
Hay quienes trabajan con las manos y otros con la voz. Jorge Florentino Sarduy Medina lo hace con ambas, pues su palabra no se esconde y cuando llega, se escucha. Sindicalista por convicción, campesino por herencia, y patriota.
No llegó al mundo buscando títulos, aunque la vida le fue reconociendo los méritos. Sembró frijoles, sí, pero también ideas que germinaron en congresos; y a su vez en dignidad y esperanza para el trabajador. Estas líneas son el retrato de un hombre que le dice al pan, pan y al vino, vino.
La raíz del árbol…
Su pasión por la agricultura no nació en libros ni discursos, sino al calor de la tierra, junto a sus padres vegueros, campesinos natos de Cumanayagua. “Siempre estaba al ladito de ellos, y ya desde muy joven trabajando con los animales”, recordó. Hoy ya está jubilado, no obstante el surco continúa latiendo en manos de su hermano menor, desde la unidad empresarial de base Santa Gertrudis, de la Empresa Pecuaria El Tablón.
Ha dedicado su vida a labores agrícolas convencido de que “cada cosecha tiene su lucha”. En sus palabras la productividad no se mide en cifras, más bien en impacto humano: lo que comen sus vecinos, lo que aprenden sus hijos viene del fruto de sus manos.
Para un guajiro como yo, del Escambray, poder intervenir en actividades con los obreros es de gran regocijo. Los dirigentes saben cuál es mi posición: ayudar, cooperar y hacer planteamientos que contribuyan al avance económico, subrayó.
“El trabajador necesita que se preocupen por sus necesidades, y eso es tarea del sindicato. Yo lo hacía así, fue mi éxito”. De esta forma comenzó su recorrido —desde 1986— como secretario general sindical de base hasta llegar a otros niveles, experiencia que lo convirtió en un ejemplo para sus compañeros. Con ellos elaboró propuestas, creó consensos y si hacía falta alzaba la voz sin perder la humildad para defender sus derechos.
Del invento al surco
Grandes han sido sus aportes al sector. Fue abanderado en un congreso sindical de la idea de vincular a los jóvenes técnicos directamente con las cooperativas. “¿Por qué esperar a que se gradúen si pueden formarse en el surco?”, sentenció. En la actualidad varios recién egresados realizan sus prácticas profesionales en fincas como la suya mediante programas rotativos, guiados por campesinos.
Sarduy no solo cultiva, también organiza. Su vínculo con la ciencia y la técnica ha sido constante. “Siempre he podido aportar, porque he estudiado, y me gusta estar inventando”, manifestó. Por ello, ha logrado rendimientos que rivalizan con los centros de investigación. “En frijoles, a campo abierto, he alcanzado hasta tres quintales por cordel cuadrado. Eso es un éxito para mí”, afirmó sin grandilocuencias.
Fue a Venezuela con una mochila de fidelidad y otra de conocimientos. Le tocó asesorar en tecnología europea sin haber salido antes del campo cubano. ¿Resultado? Dominó el invernadero, dio clases, se reinventó. Guajiro, sí, pero con cabeza de ingeniero y corazón de pueblo.

Durante los años noventa adoptó medidas que cambiaron el curso de los acontecimientos, entre ellas reutilizar regadores soviéticos, convertir piezas de autos en desuso en sistemas de riego por goteo, así como diseñar mecanismos para bombear el agua sin energía eléctrica. Proyectos que no nacen de libros, sino de decenios de práctica y ensayos.
Aunque muchos lo considerarían un inventor empírico, lo cierto es que varias cooperativas de la zona han reproducido sus modelos para mejorar la eficiencia y el desenvolvimiento del trabajo. “Si lo que tenemos no es suficiente, lo que creemos sí puede”, dijo con una sonrisa que revela más sabiduría que cualquier manual.
Su historia es símbolo para las futuras generaciones y si bien ninguno de sus hijos calzó sus botas de labranza, llevan consigo esa misma raíz. El mayor es abogado, defiende con la palabra; el menor, veterinario. “La gente me quiere y me tiene presente”, confesó sin alardes. Y en su voz hay orgullo, y además gratitud por los hijos, por el pueblo, por el país.
La jubilación no lo detiene. Atiende a una comunidad cercana a su finca, vende productos a precios bajos. En tiempos difíciles insiste en crecerse, logro que le ha permitido ser delegado en varios congresos, conferencias y otras actividades nacionales y foráneas en las que se defienda el derecho del trabajador.
Nos comentó que en ocasiones se le critica por trabajar demasiado y almorzar tarde. “Pero no dejo de almorzar. Aporto al terreno todos mis conocimientos. A veces me salen mal las cosas, porque todo no es bueno, sin embargo estoy satisfecho porque he tenido más logros que deficiencias”, reveló.
En el 2024 recibió del Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, el Título Honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, que ostenta con mucho honor y convicción, y constituye una alegría inmensa. “Nunca pensé que podría conseguirlo”.
Su historia nos enseña que para transformar la realidad bastan una finca, una libreta de campo y un corazón que no se rinda. Hoy, cuando camina por su tierra o conversa con los vecinos, no lleva medallas colgadas, pero sí el respeto de los suyos, y eso es el más alto honor.
Él no es un símbolo abstracto, es un ser humano, que ríe cuando recuerda a Venezuela, o se pone serio al hablar de las deficiencias que perduran en el sector y no tiene miedo a estudiar ni a equivocarse.
Y si pudo, ¿cuántos más podrán? Porque su historia no es excepción. Y en cualquier rincón de Cuba, hay otros Sarduy, con las manos en la tierra y el país en el pecho.
– Medalla Hazaña Laboral / 1996.
– Orden Lázaro Peña de I, II y III Grados.
– Medalla Jesús Menéndez / 2006.
– Medalla Trabajador Internacionalista / 2013.


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