La recién concluida Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), celebrada en la ciudad china de Tianjin los días 31 de agosto y 1.o de septiembre, marca un punto de inflexión en la arquitectura geopolítica mundial. En un contexto de creciente tensión entre las potencias occidentales y los países que defienden su soberanía y derecho al desarrollo autónomo, este evento demostró que se avanza hacia un sistema multipolar donde las decisiones ya no se concentran en Washington o Bruselas.

La OCS, integrada por China, Rusia, India y varias naciones de Asia Central, junto a Estados observadores y socios, se consolida como un contrapeso efectivo al orden unipolar liderado por Estados Unidos y la Unión Europea. La reunión no solo reforzó la colaboración en seguridad y economía, sino que también envió un mensaje claro: el Sur global tiene voz propia y está decidido a ejercerla.
La importancia del encuentro en Tianjin radica en su momento histórico. Hoy, el sistema de gobernanza global enfrenta una crisis profunda. Instituciones como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o la Organización Mundial del Comercio muestran limitaciones para actuar con imparcialidad, al estar frecuentemente dominados por los intereses occidentales. Por el contrario, la OCS se presenta como una alternativa que prioriza la soberanía de los Estados, la no injerencia en asuntos internos y la cooperación mutua.
Durante la cita se adoptó la Declaración de Tianjin y quedó delineada la Estrategia de Desarrollo hasta 2035, que define las tareas prioritarias y las principales orientaciones para profundizar la cooperación multifacética en aras de la paz y la estabilidad regional, así como el desarrollo y la prosperidad.
Uno de los aspectos más destacados del foro fue la creación de nuevas estructuras para enfrentar desafíos contemporáneos. Se establecieron dos centros, uno para combatir el crimen transnacional, y otro dirigido a la seguridad informática, así como un mecanismo de coordinación antinarcóticos.
De igual forma avanzaron en la independencia financiera con la presentación del Banco de Desarrollo de esa organización, lo que reduce la dependencia de instituciones occidentales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.
En el ámbito tecnológico los Estados miembros podrán acceder al sistema de satélites BeiDou de China, una alternativa segura al Sistema de Posicionamiento Global controlado por Estados Unidos. Esto no solo garantiza autonomía en navegación y comunicaciones, sino que también simboliza la desconexión progresiva de las redes de poder occidental.
Asimismo, se aprobó el concepto de “corredor de energía verde” en Asia Central, que fomenta las fuentes de energía limpia y las redes sostenibles. Dichas medidas son parte de un plan integral para construir infraestructuras financieras, tecnológicas y energéticas que profundicen la integración interna y extiendan la influencia de la OCS, vista por Rusia como un espacio para contrarrestar la expansión de la Otan y las sanciones occidentales.
Mientras que China la considera una vía para promover su Iniciativa de la Franja y la Ruta; en tanto la India la aprecia como una zona para asegurar sus intereses energéticos y de seguridad en Asia Central.
La relevancia de la Organización trasciende lo regional. La Cumbre de Tianjin incluyó críticas firmes a la “doble moral” en la política internacional y llamó a reformar la ONU para hacerla más representativa. Esto refleja el deseo de sus miembros de ser reconocidos como una voz legítima del Este global.
El modelo de “multilateralismo flexible” de la OCS permite la cooperación sin sometimiento a Occidente, acelerando la tendencia hacia la multipolaridad.
Para Cuba y América Latina, este movimiento hacia la multipolaridad ofrece oportunidades tendentes a diversificar alianzas y resistir presiones externas. La Cumbre de Tianjin no es solo un evento diplomático más; es un símbolo de que el mundo avanza hacia un futuro en el que la soberanía y el respeto mutuo son los pilares de las relaciones internacionales.

