Esa vocación de censura expresa un vínculo profundo, una relación cotidiana que marca generaciones. En un país donde hoy coexisten múltiples formas de acceso a la información y el entretenimiento —algunas aún fuera del alcance pleno de todos—, el hecho de que la TVC continúe siendo tema de debate dice mucho de su lugar en la vida nacional.
Pese a las carencias y los reclamos, no es exagerado afirmar que una de las mejores televisoras públicas del mundo es la cubana. Su razón de ser no es el mercado ni la competencia… es el servicio, la formación, el acompañamiento, la construcción de identidad.
La TVC defiende una lógica de país, de cultura, de encuentro. Mantiene una aspiración de estar a la altura de los intereses de un público amplio —diverso en edades, gustos, territorios y contextos—. Por eso se ha moldeado una programación que, aunque desigual, no deja de intentar dialogar con todas las realidades posibles.
Desde los dramatizados hasta los espacios informativos, desde los programas infantiles hasta los musicales, pasando por una oferta cinematográfica considerable (independientemente de las calidades)… ha propiciado una segmentación adecuada de sus contenidos, de manera que no queden sectores desfavorecidos.
Hoy, como tantas otras instituciones culturales y sociales del país, la TVC no escapa a los efectos de la crisis económica. La obsolescencia tecnológica, la escasez de recursos, el éxodo de talentos y las tensiones creativas impactan visiblemente en la calidad de los contenidos.
Pero el desafío no es solo material: es también conceptual. ¿Qué lugar ocupa la televisión en una era multiplataforma? ¿Cómo renovar lenguajes sin perder la identidad? ¿Cómo seguir formando públicos sin subestimarlos? Son interrogantes que exigen un verdadero diálogo con la audiencia, que no se reduzca a cifras de audiencia, sino que reconozca a los espectadores como interlocutores exigentes.
Urge consolidar los espacios para ese debate
Los 75 años de la TVC, que se cumplen el 24 de octubre, no deberían asumirse como regodeo nostálgico. Pudieran (tendrían que) ser una oportunidad para repensar su rol y sus potencialidades.
La Televisión sigue siendo una herramienta poderosa de articulación social y cultural, una plaza común donde aún se cruzan generaciones, debates y emociones.
Para que esa posibilidad no se pierda es imprescindible jerarquizar contenidos, estructurar propuestas, y sobre todo, apostar por la inteligencia colectiva que tanto ha defendido su mejor tradición.
En tiempos difíciles, la televisión pública tiene una misión irrenunciable: contribuir con el proyecto de un país mejor.