El Treme va a la escuela
Paquito
Ambos niños, ya casi púberes en sexto grado, habían superado con creces la edad de la peseta y hasta la del MLC, que casi daban por extinguida. Andaban muy próximos, vaya, a la clásica etapa insurreccional de la temprana adolescencia.
Los últimos días de agosto fueron una batalla para que los hermanitos TT se cortaran sus sendas pelambres verde y naranja que el Treme les había financiado, con dolor de su bolsillo. Ese tinte de verano fue en parte un regalo por las notas de 5to. grado, pero sobre todo para poder distinguir uno del otro cuando hacían de las suyas.
Podrán suponer que en la familia y el vecindario estaban muy felices con el regreso al aula de Tornado y Tifón. Sobre todo, su tío el Treme, quien tuvo que lidiar con los gemelos el verano completico. En cuanto a sus maestros, los sentimientos por el rencuentro con los TT no quedan del todo claros, aunque suponemos que también.
El Treme, además, estaba estupefacto con todo lo que ahora hay que comprarle a un niño para que vaya a la escuela. Desde que los TT empezaron el prescolar, por ejemplo, ya había perdido la cuenta de las poninas en el aula para comprar ventiladores, evidencia científica irrefutable del cambio climático, pues el Treme no recordaba nada igual en su lejana primaria.
¡Pero que todo fuera por la educación de sus sobrinos! Este lunes, a nadie le quepan dudas, sería una fiesta, y el Treme estaba tan o más contento que los TT. A la escuela hay que llegar puntual, siempre puntual, les tarareó camino a la parada de la guagua, recordando aquella vieja canción infantil.
“Eso era en tu época, tío —le replicaron los TT, a tono con la rebeldía y circunstancia de estos tiempos—, ahora cantamos que A la escuela hay que llegar, y punto”.