Hace 66 años el Che promovió y materializó una manera distinta de amar el trabajo. Lo propuso para apoyar la construcción de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, en El Caney de Las Mercedes. Le nombró trabajo voluntario y no solo contribuiría al aumento de la producción, sino también a la creación y formación de la conciencia.

La idea era dedicar unas horas cada semana a impulsar lo que era en ese momento más importante: construir, levantar, edificar un país que había visto triunfar una Revolución guerrillera once meses antes y aspiraba a conquistar la mayor justicia posible.
Este fin de semana la Central de Trabajadores de Cuba, cual guerrillera de los tiempos, convocó a sus millones de afiliados y a todo el pueblo a recordar la fecha con los mismos códigos que concibió el Che. Ahora en la producción de alimentos, en la recuperación tras los daños del huracán Melissa, en la higienización de los poblados y ciudades y en cuantas tareas demandara “el concurso de nuestros modestos esfuerzos”.
Fueron estas horas de domingo un homenaje también a Fidel, que participó en varias zafras azucareras y batalló todo el tiempo por la creación de fábricas, hospitales, círculos infantiles, campamentos agrícolas, entre otros centros, levantados en muchas jornadas de trabajo voluntario.
Hace 66 años el Che nos demostró, una vez más, que “el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”. Y si alguien lo duda, el sudor en la piel de los trabajadores este domingo lo dejó al descubierto. Cuba sigue batallando como él mismo vaticinó a Fidel en su carta de despedida: ¡Hasta la victoria siempre!



