A Pedro Medina Ayón le confesé durante la entrevista para el libro Medallas al Corazón que yo estaba en el Estadio Latinoamericano el día de su retiro, el 12 de mayo de 1988. Fui de los que aplaudí, que lo vi alzar los brazos tras el roletazo por el campo corto.
Fue el inicio de una gran amistad entre entrevistado y entrevistador. Tiempo después descubrí que éramos vecinos del Cerro y que cada domingo cuando iba para la oficina podía conversar con él mientras fregaba su carro o arreglaba el jardín sobre el béisbol cubano, sus Industriales queridos, la Cuba que amaba y hasta de algunos consejos prácticos para entender mejor al pelotero cubano. Hace unas semanas nos vimos en el agro y quedó pendiente una llamada telefónica, esa última última llamada que no llegará ya …
El hombre de Edmonton, el receptor más querido de la capital y uno de los más integrales del país, «el médico» (como le decían muchos), el mentor ganador de Industriales y el profesor querido en la Universidad, el hijo de Miguel y Carmen Rosa, el esposo fiel y padre ejemplar no aguantó el lanzamiento en recta de una enfermedad traicionera. Y nos dejó este 21 de julio con una mascota de recuerdo y ese dolor terrible de haber perdido un roble de ser humano, que al menos a quienes lo conocimos, no nos abandonará jamás.
Medina fue líder de bateadores en Cuba y eventos internacionales; le recibió en el home plate a los mejores lanzadores de Cuba en la década del 70 y 80; enseñó con ejemplo, paciencia y resultados que el béisbol es amor, por sobre todas las cosas; y como si no bastara fue un modelo excepcional de ética, educación transparencia y patriotismo.
El día del lanzamiento de mi libro Medallas al Corazón fue quien habló en nombre de los 50 entrevistados. Y aún recuerdo sus palabras de cómo se gestó la conversación en el Estadio Latinoamericano, pactada para media hora y que terminó en tres horas. A ese Medina le agradecí con un abrazo de amistad, le pedí luego que fuera al periódico a firmar un bate para un ganador del Concurso Cuba Deportiva y como si fuera poco, lo tuve siempre como mi principal asesor crítico de todos los comentarios de béisbol en radio, televisión o prensa impresa, los cuales escuchaba, veía y leía con detenimiento y pasión.
Es tan duro el dolor de la noticia de su muerte que solo me queda volver al box del periodismo y entonar en el teclado de la computadora una crónica que recuerde que Medina se fue debiéndome una llamada telefónica. Y lo más jodido: no pude ni despedirme como siempre hacíamos: «Profe, la próxima vez arreglamos el béisbol cubano»…. Y él sonreía esperanzado.
Posdata: Mis condolencias sinceras a su esposa, hijo, familia y amigos. Puedo cronicar desde el dolor aunque Medina hubiera preferido hablar de futuro, de su próximo proyecto, de la Cuba que amaba.