El 6 de octubre de 1976 quedó marcado como una de las jornadas más tristes de la Revolución. Ese día, un avión de Cubana de Aviación estalló en pleno vuelo frente a las costas de Barbados. No hubo sobrevivientes. Entre las 73 víctimas, atletas del equipo nacional de esgrima, trabajadores, estudiantes, ciudadanos de distintos países… Ninguno podía imaginar que el viaje terminaría en tragedia, solo aquellos que la planificaron con total frialdad.

El atentado no fue un hecho aislado: resultó un acto terrorista ejecutado por extremistas vinculados a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y a la contrarrevolución asentada en Miami. El 6 de octubre es recordado en Cuba como el Día de las Víctimas del Terrorismo de Estado, una fecha de duelo y también de memoria activa frente a la impunidad.
Décadas después, documentos desclasificados por la propia CIA, han confirmado que Washington conocía de antemano los planes de sabotaje y no hizo nada por impedirlos. Al contrario, brindó protección política y judicial a los responsables. El caso de Luis Posada Carriles es quizá el más emblemático: pese a su responsabilidad directa en la concepción del crimen, vivió sus últimos años en libertad en territorio estadounidense, amparado por un silencio cómplice.
El Derecho Internacional ha especificado el terrorismo como la utilización sistemática de la violencia contra civiles con fines políticos, ideológicos o religiosos. Sin embargo, esa definición universal contrasta con una práctica desigual: en tanto algunos actos son condenados con toda la fuerza mediática y judicial, otros—según los intereses de las potencias dominantes— se ocultan, se justifican o se borran de la memoria oficial.
Ejemplos sobran. Desde las dictaduras militares en América Latina, donde miles de desaparecidos nunca encontraron justicia, hasta los bombardeos en Medio Oriente que arrasaron poblaciones enteras sin que nadie respondiera por los crímenes. La impunidad es la máscara que con frecuencia lleva puesta el terrorismo cuando se viste de geopolítica.
Las víctimas no se cuentan solo en números. Cada acto de violencia deja cicatrices visibles en las familias, en las comunidades, en las generaciones futuras. El terror no termina con la explosión, ni con el disparo: se prolonga en la angustia, en la pérdida irreparable, en la sensación de vulnerabilidad que erosiona la vida cotidiana.
Esa misma herida es la que hoy atraviesa al pueblo palestino, sometido a un genocidio que se comete ante los ojos del mundo. Bombardeos indiscriminados, asedio a hospitales, destrucción de hogares y escuelas, miles de muertes civiles—en su mayoría mujeres y niños— son parte de una realidad devastadora que, de nuevo, cuenta con la complicidad de Estados Unidos y las principales potencias europeas. La retórica de la “seguridad” se utiliza como coartada, del mismo modo que antes se utilizó la excusa de la “lucha anticomunista”.
El terrorismo de Estado, disfrazado de estrategia militar, muestra su esencia: el desprecio absoluto por la vida humana cuando esta se interpone a determinados intereses de poder. Y mientras el dolor palestino se acumula en cementerios improvisados, la comunidad internacional se debate entre la hipocresía de los gobernantes y la indignación de los pueblos solidarios que improvisan flotillas humanitarias por el Mediterráneo cargadas de esperanza.
El recuerdo del crimen de Barbados no es, entonces, un capítulo del pasado, es una advertencia viva. Nos recuerda que la violencia planificada desde el poder, cuando no es juzgada, se repite con nuevos rostros y nuevas víctimas.
Queda, finalmente, una reflexión inquietante: ¿qué rasgos de la naturaleza humana permiten concebir y ejecutar planes terroristas con tal frialdad? Quizás la respuesta esté en la combinación de ambición, fanatismo e indiferencia ante el sufrimiento ajeno. También en la capacidad de algunos para deshumanizar al otro, convirtiéndolo en un simple obstáculo a eliminar.
Frente a esa lógica perversa, la memoria, la justicia y la solidaridad son formas de resistencia. Recordar el 6 de octubre de 1976 es honrar a quienes murieron e impedir que la historia se repita.

