lo que se traduce en influencia decisiva en las juntas directivas, especialmente cuando abordan estrategias empresariales y políticas de sostenibilidad.
Además de los inversores privados, la financiación para enfrentar enfermedades infecciosas y de alto impacto global depende en gran medida de actores filantrópicos y multilaterales. La Bill & Melinda Gates Foundation, por ejemplo, informó en su Annual Report 2024, que destinó 1,91 mil millones de dólares a programas de salud global, con foco en vacunas, así como en investigaciones acerca de malaria, tuberculosis y VIH. Su capacidad de coinversión influye en agendas de organismos internacionales como la Alianza para las Vacunas (Gavi), la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (Cepi), y el Fondo Mundial.
Otras entidades como la Organización Mundial de la Salud (OMS), por ejemplo, reciben aportes de EE. UU. (casi el 15 % del presupuesto de la agencia), Reino Unido e Irlanda, y Alemania, que ha prometido 400 millones de euros para los próximos cuatro años. Estos fondos también son determinantes a la hora de definir qué enfermedades investigan y cuáles cuentan con programas de distribución masiva de medicamentos.
¿Qué sale de los laboratorios?
Las prioridades globales de investigación combinan inversión privada y fondos públicos. En los últimos años han potenciado productos asociados al tratamiento de enfermedades oncológicas, diabetes y cardiovasculares. Quedaron relegadas, por ejemplo, las infecciosas, a pesar de estar ampliamente extendidas en el mundo.
La pandemia de Covid-19 disparó la inversión en plataformas de vacunas de ARN, vectores virales y subunidades. Consorcios internacionales y fundaciones aportaron miles de millones entre 2020 y 2024, según reportes de Gavi y CEPI.
La Fundación Gates dedicó casi 2 mil millones de dólares a salud global en 2024, lo que muestra la magnitud del esfuerzo; mientras empresas como Roche, AstraZeneca y Bristol-Myers Squibb, siguen destinando buena parte de sus presupuestos de I+D a terapias oncológicas, el segmento de mayor crecimiento y rentabilidad.
La investigación en torno a diabetes y trastornos cardiometabólicos también crece, impulsada por la alta prevalencia mundial y el mercado estable de medicamentos a largo plazo.
Entre las verdades confirmadas por el desarrollo acelerado de las vacunas de la Covid-19 destaca que la industria puede acelerarse, pero el acceso global a los resultados seguirá siendo desigual. Mientras el primer mundo tuvo millones de dosis, África y América Latina quedaron rezagadas, fenómeno que Naciones Unidas calificó como ‘apartheid vacunal’.
¿Hacia dónde se mueve la biotecnología cubana?
En contraste con ese modelo de negocio, Cuba defiende un enfoque de biotecnología pública marcado por la certeza del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz de que para tener acceso a esos productos e impactar en la salud del pueblo había que construir un camino propio.
Es así que a partir de los años ochenta, el país consolidó un sistema de instituciones de investigación que, entre otros principios, tuvo en cuenta el de la complementariedad. En esa lista destacan el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), el Instituto Finlay de Vacunas (FVI), el Centro de Inmunoensayo (CIM), el Centro Nacional de Animales de Laboratorio (Cenpalab) y el CECMED, autoridad reguladora cubana para el uso de medicamentos, equipos y dispositivos médicos.
En el 2012 esas entidades se unieron para fundar el Grupo de las Industrias Biotecnológica y Farmacéutica de Cuba (BioCubaFarma), conglomerado que el 27 de noviembre festejó 13 años de liderar las estrategias del sector a nivel nacional, así como su inserción en el mercado internacional.
A diferencia del modelo privado dominante, Cuba integró investigación, regulación, producción y comercialización en instituciones públicas que, en casi todos los casos, trabajan en red y cierran el ciclo. Esta estructura permite reinvertir en la propia industria y potenciar el impacto social de los resultados pues, una vez concluida la fase investigativa, los productos se incorporan, de manera expedita y al menor costo posible, al Sistema Nacional de Salud.
Informes de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (WIPO) reconocen que la transferencia tecnológica a naciones en desarrollo es otra de las singularidades del proceder cubano y cita ejemplos de producciones cooperadas en India, Vietnam e Irán.
Entre los resultados cubanos más notables a nivel internacional aparecen la vacuna contra la meningitis B; el Heberprot-P para la úlcera del pie diabético; y las vacunas de la Covid-19, fundamentalmente Soberana 02, Soberana Plus y Abdala, así como el resto de los medicamentos de origen biotecnológico (Biomodulina T, Jusvinza, entre otros) que formaron parte de la respuesta cubana a la pandemia. Todos ellos confirman las potencialidades de la ciencia nacional, incluso en condiciones adversas.
Estudios publicados en bases de datos como NCBI y reportes técnicos del Ministerio de Salud Pública confirmaron la alta eficacia de las vacunas cubanas contra el Sars-Cov2 en escenarios reales y reconocen que fue posible una rápida inmunización debido a la articulación que existe entre la industria biotecnológica y el Sistema de Salud.
A pesar de que algunos países de América Latina, África y Asia autorizaron y aplicaron estas vacunas, las cifras de inmunizados pudo ser mucho mayor. No sucedió así debido al freno que representa el bloqueo de Estados Unidos, que afecta no solo a Cuba, sino a todo el que quiera relacionarse con ella.
También impactan las severas consecuencias que a nivel financiero ocasiona la absurda inclusión del país en la Lista de Estados que Patrocinan el Terrorismo, pues bancos y proveedores evitan operaciones con la nación caribeña por temor a sanciones.
Otra limitante para la aplicación de los resultados de la ciencia cubana en terceros países está condicionada por la aplicación de medidas regulatorias excesivas, proteccionistas, fomentadas en muchos casos por las grandes farmacéuticas que buscan limitar el acceso de sus rivales potenciales al mercado internacional.
El llamado “riesgo regulatorio” limita la capacidad de Cuba para legalizar patentes, establecer acuerdos con empresas tecnológicas, acceder a mercados amplios y actualizar equipos de alta gama. Esto encarece los proyectos y reduce la posibilidad de atraer inversión extranjera.
Los frenos al potencial de la biotecnología cubana ocasionan pérdidas millonarias. Solo el bloqueo, en el período 2019–2023, tuvo un costo al sector de la salud que supera los 4 mil millones de dólares.
A pesar de esas dificultades, y en un mundo donde la salud se ha convertido en un negocio multimillonario, Cuba ha demostrado que la ciencia puede asumir el bienestar humano como meta, sin renunciar a la rentabilidad. El desafío actual es seguir haciendo sostenible tal hazaña.