Veinte años después de ser formuladas, la pregunta y la respuesta del Comandante en Jefe Fidel Castro resuenan todavía mucho más en las actuales circunstancias que vive Cuba. “¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse? (…) Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.
Muy conocido por esa estremecedora advertencia, aquel discurso del Líder Histórico de la Revolución en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, un día como hoy del año 2005, en el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, contiene otras claves relevantes para cualquier análisis presente y futuro de la realidad cubana.
Cinco años antes, durante la celebración del Primero de Mayo en la Plaza de la Revolución José Martí, Fidel había definido en un sintético y perdurable concepto, expresado en sentido positivo, “el deber ser” de la Revolución. Un lustro más tarde, ante los estudiantes universitarios, complementó con un razonamiento extenso, rico en matices, episodios personales y minuciosidad estratégica y táctica, los peligros y los riesgos que podrían dar al traste con la obra de toda su vida.
Hay que volver una y otra vez a este discurso medular. Al fin y al cabo, transcurridas dos décadas, la vigencia de las alertas de Fidel allí planteadas resuena aún con mayor dramatismo, como otro aldabonazo histórico que tiene además el enorme valor de llevar en sí mismo el antídoto para la catástrofe que se propone evitar.
Porque todo, o casi todo, quedó dicho aquel Día Internacional del Estudiante. Desde las certezas filosóficas sobre la naturaleza y la temporalidad de la humanidad tal y como la conocemos, pasando por la demostración implacable de la injusticia que entraña el capitalismo, hasta una magistral exhibición de su exhaustivo método de acercamiento a nuestra realidad cotidiana, el que se debe seguir para comprender y emprender soluciones integrales a los problemas económicos y sociales del país.
La cuestión del liderazgo en una sociedad como la nuestra, sobre la base del ejemplo y de la valentía política para reconocer los errores y enmendarlos; el compromiso con el bienestar de la ciudadanía, y en especial de sus grupos más humildes y que más le aportan o contribuyeron en el pasado; las vías para lograr una participación real y efectiva de la población en la construcción de soluciones colectivas, son cuestiones esenciales que Fidel despejó allí.
Lanzó incluso una reflexión que tal vez en aquel instante pudo pasar desapercibida, pero que hoy explica en gran medida la guerra comunicacional que se hace contra la Revolución por la vía digital. “No es lo mismo una mentira que un reflejo condicionado: la mentira afecta el conocimiento; el reflejo condicionado afecta la capacidad de pensar. Y no es lo mismo estar desinformado que haber perdido la capacidad de pensar, porque ya te crearon reflejos”.
Fue particularmente prolijo en detallar el papel de la juventud en todo ese proceso, la importancia del conocimiento y el desarrollo de nuestras capacidades intelectuales como recurso económico principal y fuente de bienestar para nuestro pueblo y el mundo, y las convicciones que definen la Revolución como el internacionalismo, la solidaridad y el desprendimiento personal en una obra que nos trasciende como individuos.
De las miserias y podredumbres, de las manquedades éticas, los egoísmos y los efectos disolventes de las desigualdades sociales nos ilustra igualmente Fidel en aquella pieza oratoria, pronunciada ante miles que no han olvidado sus palabras, pero también frente a algunos individuos que luego no estuvieron a la altura de la confianza que él en persona les otorgó con sus enseñanzas.
Compartió, además, lo que Fidel llamó una conclusión suya al cabo de muchos años: “Entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo”. No lo hizo como una admisión de derrota o poca fe, como a veces se pretende manipular esa frase.
Fue una denuncia al dogmatismo, a la traslación mecánica de experiencias, a la modorra del pensamiento, a la pereza de no hacernos las preguntas correctas, que casi siempre son las preguntas incómodas. Fue un llamado de Fidel, con ejemplos concretos de lo que se hacía en aquellos momentos, para estudiar con lupa y enfrentar con respuestas creativas problemáticas sociales relativamente invisibilizadas. Le debemos eso y mucho más, en esta hora decisiva, para seguir desarrollando —como también nos dejó dicho aquel día— el oficio de rebelde.