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¡Silvio, te amamos…!

Podría comenzar esta pequeña crónica de mil maneras, pero la más honesta es con ese clamor que lo recibió y lo despidió: “¡Silvio, Silvio, Silvio…!”, un mantra de agradecimiento infinito que retumbó en el corazón de la escalinata de la Universidad de La Habana este 19 de septiembre.

 

 

El trovador cubano, Silvio Rodríguez, escogió la colina universitaria para dar el primer acorde de su gira por cinco países latinoamericanos. Durante semanas, la ansiosa espera creció al ritmo de los anuncios en redes sociales, hasta que este viernes, miles de personas se reunieron en un mismo pulso, bajo un cielo que parecía hacerle un guiño al artista.

En los últimos días, el cielo habanero pareció querer jugar una mala pasada. La lluvia insistió con apagar la fiesta. Pero, como en sus canciones, la esperanza venció. Las nubes se abrieron justo a tiempo y unos tímidos rayos de sol embellecieron aún más el comienzo del espectáculo.

 

El encuentro reunió a hombres y mujeres de todas las edades tanto de Cuba como del extranjero.

Durante dos horas, no hubo nada más. Solo su voz, su guitarra y nosotros. Fue un viaje íntimo y compartido donde cada acorde encontraba un sentimiento, cada estrofa, una memoria. La música de Silvio fue un espejo en el que muchos vieron reflejadas sus alegrías, sus duelos y el orgullo profundo de ser cubano. Cuando las últimas notas de una pieza se apagaban, el público suplicaba: “¡Otra, otra, otra!”. Nadie quería que se rompiera el hechizo.

Silvio, fiel a su esencia, hizo más que cantar. Rindió homenaje a aquellos que ya no están físicamente, pero cuya esencia perdura en la Nueva Trova Cubana: Vicente Feliu, Noel Nicola y Pablo Milanés. Fue un reconocimiento a los pilares de un movimiento que cambió la canción protesta en América Latina.

Pero la noche no fue solo celebración; también fue conciencia. Entre el público, se veían kufiyas y banderas de Palestina, símbolos de un pueblo que resiste. Silvio no pasó por alto el momento. Alzó su voz y denunció el genocidio que Israel comete contra el pueblo palestino.

Al final, como al principio, el propio Silvio apuntó con su cámara hacia el público que lo abrazaba. Era él mirándonos a nosotros, devolviéndonos el amor, guardando el instante en el que, una vez más, su música nos hizo infinitos.

Quiso capturar desde el escenario la misma emoción que él nos regalaba. Fue el gesto de un artista que, después de tantos años, sigue dialogando con su gente. La foto final no fue la que él tomó, sino la que quedó grabada en el corazón de todos los presentes: la de un país cantándole al poeta que lo acompaña.

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