La cumbre celebrada el pasado 15 de agosto entre los presidentes Donald Trump y Vladímir Putin en la base militar Elmendorf-Richardson, en Alaska, tuvo entre sus propósitos evaluar una salida a la guerra que desde hace más de tres años tiene lugar en Ucrania. No hubo acuerdo, pero sí señales. Expertos de diversas disciplinas han buscado más allá del discurso verbal, intentando decodificar gestos, vestuarios y agendas.

El primer hecho significativo fue la elección de la sede. En lugar de un territorio neutral, como indica el protocolo, escogieron Alaska, a propuesta del líder ruso. La península fue parte del imperio del zar Alejandro II hasta que este decidió venderla a EE. UU. en el año 1867. A pesar del tiempo y la rusofobia desatada en algunos Estados de la Unión, allí se respeta la herencia cultural y religiosa rusa, algo que no ha pasado desapercibido para el gobierno de Putin.
La escala previa realizada por el mandatario euroasiático en Magadán, en el extremo oriental de Rusia, para rendir homenaje a los pilotos soviéticos y estadounidenses que cooperaron durante la II Guerra Mundial, fue otro amistoso ramo de olivo.
Trump, por su parte, ordenó desplegar una alfombra roja en la loza del aeropuerto militar donde, feliz, recibió a su homólogo. La decisión saltó las normas de este tipo de encuentros y, además, envió una clara señal al mundo respecto a la orden de captura emitida contra Putin por la Corte Penal Internacional.
A su llegada, Putin saludó con un “Buenos días, vecino”, concepto que reiteró en sus declaraciones a la prensa al cierre de la cumbre. Y no le falta razón: entre las islas Diomedes Mayor, rusa, y Diomedes Menor, estadounidense, en el Estrecho de Bering, solo median 3,8 kilómetros.
Semiótica del lenguaje no verbal
Varios expertos han decodificado pelos y señales del encuentro, entre ellos la periodista española Patrycia Centeno, quien dice de sí misma en la red Linkedin: “Analizo, formo y asesoro en comunicación no verbal (lenguaje corporal, indumentaria, puesta en escena y protocolo) con una mirada crítica y sensible. Acompaño a líderes y organizaciones a construir su propósito estético y descubrir su propio ADN visual”.
Centeno publicó su análisis en X: “En su primer encuentro con Putin, los asesores de Trump le aconsejaron que si las cosas se tensaban optara por estrechar la mano (paz). (En Alaska) Trump ha optado por transformar el consejo y sobar a su invitado (pleitesía)”.
Ella reparó además en el vestuario, especialmente en el detalle de la corbata: la de Putin “no es roja, pero sí grana”, lo que puede entenderse como un guiño a Trump, quien la usa prácticamente de uniforme, junto a la camisa blanca y el traje azul, moda que se ha extendido a parte de su equipo y seguidores.

“La postura espejo que adopta Putin con Trump (piernas abiertas + gesto campanar invertido)” evidencia que “los rusos han estudiado cómo seducir/ acercarse a Trump”. Con campanar la analista se refiere a la acción de acercar ambas manos en forma de campana (las yemas de los dedos se tocan mientras las palmas se mantienen abiertas), el cual es empleado por personas que se sienten seguras y confiadas de lo que están diciendo.
“Trump recibió a Putin con aplausos y pleitesía”, como quien dice «pasa, esta es tu casa». Tres días más tarde, en el encuentro en la Casa Blanca con líderes europeos y el mandatario Volodímir Zelensky, el estadounidense tomó al ucraniano “por la nuca”, en un “gesto paternal/ jerárquico” que, en el lenguaje no verbal, se interpreta como: “Si deseas mi protección, harás lo que yo te diga”. Ante esto, el interlocutor “baja la cabeza y aprieta la boca”, en señal de frustración.

Si bien Centeno ha ido a los detalles, otros analistas se concentraron en el vestuario del canciller Sergei Lavrov: llegó a Alaska usando una enguatada blanca que el pecho tenía impreso, en letras bien grandes, CCCP (URSS, en ruso).

La referencia a la era soviética fue entendida por algunos como compromiso, para otros solo fue una provocación. No faltan quienes ven una referencia a los orígenes del diferendo con Ucrania y a la certeza de que la desconfianza entre Rusia y EE. UU. persistirá más allá de gestos y cumbres. El propio Lavrov explicó en una entrevista que puede verse en Facebook que no se trata de «revivir ningún tipo de pensamiento imperialista», sino de respetar la historia.
Diez días después del evento las esperanzas de una solución negociada están cada vez más lejos. En Ucrania arrecian los combates y el encuentro Putin-Zelensky-Trump del que tanto se habló es una quimera.
Todo indica que el legado más sustancioso de Alaska podría quedar en una provechosa lección de semiótica.


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