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Imagen y sonido para un país mejor

Criticar la Televisión Cubana (TVC) es, desde hace décadas, casi pasatiempo nacional. Lo hacen los televidentes de siem­pre, los nostálgicos de cierta “edad dorada”, algunos jóvenes incisivos… y también (sin me­dias tintas) los profesionales del medio, los que saben cuánto pesa el compromiso de sostener una programación pública.

Esa vocación de censura ex­presa un vínculo profundo, una relación cotidiana que marca generaciones. En un país donde hoy coexisten múltiples formas de acceso a la información y el entretenimiento —algunas aún fuera del alcance pleno de to­dos—, el hecho de que la TVC continúe siendo tema de deba­te dice mucho de su lugar en la vida nacional.

Desde los dramatizados hasta los espacios informativos, desde los programas infantiles hasta los musicales, pasando por una oferta cinematográfica considerable, la Televisión Cubana ha propiciado una segmentación adecuada de sus contenidos. Foto: Canal Habana

Pese a las carencias y los reclamos, no es exagerado afir­mar que una de las mejores te­levisoras públicas del mundo es la cubana. Su razón de ser no es el mercado ni la competencia… es el servicio, la formación, el acompañamiento, la construc­ción de identidad.

La TVC defiende una lógica de país, de cultura, de encuen­tro. Mantiene una aspiración de estar a la altura de los intereses de un público amplio —diverso en edades, gustos, territorios y contextos—. Por eso se ha mol­deado una programación que, aunque desigual, no deja de in­tentar dialogar con todas las realidades posibles.

Desde los dramatizados hasta los espacios informativos, desde los programas infantiles hasta los musicales, pasando por una oferta cinematográfi­ca considerable (independien­temente de las calidades)… ha propiciado una segmentación adecuada de sus contenidos, de manera que no queden sectores desfavorecidos.

Hoy, como tantas otras ins­tituciones culturales y sociales del país, la TVC no escapa a los efectos de la crisis económica. La obsolescencia tecnológica, la escasez de recursos, el éxodo de talentos y las tensiones crea­tivas impactan visiblemente en la calidad de los contenidos.

Pero el desafío no es solo material: es también concep­tual. ¿Qué lugar ocupa la televi­sión en una era multiplatafor­ma? ¿Cómo renovar lenguajes sin perder la identidad? ¿Cómo seguir formando públicos sin subestimarlos? Son interrogan­tes que exigen un verdadero diálogo con la audiencia, que no se reduzca a cifras de au­diencia, sino que reconozca a los espectadores como interlo­cutores exigentes.

 

Urge consolidar los espacios para ese debate

Los 75 años de la TVC, que se cumplen el 24 de octubre, no deberían asumirse como rego­deo nostálgico. Pudieran (ten­drían que) ser una oportunidad para repensar su rol y sus po­tencialidades.

La Televisión sigue siendo una herramienta poderosa de articulación social y cultural, una plaza común donde aún se cruzan generaciones, debates y emociones.

Para que esa posibilidad no se pierda es imprescindible je­rarquizar contenidos, estruc­turar propuestas, y sobre todo, apostar por la inteligencia co­lectiva que tanto ha defendido su mejor tradición.

En tiempos difíciles, la tele­visión pública tiene una misión irrenunciable: contribuir con el proyecto de un país mejor.

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