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Líderes obreros en la vanguardia

José Miguel Pérez fue elegido secretario general del primer Partido Comunista de Cuba. Foto: Tomada de Ecured

En el inmueble no. 81 de la calle capitalina de Calzada (actual sala teatro Hubert de Blanck) 18 hombres se reunieron el 16 de agosto de 1925 para efectuar una reunión cuyos resultados influirían decisivamente en la historia del país.

Se trataba del Congreso Nacional de Agrupaciones Comunistas, en el que que­daría constituido el primer Partido Comunista de Cuba.

Su membresía era en­tonces muy pequeña. La más importante era la de La Ha­bana y contaba solo con 27 integrantes.

El Congreso tuvo cinco sesiones de trabajo, las tres iniciales se realizaron en el mencionado local y las res­tantes en la antigua Acade­mia Newton, propiedad del poeta mexicano Salvador Díaz Mirón, amigo personal de Julio Antonio Mella.

Suele llamarse a dicha organización el Partido de Baliño y de Mella, lo cual es una manera de sintetizar la continuidad histórica entre el Partido Revolucionario Cubano fundado por Martí, en cuya creación participó Carlos Baliño, y la nueva ge­neración de revolucionarios, simbolizada por Mella, el aguerrido líder estudiantil.

Pocas veces se mencio­na que la mayoría de los di­rigentes del nuevo Partido procedían del proletariado y que siete de los 13 inte­grantes de su primer Comi­té Central —elegido el 18 de agosto en el Centro Obrero de La Habana— eran líde­res obreros de mucho pres­tigio y autoridad.

Como señaló el historia­dor José Cantón Navarro, casi todos carecían de una sólida preparación teórica y de experiencia en el tra­bajo partidista, pero se ca­racterizaban por su historia combativa y por su probada lealtad a los intereses de la clase obrera y el pueblo.

Desde el mismo mes de su surgimiento el Partido y sus integrantes fueron so­metidos a la más feroz per­secución por el Gobierno de Gerardo Machado. El maes­tro José Miguel Pérez y Pé­rez, quien había sido elegido secretario general, fue dete­nido por la policía macha­dista y deportado a su natal España, donde continuó la lucha; al producirse la su­blevación fascista en ese país fue apresado y fusilado. Tenía al morir 39 años.

En las difíciles condi­ciones de la clandestini­dad, el Partido desplegó su labor en fábricas y campos, a menudo a costa de la li­bertad o la vida, en favor de las reivindicaciones y derechos de las masas tra­bajadoras, por la igualdad de blancos y negros, por los derechos de la mujer y la juventud, a lo que sumó el permanente empeño por forjar en las masas una conciencia antimperialista e internacionalista.

Varios líderes sindicales de gran prestigio abraza­ron las ideas del marxismo-leninismo, y por su actitud vertical frente a la oligar­quía y el imperialismo fue­ron asesinados, como Jesús Menéndez y Aracelio Igle­sias, entre otros.

Primaron los aciertos del Partido. La incompren­sión inicial en torno a la táctica de la lucha armada no le impidió solidarizarse con los moncadistas cuan­do el régimen batistiano desató contra ellos un baño de sangre.

Después del desembar­co del Granma apoyó de diversas maneras a la gue­rrilla de la Sierra Maestra. En Yaguajay donde la or­ganización —denominada entonces Partido Socialista Popular— había fundado un destacamento guerri­llero, su jefe la puso a las órdenes del Comandante Camilo Cienfuegos, cuan­do este llegó al territorio por órdenes de Fidel.

Tras 36 años de inten­so batallar, se produjo un hecho histórico destacado por el Comandante en Jefe: “¡Recordaremos siempre con emoción el día en que algún tiempo después del triunfo de la Revolución, y luego de un proceso de unificación de las fuerzas revolucionarias, Blas Roca depositó en nuestras manos las banderas gloriosas del primer Partido Comunista de Cuba!”.

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