Cuba ya vive su épica en Asunción. La que comenzó a esculpir desde antes de encenderse el pebetero de la segunda edición de los Juegos Panamericanos Júnior. La que se acrecentará cada vez que uno de sus bisoños “legionarios” salga a los escenarios de combate.
Porque al margen de que la fiesta paraguaya conmina a la confraternidad entre sus más de 4 mil participantes, para los cubanos salir a competir —o lo que es lo mismo a luchar— en desigualdad de condiciones ante sus contrarios, es el mayor de los premios y un canto de esperanza hacia el mañana, sea cual sea la evolución de los protagonistas en el futuro.

Quienes han seguido los desempeños de la Mayor de las Antillas en los megaeventos del ciclo olímpico que cerró en París 2024, saben de la contracción de nuestras delegaciones por causas diversas. Por eso, haber podido llevar una comitiva de 231 atletas debe verse con mirada positiva.
Quienes lograron sus boletos fueron, ni más ni menos, los que en sus escuelas deportivas, incluidas las Eide, vieron tocada, y duro, su preparación por las carencias de todo tipo en la institución y en los hogares —alimentación, equipamiento, transporte, dinero, energía eléctrica— y por las dificultades más brutales que ha vivido durante décadas esta nación, en un contexto agravado por el recrudecimiento del bloqueo estadounidense, las acciones subversivas dirigidas a un segmento etario tan vulnerable y el creciente éxodo de deportistas y técnicos.
Disponer de más de 230 muchachos y muchachas (casi 20 más que la cita de Cali-Valle, Colombia 2021) activos y capaces de medirse a contrarios que les superan en desarrollo, habla del esfuerzo por mantener a pulmón la llamada escalera del deporte cubano o lo que es lo mismo, sostener una reserva y un relevo de cara al mañana, entre ellos los deportes colectivos, que han brillado por su ausencia en las últimas citas multideportivas, sobre todo en los Juegos Olímpicos.
Es un aliciente que puedan competir en 28 disciplinas, aunque Cuba interviene solo en el 56 por ciento de las 336 pruebas convocadas, muchas de las cuales no se practican en nuestro sistema deportivo; en otras no se pudo asistir a sus torneos clasificatorios y en varias no se logró el boleto.
Muchos —la mayoría diría yo—, conocen a sus rivales en plena competencia porque no es secreto que ni para los mayores alcanza el financiamiento con vistas al necesario roce internacional y el estudio de contrarios a nivel regional. Por eso más allá de las preseas, pesa la capacidad de luchar y de dar el máximo ante cada rival, de apelar a ese extra que suele distinguir al deportista cubano en una ecuación que, al final, debe llevar al podio al país que no ha podido escoger un lema más icónico: Con amor por Cuba, un axioma que pretende ser motivación y aliciente en cada escenario.
No hay deporte sin pronóstico. Mas aunque la aspiración hable de mantenerse en el entorno de los cinco primeros tras la quinta plaza de la versión de hace cuatro años, habrá que exprimir el rendimiento y la efectividad para tan caro reto si tomamos en cuenta los cambios en el continente, la cosecha de 29 medallas de oro, 19 de plata y 22 de bronce de entonces, se nos torna desafiante y espera por lo que pueda aportar el atletismo, canotaje, lucha, judo, levantamiento de pesas, remo, taekwondo, esgrima, voleibol, voleibol de playa, clavados y tenis de mesa y todos los que suelen vestirse de sorpresa.
Para nosotros, Asunción tiene el rostro del mañana. En unos años la luchadora Yainelis Sanz y el pesista Emmanuel de la Rosa podrían defender en colchones y palanquetas las honras de Cuba en los Panamericanos de Lima, Perú, 2027 o en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. O los del 2032. También podrían hacerlo varios de los protagonistas en esta fiesta joven.
Esa sería, entonces, la mejor recompensa a la épica de la isla grande, que sueña con el porvenir de la mano de sus mozos, ahora unidos en Paraguay.



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