Su historia en la educación especial cubana se enlaza con el simbolismo de su nombre, que para muy diversas y milenarias culturas armoniza con la belleza y la fuerza, y se traduce como estrella. Esther Lazo Pérez pronto cumplirá 89 años y resume su vida en pocas palabras: “He vivido mucho, siempre en un aula, con mis alumnos”.

Veinteañera aún, comenzó a entretejer los méritos que la llevaron a la condecoración que recibió en el 2010: el Título Honorífico de Heroína del Trabajo de la República de Cuba. Educadora imprescindible, y no por querer desde niña ser maestra, sino por el sueño cumplido de enseñar a leer y escribir a niños con retraso mental, un anhelo que por aquel tiempo hacía creer a no pocos que Esthercita “también tenía problemas”, como por entonces se decía. Pero el tiempo le dio la razón y desde enero de 1959 pudo hacer realidad su empeño.
“Lo que revoloteaba en mi mente parecía algo demasiado lejano y solo mi mamá creía en mí. En toda Cuba había una sola escuelita dedicada a la atención a esos niños. Y era privada, muy cara por cierto. Me disgustaba mucho ver cómo por las calles se burlaban de ellos y cómo a veces los ponían a hacer piruetas y monerías; hasta les tiraban monedas y yo veía eso como un abuso.
“Ya graduada, preparada para cualquier nivel de enseñanza, mi intención era también continuar los estudios universitarios y alcanzar el título de Doctora en Pedagogía. Quería trabajar y estudiar; aunque no me aprobaron la matrícula gratis en la Universidad y desde ese día, trabajé mañana, tarde y noche”, dice.
Su primera labor como maestra fue en la llamada escuela psicopedagógica Crespo. Eso fue antes de graduarse, y allí continuó una vez diplomada de la Escuela Normal de Maestros de La Habana en enero de 1959.
“El director me dio las facilidades para que aplicara lo que soñaba para esos niños. Con anterioridad solo se daba validismo, o sea, clases para que se valieran por sí mismos. Pero yo me aferraba al criterio de que todos los educables aprendieran a leer y escribir.
“Con la ayuda de otras maestras hicimos los manuales y la metodología para lograrlo e integré el claustro de profesores que formaron a los primeros maestros normalistas dedicados a enseñar en la Educación Diferenciada, hoy Especial, y por las noches daba clases en la llamada escuela anexa de la Normal a jóvenes desvinculados del estudio”.
Amor con amor se paga

Ya el tiempo ha hecho mella en la cadencia de su andar, quizás también en su tono de voz, y su delicada sonrisa evidencia dulzura, la misma que durante muchos años transmitió a sus niños —así les llama— de ahí que atesore hoy como sus momentos de mayor regocijo las visitas que hacen a su casa hijos y nietos de aquellos que se criaron en el primer Hogar para niños sin amparo familiar.
Ellos le llaman abuela o mamá, y jamás olvidan el 9 de diciembre, fecha de su cumpleaños, ni los segundos domingos de mayo, días en que le devuelven multiplicado el mismo cariño que por décadas ella les prodigó. “Me hacen sentir una mujer dichosa, pues tengo dos familias: la afectiva y la biológica, que al final son una sola”.
En la sala de su casa, en el municipio capitalino de Playa, durante casi tres horas y a través de sus recuerdos, conocí de su vida tremenda, los muchos centros en los que trabajó como maestra, y cómo se las ingeniaba con aquellos que por varios años no aprendían. “Entre los que tenían posibilidades ninguno se me fue sin aprender. Incluso cuando cerraron la Beneficencia, me mandaron a los que tenían algún retraso mental”.
Por idea de Fidel en 1977 fue construida la escuela Aguilera Maceiras, primera que hizo la Revolución para niños con esas características, y para su sorpresa, Esther fue nombrada directora. “Había que vivir en la escuela, pues en aquella época no había auxiliares pedagógicas, se trabajaba solo con los maestros, por lo que si queríamos que todo saliera bien había que estar todo el tiempo allí, no podíamos ausentarnos”.
Con lujo de detalles rememoró todo el trabajo para acondicionar ese centro, sus muebles, cada detalle, y también recordó la noche, en que casi entrada la madrugada Fidel llegó a la escuela solo, sin escolta, vestido con pantalón verde olivo y pulóver blanco, manejando él mismo su yip. Quería conocer de la vida de esos niños venidos de muy diversos lugares del país.
“Él se sentó sobre una de las literas en que dormían los alumnos y habló mucho con los muchachos. Permaneció en el centro más de tres horas. Lo revisó todo y comprendió que esos pequeños con dificultades mentales no debían vivir en una escuela, sino que debían tener una casa, una familia, como los demás niños.
“Algunos muchachos eran huérfanos y le surgió la idea de crear los hogares para niños sin amparo filial, como erróneamente decíamos por aquellos tiempos. Su proyecto era que esas residencias no fueran solo para los que estaban enfermos, sino para todos los que no tuvieran familia”, explica.
“Me pusieron a escoger si quedarme en la escuela o dirigir el nuevo hogar, enclavado en Playa y primero inaugurado en el país para infantes con retraso y sin amparo familiar. No dudé. Los acompañé”.
Esther iniciaba otra tarea, en la que se sentía a sus anchas y podía seguir aplicando sus experiencias. “Tuve una gran ayuda de cada una de las instituciones a cuyas puertas toqué, en especial de Eusebio Leal desde su Oficina del Historiador. Todo quedó lindísimo y a mi casa nunca le faltó un tornillo a ningún mueble, ni una persiana. ¡Qué familia formamos!”, dice con orgullo.
Su gran tristeza
Un buen día —o muy mal día, aclara Esther— por el 2007 se les ocurrió a unos funcionarios provinciales y municipales de educación la infeliz idea de que mi entrevistada debía descansar y no continuar en la llamada Educación Especial. “Inclusive me sugieren irme a otra enseñanza, tras 20 años dirigiendo el Hogar. Estaban locos”, subraya.

Con absoluta tristeza, Esther Lazo Pérez, de buenas a primeras, según su decir, se convirtió en metodóloga y hasta participó en el proyecto para hacer la Casa del Pedagogo. Fueron varios años fuera de la Educación Especial hasta que le asignaron una nueva función: metodóloga de preuniversitario.
“Dije que no, porque eso era una falta de respeto. Yo era maestra y tenía preparación, pero cómo voy a ir a inspeccionarle la clase a un profesor si yo nunca la había impartido. En el 2014 me jubilé”.

