En la quietud de la madrugada del 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, no solo se tocaban campanas para llamar a misa; se convocaba a un pueblo entero a nacer.
Ese día, un grupo de cubanos liderados por el abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes cambió para siempre el destino de la nación.

El sitio es reverenciado hoy como el Altar Sagrado de la Patria, un lugar de peregrinación donde cada cubano debe rendir tributo al espíritu indómito de la independencia.
La madrugada del juramento
La víspera, el 9 de octubre, había sido de tensa preparación. Casi doscientos hombres, «mal armados para lo que se proponían hacer», según relatan los testimonios, llegaron sigilosamente al ingenio.
Bajo el cielo estrellado del oriente y muy cerca del mar de sur, los dirigentes de la revuelta pulieron un texto que pasaría a la historia como el Manifiesto del 10 de Octubre, considerado hasta la actualidad como la primera declaración de independencia de Cuba.
En un gesto de profundo simbolismo, Céspedes ordenó a la dotación de esclavos tocar sus cánticos africanos. Luego, mientras los tambores resonaban en la noche, se arrodilló ante la efigie de la Virgen de la Caridad del Cobre, encomendando a la suerte de la patria la empresa que comenzaría al amanecer. Así nació la leyenda de la «Cachita mambisa», con lo cual se fundió para siempre la fe religiosa con la causa libertaria.
Al romper el alba, en la explanada de su imponente propiedad, Céspedes —hombre de baja estatura pero de voz enérgica— se dirigió a los congregados. Rodeado de ilustres patriotas como Pedro Figueredo, Francisco Vicente Aguilera y Bartolomé Masó, declaró los principios del levantamiento y, en un acto de radical consecuencia, otorgó la libertad a sus esclavos, invitándolos a unirse a la lucha .
El momento más sublime llegó con el juramento. Un testigo presencial registró para la eternidad el diálogo que selló el destino de aquellos patriotas:
«¿Juráis vengar los agravios de la patria?
—Juramos, respondieron todos.
¿Juráis perecer en la contienda antes que retroceder en la demanda?
—Juramos, repitieron aquellos.»
La respuesta de Céspedes estremeció por su solemnidad y compromiso:
«Yo por mi parte juro que os acompañaré hasta el fin de mi vida, y que si tengo la gloria de sucumbir antes que vosotros, saldré de la tumba para recordaros nuestros deberes patrios».
¿Por qué es el Altar Sagrado de la Patria?
La Demajagua no es solo un lugar histórico; es un altar porque allí se ofrendó la vida por primera vez en el ara de la patria naciente. En aquel lugar se consumó el sacrificio de la comodidad, la seguridad y el porvenir personal a favor de un ideal colectivo.
El historiador Javier Vega Leyva, Presidente de la Unión de Historiadores de Cuba en Granma, ha reflexionado profundamente sobre el significado de este lugar. En sus escritos, destaca cómo aquellos hombres «cortaron el nudo gordiano de las principales y ya insalvables contradicciones que atenazaban a la sociedad criolla y cubana de entonces: la de amo-esclavo, esclavitud-desarrollo económico y colonialismo-identidad nacional» . Esta reflexión, disponible en un artículo sobre la Generación del Centenario, subraya la trascendencia de lo allí ocurrido.

Por su parte, el historiador Aldo Daniel Naranjo, reconocido museólogo e investigador del Museo Provincial de Granma con el Premio Anual de Investigaciones Culturales Juan Marinello 2002, ha dedicado su obra a estudiar y divulgar la figura de Céspedes.
En su libro El estandarte que hemos levantado. Apuntes cronológicos. Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874), ofrece una detallada cronología de los hechos que permite comprender la magnitud del gesto cespediano.
El sitio manzanillero comparte con el Cementerio Santa Ifigenia en Santiago de Cuba el honorable epíteto de Altar de la Patria, como señala un reportaje de CubaPLUS Magazine, «aunque por diferentes razones, pero entrelazadas» . Mientras Santa Ifigenia guarda los restos de los héroes, el otrora ingenio azucarero preserva el momento del nacimiento, el instante fundacional donde todo era posible y todo estaba por hacerse.
La espiritualidad imponente
Hoy, convertido en Parque Nacional La Demajagua, el lugar emana una espiritualidad palpable. Quienes lo visitan lo describen como un paraje pacífico donde «una brisa limpia y serena y vibrantes recuerdos aún laten de su historia».
Se conserva allí, como símbolo precioso, la campana original que llamó a los primeros cubanos libres, así como la vieja cadena o especie de rueda de máquina central, aprisionada entre árboles.
Estos objetos no son simples reliquias museables sino testigos mudos del parto de una nación, sacramentos civiles que conectan a las generaciones actuales con sus raíces más profundas.
El deber de visita y tributo
Para todo cubano, visitar La Demajagua es más que un recorrido turístico; es una peregrinación cívica, un acto de reafirmación nacional.
Como escribió Vega Leyva, los hombres de 1868, y en primer orden Céspedes, «encarnaron las más radicales ideas de su tiempo».
Acota que era este un hombre ilustrado, políglota, masón, abolicionista, humanista y liberal radical, el patricio reunió en su persona «la condición de encrucijada de signos, de cruce de caminos, del despertar de una conciencia para los cubanos».

Al rendir tributo a Céspedes en La Demajagua, no se honra simplemente a un hombre, sino al arquetipo del patriota que antepuso el bien colectivo a su interés personal. El dueño de un ingenio próspero —»con moderno motor a vapor»— lo abandonó todo por la libertad de su pueblo.
El legado que perdura
La gesta iniciada el 10 de octubre de 1868 fue, en palabras de Vega Leyva, «nuestro primer esfuerzo serio por acceder a la modernidad de la que nos privaba el estatus colonial» . Con ella, «el movimiento de ideas dejó de ser un asunto de gabinete para convertirse en la acción de miles de hombres que lo sacrificaron todo, hasta sus vidas, por defender sus preceptos».
Hoy, cuando se cumplen 157 años de aquella madrugada luminosa, la campana de La Demajagua sigue sonando en el corazón de cada cubano que cree en la dignidad plena de la patria.
Visitar ese Altar Sagrado, pisar la tierra consagrada por el juramento de los padres fundadores, no es solo un derecho: es un deber de memoria, un acto de reafirmación de que la Cuba libre que soñaron sigue siendo faro y guía en el camino de la nación.




