
Cientos de veces me interrogo por qué me martirizo con esto. ¿Qué hay detrás de ese juicio que debe tomar por el cuello a la objetividad y a la luz? ¿Por qué no me concedo solo caminar por las calles y buscarme la vida de otra forma? Cuando algún colega me dice que disfruta escribiendo sobre aristas alejadas de la realidad y más cerca del olimpo, sepulto mi mirada y me pregunto ¿por qué no me ocurre lo mismo?
Tal vez, porque mis días no terminan en revelación feliz. Acaban con sangre en el alma y lágrimas en los ojos del corazón. Solo deseo llegar a mi casa para acabar lo antes posible el doloroso trance. Es un martirio saber que la historia se repetirá. Que mañana y pasado chocaré con rostros y cuerpos que ahogan exhalaciones. La mayoría con un deseo infinito y estéril de pegar más duro que esta vida. Con una necesidad imperiosa de retarla a muerte sabiendo que una y otra vez perderán. Algunos todavía se atreven a sonreír como si ello les ayudara a cargar con el gran peso que llevan encima. Quizás parecen estar lejos de saber que en realidad solo se añaden una carga extra. Repleta de cicatrices invisibles infectadas de apatía y dolor.
Confieso, que creo que muchos en su sobrevivencia no buscan escandalizar, prefieren herirse y ocultarse en la interrogación más profunda y humana. ¿En dónde duele más? Estimo que en la descortesía social, en la seguía de civismo y en la feliz danza de la simulación y la demagogia burocrática. Es un diario sin consuelo ni redención, en los que la frustración y el no puedo más no se niegan ni se superan.
Creo que nos estamos convirtiendo en algo cínico, donde la ironía y el sálvese quien pueda cabalgan a placer. Sin duda no es la mejor de las ideas empezar el día a día así. Pero esa lluvia de amargura y realidad tiene ese efecto en mí. ¿También en usted? Me pone melancólico y furioso. Hace que ciertas y lejanas nostalgias me recorran las venas y fusilen mis buenos recuerdos. Juro que a veces inútilmente intente reanimarlos. Recuperarlos de esa nada que es oscura y también olvido.
Mañana, rostros cansados y cuerpos heridos en el alma me mostrarán sus cenizas, sus miedos. No renunciarán a sus delicados silencios, esos que por ahora los mantienen vivos. Yo en ocasiones siento que muero, pero vuelvo a resucitar, ya sea para maldecir, resignarme o atacar en nuestro sobrevivir.