En la conocida calle holguinera «Máximo Gómez», entre Cables y «Ángel Guerra», una edificación de dos pisos acoge a la que es quizás una de las escuelas más multigeneracional de Cuba: la Academia de Artes Manuales «Ana Betancourt».
Basta traspasar el umbral de la puerta para ver adolescentes aprendiendo tejidos o bordados junto a mujeres de la tercera edad; tampoco falta uno que otro hombre desafiando tabúes y adentrándose en el mundo de la costura o la cerámica fría.
Pero lo importante es que la institución mantiene, entre jóvenes y mayores, la curiosidad por oficios ancestrales. Con una matrícula que supera los 600 estudiantes, el centro es uno de los pocos de su tipo en Cuba que sigue en activo, convertido en un bastión para las tradiciones.
Yeniset Ricardo Ricardo, directora de la escuela perteneciente a la Empresa Provincial de Industrias Locales Varias, destaca con pesar que el claustro de profesoras se ha reducido a solo cuatro, incluyéndola a ella. Sin embargo, hacen todo lo posible por mantener cerca de 30 cursos en funcionamiento y, definitivamente, lo han logrado porque la academia mantiene un ambiente de aprendizaje contagioso.
Ese clima es el que atrapa a cursistas como Gladys Consuelo Acosta, colombiana residente en Cuba. «Este semestre decidí hacer cuatro cursos. Aquí se conoce a mucha gente, hacemos como una familia y eso es muy provechoso para la salud mental y física», confiesa.
Para muchas féminas, como la doctora Liliana Leyva Ruiz, la academia es una tabla de salvación tras la jubilación. «Trabajé como médico de familia y después en microbiología. Cuando me jubilé, esto me sirvió de mucho, me mantiene estimulada», relata, y añade: «el año pasado hice muñequería soft, es una terapia ocupacional muy importante. Uno llega aquí y no quiere irse».
Una opinión similar tiene Maritza Estrada Reo, jubilada de las FAR y licenciada en Derecho, quien destaca que «la academia da la posibilidad de aprender y hacer otras cosas aparte de la profesión que uno tiene. Para mí es muy importante estar aquí, y es el criterio de todas mis compañeras».
No obstante, el impacto de la «Ana Betancourt» va más allá del bienestar personal y se adentra en zonas de la economía. Dayamí Martínez Mendoza, profesora con 19 años de experiencia, lo ve a diario.
«Aquí somos una gran familia. Mujeres y hombres salen de sus casas y vienen a aprender un oficio y hasta motivarse para un emprendimiento», afirma la experimentada artesana. Incluso subraya que «muchos talleres de costura aquí en Holguín son de personas que salieron de esta escuela».
A la par de su labor pedagógica, la institución mantiene convenios de colaboración con centros penitenciarios, politécnicos y la Casa de Cultura Municipal, desde donde el grupo «Reparador de Sueños», conformado por profesoras y estudiantes, promociona semanalmente el trabajo de la academia.