Asunción.— De las aguas revueltas de la Costanera Asunción, que trasmutó en horas, como su país, entre frías temperaturas, llovizna pertinaz y viento fuerte, emergió la última medalla de Cuba en los II Juegos Panamericanos Júnior.
Quiso el tiempo que el talento y el amor, fundidos en la pareja en el deporte y la vida de Yisnolis López y Javier Requeiro, bañaran de oro lo que fue el título 19 con que la delegación cubana remontara a Chile en el sprint del medallero para quedarse en el séptimo puesto por naciones.

No pudo entonces existir mayor simbolismo. A fuerza de valor y ganas, estos jóvenes vencieron la adversidad del clima. Bajo nubarrones similares compitió en Paraguay la armada antillana, que batalló con pundonor en un escenario complejo.
Porque son circunstancias totalmente diferentes, Cali-Valle 2021 no debe mirarse como ese referente con sus 10 títulos más y 23 medallas por encima, además de su quinto puesto. En cuatro años el mundo trastocó sus rumbos, mucho más nosotros.
El séptimo lugar es lo que más se aviene a las reales posibilidades de nuestro deporte en un contexto de severas limitaciones económicas, materiales, financieras y energéticas que afectan el sector, precisado de inversiones de todo tipo que el país hoy no está en condiciones de garantizar. Es lo que más se parece a la ubicación de Cuba en el epicentro mundial y continental en todas las categorías.
Habrá que repetir hasta el cansancio que nuestros jóvenes se prepararon a pulmón y así compitieron. Cuba fue con lo mejor que tiene en este segmento etario, al margen de algunas figuras excluidas a última hora por enfermedad, mientras otros países se dieron el lujo de dejar a no pocos de sus principales atletas, Estados Unidos, incluido. Aun así, los Juegos fueron un acto de superación al caer varias marcas de la primera versión.
“Este es mi primer evento internacional”, alegaban muchos tras lograr una medalla, como representación de lo que sucedía con sus coequiperos, enfrentados a rivales de un área que ha elevado el nivel competitivo y el desarrollo deportivo en general. Y eso hace la diferencia frente a otros contrarios que los nuestros debieron vencer antes: falta de implementos, carencia de tecnología, inadecuada alimentación, preparación a medias por el insuficiente roce.
Muchos llegaron a Paraguay con el único fogueo de las confrontaciones internas y hasta topes con escolares como la taekwondoca Anaysel León, quien sacó un bronce en el último segundo de su combate en los 67 kilos. Y eso simboliza, al menos para mí, lo que queda detrás del medallero: la lucha contra nubarrones de quienes dejaron en colchones, piscinas, pistas, palanquetas, tabloncillos, tapices, algo más que el alma.
En el epílogo me quedo con la pujanza de niñas como Yisnolis, convertida “por las ganas” en la máxima ganadora de medallas de Cuba: tres títulos y un bronce; me quedo con la inconformidad del pesista Enmanuel La Rosa, quien, con su oro bien ganado, quería haber enfrentado “a mejores rivales que me exigieran más”; con los pucheros de Frank Abel Rosales cuando tras un título espectacular en el trampolín a un metro no pudo repetir la otra medalla que se prometió a sí mismo en el evento de 10 m en un deporte que dejó dos bronces de nivel mundial en la plataforma.
Me quedo con la capacidad de las luchadoras, quienes, a fuerza de resistencia y coraje, le sacaron al colchón cuatro preseas, dos de ellas de oro. Con las lágrimas de impotencia de su coequipero de greco Yonat David Veliz, quien perdió el oro de los 67 kg vs. el campeón panamericano de mayores, el ecuatoriano Jeremy Peralta. En Asunción palpitan aún las historias. La de la ciclista Lianni Rachel Mesa, quien tras ser sacada en camilla por los traumas de una caída en el velódromo en la Madison, corrió y completó, dos días después, la ruta. O la de Oleysi Ferrer que ganó, con amplitud, una prueba “rara” para los cubanos: los 3 mil con obstáculos. O la de los remeros, bajaban de un bote y se subían al otro en cuestión de minutos y pescaron dos medallas, una de ellas de oro.
Cuando Cuba se colgó el último oro en el pecho de nación henchida, irrumpió el sol en el cielo encapotado de Asunción. Y se volvió a escuchar el grito eufórico y liberador del decatlonista Yomil Sánchez. Volvió su imagen hincado en la pista mojada, arropado a su bandera cubana que buscó con desespero.



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