Confieso que una de las peores imágenes que me resultan al recorrer no solo en la capital cubana, sino también en otras urbes del país es la cantidad inusitada de locales otrora restaurantes famosos, unidades de comercio de todo tipo y tiendas, donde crecen la desidia, la inmundicia, la irresponsabilidad, la chapucería y un sinnúmero de adjetivos sinónimos del marasmo.
¿Desde cuándo usted no camina por el Bulevar de San Rafael, uno de los más céntricos e importantes paseos peatonales del municipio de Centro Habana y de Cuba? ¿O las avenidas Infanta, Reina, Monte, Galiano o cualquier otra calle de nuestra Habana? No olvide detenerse frente a alguna de las entradas del conocidísimo Fin de Siglo. Saque conclusiones.
No me refiero a que determinados centros no presten hoy la función de antaño, pues de sobra sé que nuestra disminuida economía no dispone de fuerzas para sostener el nivel del servicio de restaurantes, tiendas, cines y otras unidades comerciales existentes hace tiempo, también sé que muchos de esos sitios pudieron tener un mejor final. Por ejemplo: viviendas.
Hablo de recintos y locales que quedaron “a la buena de Dios” —como acostumbramos a decir algunos cubanos— lugares donde no se aprecia ni la más mínima muestra de respeto a las normas de convivencia pública y ven concluir su vida útil convertidos en hospederos de desechos sólidos, de insectos y roedores
Por qué no haber pensado, y exigido, otra alternativa que no fuera poner cuatro tablas y un cartel a la entrada, la mayoría de las veces sin custodios y dejar que fluyera allí la vida ante un desorden, y que cualquier persona descargue sus más naturales necesidades fisiológicas sin tener en cuenta las más elementales normas de convivencia.
Estoy convencido de que con deseos, responsabilidad y creatividad —palabras imprescindibles, mucho más en estos tiempos— no proliferaran, como ahora, los malos ejemplos y los resultados serían totalmente diferentes.